«En Chile nadie dice nombres jamás, todos callan, se miran, se reconocen, conocen el chanchullo, a veces ladran un poco, pero todo termina en nada» afirma Daniel Rojas Pachas (Arica, 1983), escritor y editor chileno, director de la revista Cinosargo y de la editorial del mismo nombre.
EN CHILE SIEMPRE HA SIDO ASÍ
Daniel Rojas Pachas
En Chile siempre ha sido así. La devoción al cargo, la genuflexión al poder. Escritores preocupados de ser reconocidos como tal, más allá del texto, de una obra. Preocupados de quién tienen al lado en la mesa, a quién invito, quién me prologa, quién me presenta, a quién edito, quién me saluda, quiénes me publican, qué universidad compra los derechos de mi obra, cuándo empiezan a aparecer las tesis, quién está en el jurado, cuántos me conocen y qué importancia tienen en el medio, porque siempre hay una beca en juego, un concurso, un trabajo, una edición, un viaje, la invitación a tal antología, anular al otro, ser el mejor de la provincia, el que la lleva en la capital, el caudillo, el capo, tener amigos en los lugares adecuados, en un país exótico, en tal isla, en una gran ciudad, siempre es bueno sacar a pasear a esos amigos un rato y traerlos a tu rancho, para lucir bien a su lado en la foto, ser mencionado en la sobremesa aunque sea a punta de chuchadas, al final, lo importante es estar dispuesto a sumarse a lo que sea, porque cada año está la recomendación de lo que tenía que ser leído, la postal del momento, la generación de oro, los que alcanzaron el top ten, la bendita adulación mutua. Nadie dice nombres jamás, todos callan, se miran, se reconocen, conocen el chanchullo, a veces ladran un poco, pero todo termina en nada, porque unos dependen de otros, siempre hay en juego un premio, una recomendación, una crítica, un fondo del estado, el estar sentado en tal mesa con ese invitado extranjero que dicen es imprescindible, la moda de turno, mejor estar dentro que olvidado, aunque sea aplaudiendo como foca del otro lado de la mesa o la pantalla, claro luciendo ligeramente interesado en lo que dicen, con ironía, escéptico pero no ausente, aunque en lo público nadie quiere ser visto como parte del asunto, por eso hacen gárgaras con grandes nombres del pasado, esos que también sabían de esto y jugaron como campeones, pero claro a esos les tiran mierda golpeando la mesa, sacando el dato oscuro: en verdad era un mafioso, un racista, un homófobo, un misógino, una lesbiana, amigo del dictador, un maraco, un chupapico, aun así reciben con ganas los premios que llevan sus nombres, aunque para la gallá es mejor siempre tener onda con los marginales, con los suicidas, con los olvidados, tirar la cita del outsider, del que no se prestó a la huevada, eso siempre queda bien, aun cuando nunca hayan entendido nada de lo que leyeron. En Chile está bien visto sumarse a las causas, alinearse con las minorías, jugar a hacer memoria, pretender algo, lo que sea, pero tener una tabla a la cual aferrarse, hay becas y premios para todo, algunos dirán que, en cualquier país, cuyo nombre tiremos al achunte, pasa lo mismo. La mierda escurre y se rebalsa en Perú, Ecuador, México, Guatemala, Italia, pues a mí me tocó vivir en Chile, crecer en Chile, empezar a escribir en Chile, sufrirlo. Pasan los años y más allá de esto que parece una rabieta, la necesidad de expulsar tanta mala leche del sistema, en Chile todo seguirá siendo así, el libro del momento, el autor del momento, la editorial del momento y el Artes y Letras que continuará allí como las cucarachas cuando todos se hayan ido, aunque de seguro los escritores buscarán la manera de estar sentados en la misma mesa, preocupados de quién tienen al lado, cómo adularlo, cómo ser reconocidos, congraciarse, consagrarse y siempre haciéndose los huevones para pasar piola.