Las plagas que produjeron el holocausto más grande de la historia
“En estos días de pandemia mundial a causa de una peste viral, no es vano recordar las pestes que asolaron a la población indígena de América y que llevaron a la muerte a nueve décimos de sus habitantes y, en algunas partes, como las islas del Caribe, a su extinción total. Los estudios modernos demuestran que no podría haber habido Conquista y sometimiento de los denominados “indios” americanos, sino hubiera existido un ataque bacterio/virulógico de violencia inaudita. Los microorganismos se aliaron de modo insospechado en la campaña de dominación que acabó con la resistencia indígena y posteriormente con sus sociedades”.
Por José Bengoa
CÓDIGO FLORENTINO
Hirió Dios y castigó esta tierra y a los que en ella se hallaron así naturales como extranjeros, con diez plagas trabajosas. La primera fue la de viruelas, y comenzó de esta manera; siendo capitán y gobernador Hernán Cortés, …vino un negro herido de viruelas, la cual enfermedad en estas tierras nunca había sido vista …y a esta razón estaba Nueva España en extremo muy llena de gente y como las viruelas se comenzaron a pegar a los indios, fue entre ellos tan grande enfermedad y pestilencia en toda la tierra que en las más de las provincias murió más de la mitad de la gente y en otras poco menos, porque como los indios no sabían el remedio para las viruelas antes, como tienen muy de costumbre sanos y enfermos, el bañarse a menudo, y como no lo dejasen de hacer morían como chinches a montones”.
Motolinia. Historia de los indios de la Nueva España
Los franciscanos comparan lo ocurrido en México con las plagas de Egipto. Dicen que son diez, y bien curiosas como se verá. Las primeras dos son pestes. La de las viruelas y años después la del sarampión, que diezmaron la población y que en buena medida explica la fortuna de Cortés y sus conquistadores, que siendo apenas un puñado enfrente de millares, guerreros bien armados y organizados, se impusieron brutalmente (2).
La Escuela de Berkeley y el gran holocausto
En los años sesenta la Escuela de Berkeley se dedicó a dimensionar el tamaño de la población anterior a la Conquista de México (después hicieron otros estudios sobre otros territorios) y el desastre poblacional posterior a la llegada hispánica. Según Cook y Borah, los más conocidos de esa Escuela, habría sido una población entre 18 y 30 millones de acuerdo a la metodología que se emplee. Las cifras de inicio de esto es de 1519 son variables, según los diversos autores ( y por cierto intereses) , pero lo que no cabe demasiada duda es la cifra fin del siglo XVI, el año 1595. 70 años después de la llegada hispánica la caída de la población indígena, según los autores de Berkeley, es brutal.
Para el Valle de México las cifras son más precisas y muestran cómo allí, donde está hoy la Ciudad de México, se produjo el mayor holocausto (3). La discusión acerca de la cantidad de indígenas muertos en este período seguramente va a seguir y habrá quienes animados por un espíritu no indigenista tratarán de moderar estas cifras. Lo que no cabe duda es que la mortandad fue terrible.
La curva de población que realizaron los miembros de la Escuela de Berkeley muestra la caída en tres ataques seguidos de viruela, como se ve en el gráfico que es bien conocido.
Apenas treinta años después de la Conquista, el número de habitantes ha descendido a un cuarto, y en otros veinte años más a una décima parte de lo que era en vísperas de la Conquista.
Lo impresionante del caso es que la curva general de población solamente se va a recuperar en el siglo XX (sic). El primer censo de población se realiza en México en 1895 y arrojó un total de 12.6 millones de habitantes y durante el “Porfiriato”, gobierno de Porfirio Díaz a comienzos del siglo XX, se calculaba en 15 millones, menos aún que las estimaciones más bajas de la población anterior a la Conquista. Es por ello que van a hablar de “depresión demográfica”, modo técnico de señalar el holocausto más grande quizás que haya habido en la historia, a lo menos de la que hay registro.
Los virus viajaron en barco
En el caso de la América del Sur, se ha podido establecer que los virus del tifus viajaron más rápido que los propios castellanos. Llegados a Panamá con sus enfermedades, estas se propagaron de tal suerte que hoy los entendidos están de acuerdo que avanzaron matando gente de tifus antes que llegaran los españoles de modo presencial (4). Posiblemente a través de caravanas, de mercaderes, en fin, de diferentes contactos. Hay un testimonio que recuerda que los barcos andaban a millas de la costa cuando ya los contagios existían. Al llegar Pizarro y su hueste a Tumbes, desde Panamá al Perú, ya lo habían precedido las enfermedades.
