17 - septiembre - 2024

Chuquicamata en la época en que Rubén Aguilera fue muy feliz. Por Jorge Calvo

«El poeta Rubén Aguilera nos propone un viaje: una inmersión en el pasado, vamos a un sitio casi mítico: El desierto de Atacama y Chuquicamata, lugar de origen del autor. » Así se refiere el destacado escritor Jorge Calvo al libro «El Moscardón» de Rubén Aguilera en una emotiva jornada de celebración del día del libro en el salón de la Casa de los Escritores  de Chile. Rubén Aguilera nació en Chuquicamata en 1948 y actualmente vive en Lund, Suecia.

EL MOSCARDÓN DE RUBÉN AGUILERA. POR JORGE CALVO

En este libro El Moscardón –un conjunto de doce cuentos que funcionan casi como una novela autobiográfica de infancia- el narrador y poeta Rubén Aguilera nos propone un viaje: una inmersión en el pasado, vamos a un sitio casi mítico: El desierto de Atacama y Chuquicamata, lugar de origen del autor. En esta exploración de la memoria se entrecruzan varios caminos o perspectivas: es en parte una elegía de aquel tiempo perdido, una búsqueda casi arqueológica que además funda regiones mágicas. Es también y antes que nada una reconstrucción autobiográfica y casi la fundación de un pretérito inexistente y -en esa misma medida- es una defensa ardorosa de la poesía y del lenguaje puesto que el instrumento utilizado para iniciar esta exploración es precisamente el lenguaje y sus recursos creativos, sus metáforas, y sus artilugios mágicos que permiten traer el nebuloso, improbable y siempre ambiguo pasado –a través del texto escritural- al presente, en donde el entonces deviene el ahora, y lo que fue se convierte en sería o pudo ser.
Otros escritores han intentado este acto de prestidigitación, Marcel Proust en su ¨A la busca del tiempo perdido¨, o sin ir tan lejos Gabriel García Márquez en su novela -que entre otras cosas acaso sirva para fundar el mito latinoamericano- Cien años de Soledad, donde intenta mediante el uso del lenguaje y la creación del Realismo Mágico rescatar ese paraíso perdido, y desde su memoria lo traslada a un territorio llamado Macondo que solo existe en la ficción creada. Otro gran amante de los lares, el poeta Jorge Teillier, regresa en su poesía a la región de la frontera, para un rescate de la infancia. La pregunta siempre persiste: Es aquella infancia la misma que ahora se nos ofrece en palabras.

En este ejercicio de la memoria, el examinar pensamientos y observar esos ecos del pasado, hacen oscilar al poeta entre su intangible pretérito y un presente donde las palabras son pausas en el tiempo o puentes alzados entre lo que pudo ser y la forma final que adoptan en el texto. El poeta renombra, con artilugios en el papel, su infancia. Ese pasado que ya no está en ninguna parte sino que solo existe como una imagen en el vacío de su mente. Y gracias a este acto de voluntad y de virtuosismo en el uso del lenguaje, de una manera alegórica, el jardín de la infancia vuelve a cobrar vida. El poeta al emprender este viaje en el tiempo y sumergirse en sus recuerdos lo que hace es ir a la búsqueda de sí mismo, y de este modo, evitando la fugacidad del momento actual, el poeta instala el pasado en el presente.
Han transcurrido seis o siete décadas desde aquellos remotos días en que tenía cinco o seis años y mediante la memoria –así como Teillier- regresa a los territorios fronterizos de la infancia, los lares y Rubén Aguilera se sumerge en aquellos lejanos días del desierto. La Chuquicamata de la época en que fue feliz. Y este viaje es en definitiva un esfuerzo por mantener con vida una memoria que comienza a disiparse en el olvido.

El merito de este rescate radica plenamente en el lenguaje, la recreación en palabras, el uso del sustantivo y el verbo, la metáfora que reverdece los recuerdos pero que jamás lograra traer del recuerdo al fantasma que merodea en nuestros recuerdos.
Recordar es evocar, es traer de vuelta al presente una circunstancia una vivencia. Y la literatura en este sentido actúa como una máquina del tiempo.

Jorge Calvo
Abril – 2019

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