Los jóvenes de Chile han despertado; nuestros hijos, los hijos del trauma de la peor agresión del poder del Estado en contra de la ciudadanía, que hoy son estudiantes, pobladores y pobladoras, profesionales, trabajadoras y trabajadores, continúan la tarea pendiente…continúan todas las tareas pendientes.
POR MARCOS URIBE ANDRADE
Noviembre de 2019
Cuando asumió el gobierno de Piñera, sonó la tesis de que llegaban para quedarse. Ese fue el discurso que instalaron desde el cuarto oscuro para fuera y que muchos creyeron en todo el arco político.
Ese propósito declarado no era más que una fachada para iniciar una ofensiva legislativa, que pretendía fortalecer una base legal para una operación neoliberal sin precedentes y hacer retroceder al máximo los pocos espacios ganados por el grueso de la ciudadanía, en gobiernos más moderados y condescendientes con algunas demandas populares, que desde ya, eran completamente insuficientes, en función de construir una mínima dignidad para los ciudadanos comunes.
Pretendieron operar al borde de lo intolerable por las mayorías, calculando que tras años de subyugación, ellas daban un amplio margen a su favor; tras la dependencia encarnada en la masas de un consumismo esencial y de un endeudamiento esclavizante; tras una “despolitización” de la conciencia general de los ciudadanos, desinteresados en tomar partido en las decisiones administrativas del Estado; tras una sociedad con un pensamiento crítico pauperizado, acostumbrada a ser abusada y segregada en ese individualismo triunfante de la «conciencia posmoderna» de ese sujeto teórico de la “realidad líquida”; del valor del yo, por sobre el nosotros, etc.
Quisieron especular una correlación de fuerzas en el parlamento, apostando al favor que les haría el típico mundillo cupular de la DC, el PPD, algunos socialistas insustanciales y algunos representantes ideológicamente confusos del FA, sumando también los «independientes», que suelen aliarse a la bancada del actual oficialismo. En el imaginario de su ejercicio contable también contemplan un PC con poco crédito, luego de su desgastante incursión en la “Nueva Mayoría”, negociando a un alto costo, con independencia de lo comprensibles que pudieron ser sus propósitos de fondo.
Avanzado un año, la cosa iba razonablemente bien, pero la arrogancia comenzó a encaramarse en sus rostros de hipocresía; la ironía hizo su agosto con sus dichos de patrones de fundo, acostumbrados a maltratar al peonaje; no supieron solventar variables nacionales ni internacionales, pero se sintieron libres de provocar a sus peones, desde su seguridad y desde las posibilidades operacionales del poder. Les fortaleció su moral depredadora ese servilismo de una importante tropa de oportunistas, llenos de pequeñas ambiciones, encaramados por el chorro de la corrupción, en los espacios claves de la gestión de los poderes del Estado, que de pronto se tornó un espacio-refugio de delincuentes, privilegiados por las asimetrías del poder. Sin ningún pudor, sobreexplotaron una granja de abiertas injusticias y burlaron, y siguen burlando con total desvergüenza, los derechos que hoy se entienden una obviedad de la evolución del Estado Moderno.
Quedarse por otro período de gobierno era absolutamente superfluo. Solo se trataba de recuperar y profundizar hasta lo inimaginable, los privilegios de las élites. El resto, es decir, el mantenimiento y aseguramiento de sus logros en el tiempo por venir, quedaba (y aún queda) suficientemente asegurado en las cualidades estructurales de una Constitución Política que seguiría funcionando como un fortín de clase.
LA DERECHA PROPONE Y LA HISTORIA DISPONE.
El ser humano suele tropezar con la misma piedra: la costumbre de la élite política y económica, de sentirse en la cúspide del poder; de verse a sí mismos, acorazados en privilegios; de situarse en las alturas y mirar con desdén, a los millones de chilenos que han estado viviendo en el goteo de un chorreo que nunca fue, les creó una abyecta burbuja de realidad parcial y minoritaria, tan distante que no nos alcanzó a ver…no fuimos siquiera visibles, porque aparte del hecho de estar tan lejos, ni siquiera le importamos.
Se creyeron el discurso del fin de la historia y el término de la lucha de clases; el colapso de la dialéctica de la historia y ¡por fin! el marxismo como teoría añeja, quedaba superado por el triunfo de las fuerzas universales de un capitalismo globalizado: los pobres del mundo, los postergados, los abusados de siempre ya estaban solos y desvalidos, atomizados y encerrados en sus conflictos existenciales, redimidos en la anestesia del consumo compulsivo y la obsesión de trabajar sin descanso para aumentar el cupo de las tarjetas de crédito y seguir luchando por la pequeñez de su soledad tan sola, en medio de todas las soledades.
SORPRESAS:
Sin detenernos en los efectos anímicos de luchas vecinas, que sin duda agregan un importante ingrediente, la generación de la derrota, que perdió la posibilidad del poder, no perdió la convicción de lo que es justo y qué es todo aquello que nos pertenece y nos han arrebatado por siglos de explotación. Las generaciones de las luchas políticas del siglo XX fueron la sangre transfundida que abasteció el tránsito de un siglo a otro.