Hoy se sospecha que HuaynaCapac murió, o lo mataron, en 1524 después de contraer el “chuche”, que eran como escalofríos. Daba unas enormes fiebres y atacó el Cusco. Según Cieza de León murieron 200 mil personas. Cook, de Berkeley, señala que en el Perú la población habría sido de 9 millones de personas en 1520 y que la primera peste de viruelas habría matado entre 3 y 4 millones.
Las cifras del Ecuador son también muy variables y en todo caso enormes. De millones de indígenas, cayeron a un millón y medio en el siglo XVI y allí por otra plaga de sarampión habría disminuido en un tercio, esto es 775 mil a 590 mil habrían sobrevivido y para el momento de la Independencia de Ecuador, 375 mil, entre 1546 y 1558 las tres cuartas partes de la población murió… (5) (6). Los estudios sobre Colombia muestran también la llegada de los virus y la guerra bacteriológica antes que la de los propios soldados. Los microorganismos les iban abriendo el camino (7).
Los virus guerreros
En el sur de Chile Lautaro/Leftraro, (Traro o Halcón veloz), reúne a un gran contingente de guerreros mapuches/araucanos. Derrotan al Gobernador Pedro de Valdivia en Tucapel y lo ajustician al borde del Lago Lanalhue. Avanzan hacia la ciudad de Concepción y el sucesor del gobernador derrotado, Francisco de Villagra es también derrotado en las alturas de Marihueño, (Diez cielos), de lo que hoy es Lota. Arrancan hacia la ciudad y en una noche de sustos y temores, cruzan el Bío Bío hasta Concepción que abandonan por barco, pero las tropas indígenas no lo persiguen. Nos hemos encontrado con crónicas que señalan que salían los guerreros mapuches del campo de batalla vomitando. Le llamaron Chavalonko, esto es, fuerte dolor de cabeza (lonko). Y se trataba posiblemente de una epidemia de fiebre tifoidea. Si no hubiese sido por esta peste probablemente Lautaro habría avanzado hasta Santiago destruyéndolo, ya que él mismo era de la zona central del país, de las orillas del río Mataquito, donde finalmente le dieron caza y lo mataron.
La población mapuche antes de la llegada de los españoles es otro motivo de controversia. Los intereses abundan por cierto y ha habido muchos autores que han bajado el número de habitantes de modo de no reconocer el horror de la masacre. Los estudios contemporáneos coinciden que del Itata al sur, la población no era menos de un millón de personas, ya que coinciden todos los cronistas con el poeta, que “la gente es tan granada” (abundante). Los estudios modernos se basan en la cantidad de personas encomendadas por el Gobernador. Es un método adecuado ya que no se trataba de aumentar el número por sí y ante sí, ya que debían por ello pagar tributos. Había zonas como los alrededores de donde hoy está Temuco que, señalan los cronistas, eran parecidos a pueblos. Maquehua, Quepe, Boroa, (lo que se conoce en lengua mapuche como Raguintuleufu, esto es, entre dos ríos), y lo que fue el antiguo Imperial, hoy Carahue, áreas densamente pobladas, en que dice un cronista que hasta los cerros estaban cultivados.
El Valle del Mapocho, donde yace Santiago en cuarentena, también sufrió un cataclismo poblacional, producto de las pestes y plagas que veremos a continuación. Las primeras miradas sobre el Valle lo muestran prácticamente todo cultivado, canalizado con el agua del río Mapocho por acequias que forman las calles principales de la ciudad hasta el día de hoy (por ejemplo, Apoquindo, Tobalaba, Macul, etc…). No había aún partido Valdivia al sur cuando debió volver a repartir las ricas encomiendas del valle central porque se habían quedado sin gente. En poco más de una década habían acabado con ellos las pestes, las guerras y las plagas sociales. Cuando a fin del siglo, no habían pasado cincuenta años, llega a Chile Ginés de Lillo, encargado de medir los terrenos se encuentra con un ambiente desolado. La Biblioteca Nacional publicó hace años las “Ordenanzas” en un libro de gran tamaño y hermosura, además del interés histórico y étnico correspondiente. Dice que en Macul había una “ranchería” con un par de viejos y algo más; lo mismo en lo que otrora había sido el pueblo de Apoquindo, y así como sigue. El campo del Valle Central, mediante pestes, desplazamientos forzados, trabajo en los lavaderos de oro y también guerras, lo desocuparon de tal suerte que sobre esa tierra vacía (Terra Nullius le llamarán sin rubor, esto es, “tierra de nadie”) se organizó el sistema de haciendas desde donde reinó por siglos la oligarquía criolla.
