Las salmoneras están rodeando todo el archipiélago. La reciente solicitud de una Concesión Acuícola frente a la playa histórica de isla Caguach, en el Mar Interior de Chiloé, es un reflejo más de las constantes violaciones a la integridad, territorio y cultura de Chiloé[1].
El “Nazareno” es una fiesta de devoción popular que viene replicándose desde el siglo XVIII sin interrupción; sin embargo, se ve amenazada por los intereses empresariales de la industria salmonera. A pesar que en los últimos días se ha puesto en duda la entrega de la concesión para la empresa TRUSAL, el hecho que un actor relevante de la industia del salmón considere factible y beneficioso para sus actividades económicas establecer un centro de cultivo en una zona costera de incalculcable valor para la cultura chilota, muestra las incongruencias del modelo de desarrollo extractivista implementado en el Sur Austral de Chile.
Efectivamente, el Mar Interior de Chiloé tiene no sólo un gran valor ambiental, sino también cultural. Un valor similar a las Iglesias de Chiloé que son patrimonio de la humanidad, pues permite la reproducción de formas de vivir y habitar únicas en el mundo y que conectan el presente con el pasado, proyecta lo actual y cotidiano hacia el futuro. Cuando una solicitud de concesión construye una cartografía de poderes desnivelados, deja a los habitantes locales en una situación de desventaja, con menos presente y escaso futuro, pues el pasado desaparece de un plumazo
Más allá de los innumerables impactos ambientales de la acuicultura industrial en los mares y costas de Chiloé, lo que este caso deja en evidencia es la total desconexión e incompatibilidad de la industria del salmón con los territorios y su gente, una constatación que viene nuevamente a evidenciar la progresiva descomposición del modelo de desarrollo implementado en la Región de Los Lagos.
La organización inter-insular llamada “Los Cinco Pueblos”, que reunía y representaba a cinco islas del Mar Interior enlazadas por prácticas religiosas y de solidaridad, hoy nada vale para ello, y tampoco que este evento religioso haya adquirido una condición transnacional y se haya incorporado al repertorio del patrimonio cultural más profundo del país.
Chiloé ha sido escenario de una destrucción perpetrada al amparo de la legislación chilena. Esto no es de extrañar si se considera que los cuerpos normativos del Estado han sido recurrentemente readecuados para seguir blindando el modelo de desarrollo imperante. De paso, los arreglos culturales, las prácticas consuetudinarias para acceder y convivir con la naturaleza, los proyectos que emanan desde comunidades indígenas y no indígenas, son devaluados u obstruidos por esta misma estructura. Incluso discursivamente esta forma tradicional de vivir es señalada como un peligro pues pone en jaque el desarrollo del país.
Sería interminable enumerar una lista de siniestros socioambientales que se asocian en las últimas décadas a la historia de las normativas aplicadas en Chiloé, y que ya forman parte de las biografías de quienes habitan esta insularidad, así como de quienes, desde el continente, siempre hemos estado atentos a su devenir. Nos afectan por sobre todo considerando que Chiloé, como arquetipo, entraña contradicciones de proporciones: lo idealizamos a tal grado que segregamos a familias costeras para reconstruir palafitos con el propósito de que luzcan acordes con los imaginarios urbanos del continente. La misma segregación ocurre al amparo de proyectos de conservación excluyentes, que desplazan a las comunidades costeras y sus modos de vida para asegurar paisajes de conservación en los que el pescador artesanal y pequeño agricultor son una amenaza al ecosistema prístino e idealizado que se ha imaginado a la distancia.
En paralelo, se acusa a los chilotes y chilotas de ser negligentes con un proyecto de desarrollo nacional, y por lo mismo se privilegia la contratación de mano de obra externa pues funciona más ágilmente respecto a los requerimientos de la industria. También se les segrega y excluye toda vez que imprevistamente surgen usos del territorio y maritorio, blindados por el Estado, que se superponen a los pre-existentes bajo una clara geometría de poder inequitativa. Esto resulta especialmente decepcionante cuando gobiernos y organizaciones locales proponen y planean estrategias de vida que – en apariencia – poseen cierta seguridad. Por ejemplo, designar ciertos territorios o elementos para fines turísticos, sin saber que en la práctica existen otras decisiones en el poder central que han planificado lo contrario.
La encrucijada que enfrenta la procesión del Cristo de Caguach encarna una vez más el despojo que son víctima el Mar Interior de Chiloé y sus islas en aras de los dividendos que cobran en otras partes del país y del mundo inversionistas y especuladores financieros. Se espera que lo solicitado por la empresa no sea acogido por parte de la autoridad competente, algo que ya se ha anunciado por la prensa, pero que la sola solicitud de concesión pone de manifiesto, por una parte, el desdén que ciertos intereses corporativos manifiestan frente al acervo cultural del que el país es tributario. Por otra, la solicitud de CA deja entrever los riesgos que entraña una legislación que asegura la expansión de un modelo de desarrollo que reditúa en favor de intereses comerciales ajenos y distantes de las islas y que, a cambio, ha dejado en sus costas innumerables externalidades negativas.
Programa ATLAS, Universidad de Los Lagos
Ricardo Alvarez
Francisco Araos
Francisco Ther
Grupo de estudios Culturas y Naturalezas, Universidad Alberto Hurtado
Juan Carlos Skewes
Wladimir Riquelme Maulén
Lily Jiménez
[1] Radio del Mar (2018). Industria acuícola en Chiloé contra el Nazareno de Caguach: La religiosidad del archipiélago frente a la millonaria industria exportadora. Disponible en: http://www.radiodelmar.cl/2018/10/industria-acuicola-en-chiloe-contra-el-nazareno-de-caguach-la-religiosidad-del-archipielago-frente-a-la-millonaria-industria-exportadora/