Quiénes crecieron recién en los 80, en el esplendor de la victoria del capitalismo, masticaron ilusiones de un exitismo que solo alcanzó a algunos. Sus esfuerzos, paso a paso, convergieron en el afluente de la acumulación de capital de los pocos grupos que se apoderaron de lo más relevante de la matriz productiva y financiera, y construyeron una fortaleza jurídica de protección. Para los muchachos y muchachas de esta generación, el bolo alimenticio de sus anhelos se tornó decepción y amargura y “el baile de los que sobran” fue decantando en caminos de autodestrucción y rabia acumulada.
La generación que creció en los 90, miró con sus ojos de niños la desesperanza, y entre la ilusión y la duda, avanzaron por los intersticios de los adoquines de un modelo rebosante de desigualdad y abuso, en que la vida se tornó una deuda muy parecida a la esclavitud; crecieron testigos del grito de silencio de los que caían en rodados de fracasos, luego de emprender el camino de las promesas del capitalismo popular. La desesperanza no tarda en llegar y más rabia, camino al gran río de la historia.
Los jóvenes del 2000 aparecen como ardillas curiosas colonizando espacios de información abierta. Nuevos canales de comunicación se transforman en carreteras de información que entre lo banal y lo profundo, comienzan a soldar los fragmentos de esa sociedad premeditadamente dividida. La mirada sobre la realidad adquiere componentes que escapan a los medios de información de masas, que pretenden aniquilar la observación de los vínculos de clase de los dramas de la más abrumadora mayoría. Se hacen conscientes de las injusticias y los dramas que inundan la sociedad. Los jóvenes y niños, no muy buenos lectores, pero decodificadores audiovisuales sin parangón, crecen en autonomía de información y a los diez, a los doce años, ya ven el mundo (su mundo) como los manipuladores de conciencia no quieren que sea visto. Se desarrollan los lazos de lugares comunes que anulan la soledad de acero que le quisieron construir.
Mientras todo esto transcurre, ocurre también el mundo de la educación, que no es el mundo del cobre, no es el mundo del petróleo; no es el de la producción forestal, ni de la industria pesquera; no es el mundo de los bancos ni de las grandes cadenas comerciales, pero sí es un mundo que abarca todos los mundos y entra a todos los hogares. El agredido escenario de la educación y el permanente maltrato a sus actores esenciales, fue fraguando una mirada pos dictatorial, que por mucho que pretendieron impedirlo, se tornó día a día en la mano de un verdugo que no perdona al monstruo de la iniquidad. Los vasos comunicantes de la educación y los hogares víctimas del maltrato multidimensional, leudaron un nuevo espíritu de época.
2006, 2011, 2015 se transforman en peldaños que avanzan sin tregua hacia la cúspide de la conciencia de un insoportable malestar: son los estudiantes que portan y proyectan el malestar de los ciudadanos, que lejos de separarse de «lo político» como fracasadamente se pretendió con insistencia, solo apuntan su inquisición hacia «la política»: esa trinchera de tecnócratas que han pretendido administrar el botín de la aventura fascista de esa misma derecha que hoy conduce al país a una evidente debacle institucional y que desesperada pretende mutar la contradicción “ciudadanos contra institucionalidad”, para intentar tornarlo, paso a paso, en un conflicto de una sociedad civil dividida.
LOS HECHOS, LOS PORFIADOS HECHOS:
No pudieron (nuevamente) tapar el sol con un dedo. No pudieron (nuevamente) esconder los fundamentos estructurales de un modelo cuyo esquizoide patrón de acumulación, determina el fracaso de la desbocada carrera hacia el exitismo de la suprema individualidad, que puede también ser una expresión social, pero siempre y definitivamente minoritaria y dependiente de la sangre, del fuego y de la corrupción en todas las bases institucionales que pretendan avanzar hacia un estatus superior de justicia social.
Los jóvenes de Chile han despertado; nuestros hijos, los hijos del trauma de la peor agresión del poder del Estado en contra de la ciudadanía, que hoy son estudiantes, pobladores y pobladoras, profesionales, trabajadoras y trabajadores, continúan la tarea pendiente…continúan todas las tareas pendientes.
Que no se equivoquen los que detrás de tanques y metralletas; detrás de tropas y uniformes, los que detrás de cabezas serviles, creen que tienen la historia comprada, como quien compra acciones de la bolsa, o creen que la han robado, como quien roba un banco o arrebata la vida de muchos: si no cambian en profundidad su voluntad en favor de la debida justicia demandada por la ciudadanía, que la historia los alcance confesados, porque como siempre lo ha escrito el tiempo, lo que se le debe a la humanidad, la humanidad lo ha de tomar.
¡ARRIBA todos los que luchan desde todos los frentes, porque el futuro lo haremos con todas las cacerolas!
Chiloé, noviembre de 2019.