El Padre Diego Rosales, jesuita que escribe una de las grandes obras de la temprana colonia chilena, el famoso Flandes Indiano, se preguntaba si ellos, los españoles, habían traído el sarampión. Decía que los mapuches les señalaban que así era, que se lo habían pegado. Con una enorme ingenuidad, que supondremos de buena fe, y de desconocimiento de la inmunología. Escribe, que es muy raro que eso sea así, ya que, afirma, “que a los españoles no nos da más que unas manchitas rojas” y a ellos, los indígenas, les salen unas enormes pústulas que se transforman en llagas y les produce la muerte. Al parecer los mapuches tenían mucha más conciencia de lo que les estaba siendo inoculado que los frailes jesuitas que lo inoculaban afirmando su inocencia. Una vez más, los intereses muchas veces, como en la actual pandemia, entorpecen la mente, la condicionan e incluso determinan los asuntos relacionados con las pestes y la salud de los humanos.
Las diez plagas de América
Esa es la primera peste que diezmó las poblaciones nativas de América. Sin duda fue la de mayor masividad, pero Motolinia sigue con las plagas, y va a ingresar en las de carácter social, que son un buen camino de comprensión.
La segunda plaga fue la guerra. Recuerdan los frailes, la mortandad que también dejaban las espadas filosas y habría que agregar los caballos de guerra y, sobre todo, los perros. Esta es una historia macabra sin duda. Cada uno de los capitanes tenía un dogo o mastín, o varios, de gran tamaño y bravura. Aperrear se transformó en un hábito maldito. Los nombres de los perros de presa lo dicen todo: Belcebú se llamaba el de Vasco Núñez de Balboa.
Motolinia o quien haya escrito esta maravillosa Historia de los Indios de la Nueva España, señala que fue mucha la mortandad -“más que los que murieron en Jerusalém cuando la destruyó Tito y Vespaciano”- y a ello le siguió la tercera plaga que fue el hambre. Que “como no pudieron sembrar por las grandes guerras”, no tuvieron qué comer.
En el caso mapuche/araucano, las cosas fueron exactamente tal como las está describiendo este fraile para México. No pudieron sembrar y las consecuencias, lo dicen todos los cronistas, fue una hambruna generalizada y las consiguientes nuevas pestes que sobrevinieron.
Leer a Fray Toribio, casi 500 años después, pero hoy en tiempos de pandemias, es un ejercicio bastante duro. Todo es parecido con la actual realidad, habría que decir, es pura casualidad o fatal coincidencia. No está mal en estos tiempos mostrar que lo bacteriológico no anda separado de los otros elementos, la represión policial, el trabajo forzado, el hambre, y las otras pestes que estamos comentando.
La cuarta plaga es muy curiosa y denota las opiniones del autor o autores. Dice que los encomenderos mandaban a unos “criados y negros para cobrar tributos y para entender en sus granjerías”. Y agrega que mandan a los señores naturales de la tierra, a los señores aztecas e indígenas, “como si fuesen sus esclavos”. Esa plaga de cobradores de impuestos, “son zánganos que comen la miel que labran las pobres abejas”, en un arranque poético y a la vez dramático. Por ello la quinta plaga son los grandes tributos que le cobran a los sobrevivientes de pestes y guerras. En muchas partes de América esta plaga no existió masivamente ya que los indígenas se resistieron a pagar y muchas veces, como en el caso mapuche, lo consiguieron.
La maldita esclavitud
Pero a ello se agrega la sexta plaga que fue el trabajo de las minas. “Que los esclavos indios que hasta hoy en ellas han muerto no se podría contar y fue el oro de esta tierra como otro becerro por dios adorado”. En el caso de Perú, fueron las minas de plata de Potosí las que provocaron terror y diezmaron las poblaciones de lo que hoy es Perú y Bolivia. Y en el centro de lo que hoy es Chile, el trabajo forzado en los lavaderos de oro llevó a desocupar de población indígena a lo menos el Valle del Mapocho, de Quillota (el valle más rico antes de los conquistadores) ya que iban siendo trasladados hasta Marga Marga las comunidades completas. El informe de Francisco de Santillán a finales del siglo XVI es lapidario (8). En menos de cincuenta años, el valle central de Chile había sido “limpiado” (“limpieza étnica”) de indígenas. La ambición condujo a la masacre y por cierto a la estupidez al quedarse sin mano de obra. En lo que hoy es Colombia pasó algo semejante, como refiere brutalmente y con maestría Ospina en su novela histórica denominada Suárez que fue uno de los conquistadores -masacradores de esa parte del territorio americano-.
