El escritor chileno Miguel de Loyola leyó el libro de Javier Cercas publicado el 2001 y se preguntó ¿Cómo se las arreglan estos escritores para rellenar más de 200 páginas para finalmente no decir nada? y ¿Cómo la crítica no advierte la palabrería y se deja engatusar por esta característica, propia de algunos escritores ubicados en la cresta de la ola, y que llamaría algo así como con exceso de oficio?
Soldados de Salamina, de Javier Cercas.
Por Miguel de Loyola. Profesor y magíster en literatura por la Universidad Católica de Chile. Chileno, casado, escritor de cuento y novela con varias publicaciones a su haber.
Pareciera que las novelas están sujetas a las vanidades misteriosas del destino, por encima de cualquier otra cosa. Algunas las encumbra por los cielos, mientras a otras las cubre el velo de la oscuridad absoluta. Cabe preguntarse si las escogidas son realmente los mejores, porque a veces sucede que después de leer las elegidas por este dios desconocido, aunque a veces identificable con la palabra mercado, publicidad, intereses creados y otros socios y sujetos a fines, mi desilusión no puede ser más grande.
Eso me pasó con la novela de Javier Cercas, Soldados de Salamina. Una obra profusamente comentada por la crítica y vendida al parecer como pan caliente en los mercados del libro, a un precio impresionante en nuestro país, equivalente a 20 dólares, doceava edición, señala en la tapa el ejemplar que se me ha caído tantas veces de las manos en mi intento por conseguir llegar a la última página.
La primera pregunta que me asalta al terminar su lectura es: ¿Cómo se las arreglan estos escritores para rellenar más de 200 páginas para finalmente no decir nada? La segunda: ¿Cómo la crítica no advierte la palabrería y se deja engatusar por esta característica, propia de algunos escritores ubicados en la cresta de la ola, y que llamaría algo así como con exceso de oficio?
Bien dijo alguna vez Milán Kundera en una entrevista que no se puede hablar hoy de crítica literaria propiamente tal, porque está sujeta a las leyes del mercado. Los críticos prefieren conservar sus tribunas a comentar un libro con un criterio comprometido. Alguien ha dicho que vivimos un momento histórico nominado como el fin de la historia, porque ni siquiera los artistas -supuestos intelectuales de vanguardia en una sociedad, se atreven a escribir hoy con la pluma cargada hacia algún sentido. La tercera pregunta que me asalta, por cierto, es ¿cómo podemos defendernos de esta epidemia?
Javier Cercas en su novela Soldados de Salamina no es capaz de poner contra la muralla ni a fascistas ni a republicanos, lo cual resulta una posición bastante cómoda, pero a un intelectual cabe exigirle mucho más que comodidad. Ni mal ni dios ni con el diablo, parece ser la consigna de los últimos tiempos, para así gozar de las bondades del mercado. Sin embargo, bien sabemos que ese no es el objetivo fundamental de una novela. A una obra narrativa tenemos que exigirle otros asuntos primero, entretención, sin duda, coherencia interna, verosimilitud, acontecimientos, personajes… Las cuestiones propias del género. Pero lo cierto es que es difícil separar una cosa de otra, para decir le falta exactamente esto o justamente lo otro. Las novelas se leen enteras, y si bien se comen a pedazos como las tortas, cada trozo debe tener el sabor de la torta completa. De manera que a la hora del análisis, la impresión suele ser una sola.
Soldados de Salamina intenta novelar la experiencia de un periodista frente a la perspectiva de reconstruir la vida de un personaje en particular. A saber, un tal Rafael Sánchez Mazas que, dicho sea de paso, aparece mencionado mas de seis veces como tal por página, una cuestión realmente sofocante. El narrador, o sea el periodista novelista, no se introduce en ningún momento en la psicología del personaje, ni si quiera cuando le ha servido de donee al relato. Sánchez Maza ha sido fusilado pero se ha salvado de la muerte gracias a un soldado republicano. Sin duda el girón de donde surge el mayor drama del personaje para hacerse carne en la novela, es desperdiciado por el novelista para hacer un perfil pobre de su vida desde una perspectiva periodística que tampoco alcanza un nivel de interés informativo. Porque resulta que el tal Sánchez Mazas, nunca se hace carne en la novela, porque apenas se nos dice una cosa suya, luego esta misma es desmentida. Se nos dice primero que fue fundador del falangismo, pero luego se nos asegura que por sobre todo era más bien escritor. Luego se afirma que era en verdad poeta, aunque poeta menor. Después se nos informa que fue un ministro importantísimo de Franco, para luego señalar que fue destituido del cargo y abandonado por el oficialismo a su suerte, que cayó en desgracia, pero la recuperó, que quedó pobre, pero era rico, aunque después fue millonario, etc… En suma, se nos dice que no es ni esto ni lo otro, con lo cual se nos niega la posibilidad de imaginarlo de algún modo. Indudablemente, después de tanta palabrería, los lectores que nos hemos tenido que tragar cientos de páginas estériles en honor al fenómeno de ventas de la novela, y a su recepción crítica, esperando que a vuelta de página aparezca finalmente la justificación de todo eso; el episodio con Bolaño resulta interesante, especialmente a nosotros a los chilenos que conocemos a Bolaño y sabemos que escribe en serio. Sin embargo, nuevamente, al cabo de poco andar, en el episodio mejor escenificado y convincente de la obra, vemos caer al escritor en la inserción gratuita de otra cuchufleta, inverosímil y poco convincente. La historia de Miralles no convence porque está mal ligada a la estructura y desarrollo de la novela. Se nota demasiado el artificio de hacer pasar a Miralles por el soldado que le perdonó la vida al tal Sánchez Mazas. La posible coincidencia no funciona, le falta trabajo.
Por otra parte, quienes desconocemos los pormenores de la Guerra Civil española, presumimos que Soldados de Salamina abordara al menos algún aspecto inesperado de ella, dado que en principio la novela promete introducirnos en el tema tras ir tras la biografía de uno de sus supuestos caudillos, vemos traicionada esta expectativa al constatar que la dicha biografía se vuelve superficial y errática, sin llegar a ninguna parte.
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Miguel de Loyola – El Quisco – Año 2002.-