El director del Museo Martín Gusinde, Alberto Serrano, cumple de la forma más coherente y ética posible el rol que todo/a director/a de museos públicos debiera cultivar: ser portavoz de una comunidad y garantizar la preservación de su patrimonio. Es indiscutible que este patrimonio no está solo compuesto por las piezas del museo: se trata de la obra de una cultura viva, creada por las comunidades humanas y no humanas que conforman aquel territorio austral.
Por: Camila Marambio, Curadora
Catalina Valdés, Historiadora del arte
En estos días que anteceden a la visita de la corte noruega, la comunidad Yagán y buena parte de la ciudadanía de Puerto Williams se hace escuchar con bocinas, pancartas y manifestaciones. Protestan por la destitución de Alberto Serrano Fillol, director del Museo Antropológico Martín Gusinde, quien desde hace más de una década se dedica a la restitución de las culturas ancestrales y del entorno magallánico. El motivo de esta destitución es la oposición que Serrano ha manifestado a la instalación de plantas salmoneras en la región, específicamente en la antigua ruta canoera Yagán.
Consideramos que esta posición, fundada en sólidos argumentos socioambientales, no puede ser comprendida como un gesto individual, sino como el de un representante válido de una comunidad que se niega a someterse a la avaricia y al error, demasiado repetido ya, del extractivismo descontrolado que solo beneficia a un puñado de privados. Con ello, Serrano cumple de la forma más coherente y ética posible el rol que todo/a director/a de museos públicos debiera cultivar: ser portavoz de una comunidad y garantizar la preservación de su patrimonio. Es indiscutible que este patrimonio no está solo compuesto por las piezas del museo: se trata de la obra de una cultura viva, creada por las comunidades humanas y no humanas que conforman aquel territorio austral.
Mientras que museos alrededor del mundo mejoran sus prácticas, reconociendo el valor de las comunidades originarias que les proveen de cultura y conocimiento, cabe preguntarse quién está detrás de esta decisión. Funcionario con calificaciones excepcionales, Serrano ha gestado una red de creadores e investigadores notable en torno al museo más austral de Chile, sobrellevando con creatividad y de forma colaborativa las dificultades impuestas por la distancia relativa de Puerto Williams a los centros del poder. En los años de su gestión, el Museo Antropológico Gusinde ha ganado una nueva vida que se irradia a la ciudad y sus alrededores, logrando posicionarlo como un faro de cultura y participación ciudadana.
Dado que no hay motivos administrativos que sustenten esta decisión, la pregunta resuena: ¿son acaso los intereses privados de capitales multinacionales y sus agentes locales quienes determinan la gestión de la cultura en Chile? Habiendo recibido hace pocos días el informe sobre Antropoceno elaborado por el CR2 y a contados meses de la COP25 pero, sobre todo, frente a las evidencias de la crisis socioambiental, notorias donde se ponga la vista, es imperativo que el estado chileno asuma una posición clara y coherente. Tanto las instituciones como quienes trabajamos en el ámbito de la cultura y las artes debemos asumir también nuestra misión: forjar una nueva cultura de la conservación y del cuidado y dejar de admirar condescendientes las ruinas de un poder obsoleto y tóxico. Las plantas salmoneras provocan daños irreparables, su instalación es completamente evitable y el apoyo de Alberto Serrano a frenarla es ejemplo de una actitud consecuente con su labor de custodiar el bienestar del patrimonio cultural y natural. Su destitución da cuenta de lo mal preparado que se encuentra el gobierno para enfrentar los desacuerdos y la falta de visión que adolece ante una cultura de protección a la naturaleza que no hace más que anunciar su renovada fortaleza.