La edificación de la ciudad de México es nombrada como la séptima plaga. Es un asunto no siempre señalado. Una vez terminada la Conquista y dominación de Tenochtitlán, los españoles se dedicaron a destruir todos los edificios que encontraban, y que consideraron en un primer momento como muy hermosos, para construir sobre ellos las iglesias, conventos, palacios de la nueva Colonia. Usaron las piedras y maderos de los Teocallis para ese fin. Por ello siglos después se encuentra al lado de la Catedral de México las ruinas escondidas del Templo Mayor, saqueado en sus bases y esas piedras usadas probablemente en la misma Catedral, en un juego increíble de transformaciones. En el Cusco se puede ver hasta hoy el modo que se utilizó. En muchos casos la muralla incásica está hasta los dos metros de altura y luego viene la piedra sillar española que sube tanto en la Catedral como en la hermosa Iglesia de los jesuitas a un costado de la plaza. Coricancha, que es relatada de modo nostálgico por el Inca Garcilaso de la Vega, es destruida y sobre su ruina se levanta Santo Domingo. Y así podríamos seguir en Quito, y otras ciudades pre colombinas que fueron destruidas miserablemente. En México la razón esgrimida era que allí habitaba el demonio. En Perú, no pudieron decir tanto, pero lo hicieron igual. La extirpación de idolatrías fue una constante en todas partes, una obsesión de la mentalidad y cultura de reconquista que traían los arribados a América. En Chile no quedó una piedra de pie y surgió la estúpida ilusión de que nunca habían construido nada. Hoy al excavarse debajo de la Plaza de Armas de Santiago se ve que ello no era verdadero y es una de las tantas mentiras de la Historia de Chile.
La esclavitud será la octava plaga según nos dice Motolinía en su libro que comentamos. Tanto la Corona como los funcionarios del Consejo de Indias, estuvieron siempre en una suerte de ambigüedad respecto a la esclavitud cobriza, esto es, de los indígenas. Lo que parecía evidente con los africanos, los subsaharianos negros solamente, no fue nunca tan evidente con los indios americanos. Si no estaban en guerra no eran posible esclavizarlos legalmente, aunque en los hechos fuese lo mismo. “Que de todas partes en México entraban manadas como de ovejas para echarles el hierro”. En el Perú se afirmaron en la costumbre incásica de la mita, la cual por cierto transformaron de ser un trabajo festivo a un trabajo forzado. Murra dice que los mitayos se ponían sus mejores tenidas para ir al trabajo que les tocaba, e iban cantando. En cambio, la mita hispánica acortó las demoras de tal suerte que se transformó a poco andar, en la práctica, en trabajo esclavo. Lo mismo ocurrió en el centro de Chile. Los mineros quechuas ubicados en el Valle de Quillota o Aconcagua (que llamaron el Valle de Chili) trabajaban las aguas auríferas del estero de Marga Marga, sin que se produjeran grandes mortandades, según consta en los cronistas mismos y sobre todo por la cantidad de oro que sacaban y la población estable que allí vivía. Cambió todo y el trabajo minero se transformó en esclavo.
La novena plaga señalan los frailes, era el servicio de las minas, los parientes que le llevaban comida y que morían de hambre. Dicen que en las minas de Oaxaca “apenas se podía pisar sobre hombres muertos y huesos… y eran tantas las aves y cuervos que venían a comer sobre los cuerpos muertos que hacían gran sombra al sol”, en una gráfica descripción de los horrores de la minería.
La décima plaga de Motolinía se refiera a algo totalmente diferente y “fue las divisiones y bandos que hubo entre los españoles que estaban en México”, y ello se puede expandir a toda América en que los conquistadores poseídos de una voracidad inaudita no paraban de pelear entre ellos. En Perú, como es bien sabido, llegaron a las armas, pero en todos lados y en Chile también, las rencillas terminaron muchas veces en peleas armadas y no pocas veces con consecuencias sobre la población circundante que quedaba.
Concluimos este breve trabajo con dos ideas. La primera, es que sin la catástrofe bacteriológica posiblemente no se hubiese realizado del mismo modo a lo menos, la llamada Conquista de América. Las explicaciones han abundado acerca de la capacidad militar y el valor de los hispano-europeos. Otros han señalado que las espadas filosas causaban el estupor entre los indígenas. Hay muchos que culpan a los caballos de los éxitos obtenidos. Y no son pocos quienes achacan a los indígenas una falta de inteligencia tal que los llevó a la perdición. Todas esas explicaciones pueden ser parciales, pero la que jugó un papel determinante fue el ataque bacterial y viral. Sin ello no podría haber ocurrido lo mismo que sucedió. América habría sido sin duda diferente.
La segunda idea, que en estos días de pandemias bien vale la pena resaltar, es que las poblaciones más afectadas son aquellas, como las indígenas, que están más aisladas, y no inmunizadas. Bien pueden decir los indígenas latinoamericanos que ellos han sufrido históricamente de pandemias, y que en la primera gran globalización- el viaje de los europeos a América- los infectaron de la manera más brutal, produciéndose el holocausto más grande de la historia.
ANEXO (9)
1. Profesor de la Escuela de Antropología de la UAHC en Santiago de Chile y miembro investigador del CIIR.
2. Fray Toribio de Benavente o Motolinia. Historia de los indios de la Nueva España. Sigo la edición con estudio crítico, apéndices, notas e índice de Edmundo O’Gorman. Editorial Porrúa. Edición del 2001. Motolinía es uno de los doce frailes franciscanos que llega a México, mandados a pedir por Hernán Cortés. Por cierto que hay numerosos otros factores que jugaron a favor de los castellanos en la Conquista de México y luego del Perú. El apoyo en un caso de los Tlaxcaltecos y en el otro de los Cañares, no será para nada despreciable, pero no es el tema de esta monografía.
3. Don Alejandro Liptschutz, bien conocido maestro de la antropología en Chile escribió un artículo sobre los resultados de esta Escuela de Berkeley titulado “La despoblación de las Indias después de la Conquista” en que detalla los datos. Los cuadros que acá presentamos por ser muy claros, los hemos obtenido de este artículo clásico. En: América Indígena Volumen XXVI. 1966. Páginas 229 a 247. _ 4. Para el mundo andino sigo la última edición de John Hemming. La conquista de los Incas. Fondo de Cultura Económica, México. 2005. El autor no consigna este hecho.
5. Suzanne Austin Alchon. Sociedad indígena y enfermedad en el Ecuador colonial. Editorial AbdaYala. Quito 1996.
6. Son muchos los testimonios existentes y es cosa de buscarlos. Pedro Cieza de León, cronista bien conocido de la “Conquista del Perú” escribe: “Dicen que en otros tiempos había mucha más cantidad de indios y así lo parece en la disposición de la tierra y la cantidad de sementeras, … Han se acabado estos indios con las guerras que tuvieron con el Inca que los conquistó y después con la conquista de los españoles, y a la postre con ciertas pestilencias que en estas partes ha habido de sarampión y viruelas, y con estas cosas se han apocado…”. Agrega para el Ecuador “que vino una pestilencia tan grande de viruela tan contagiosa que murieron más de 200 mil ánimas (personas) en todas las comarcas porque fue general… y agrega, reuniendo las pestes bacteriológicas y las guerras, “porque en una provincia acaese de una pachanga o guaranga con las guerras, y con las entradas que los han llevado colleras y cadenas, y con otras pestilencias que los han venido después que los españoles entraron en la tierra, no queda ni la cuarta parte de los indios que había en ella tiempo del Inga”, … La población de la sierra del Ecuador vuelve a tener un millón de personas durante los primeros años del siglo veinte… al igual de lo que ocurre en México…
7. Kroeber, el conocido antropólogo de California Berkeley, calculó una población de 3.3 millones en Centroamérica y 4 millones y medio en Sudamérica. Sus colegas posteriores Cook y Borah, en cambio, con sus nuevos métodos de estudio, calculan en 100 millones la población de América y 25 millones de México…, Cook en Demografic colapse, dice que en el Perú habrían sido 9 millones y Smith 12 millones (Current Anthropology. Volumen 2, PP 453 464, 1970
8. El documento de Santillán se encuentra en numerosas partes, pero fue transcrito junto a otros documentos por don Alvaro Jara: Fuentes para la Historia del Trabajo en Chile. Dos tomos. Editorial Universitaria. Santiago. 1985.
9. Cifras y cuadros obtenidos en Internet, de amplia consulta sin autoría específica.