Jaime Collyer publica una interesante novela de política ficción sobre la base de un campo de concentración de la dictadura de Pinochet.
Collyer, reconocido cuentista, novelista y traductor chileno, que animó la vida literaria en la llamada Nueva Narrativa chilena de los años 90, ahora publica, Gente en las sombras, (LOM, 2020).
En las primeras páginas se plantea el nudo de la trama. El año 2005 el gobierno chileno desea transformar el recinto de un ex campo de prisioneros de la dictadura en un lugar de memoria. El campo es parecido a Tres Álamos, que existió en la calle Canadá de la comuna de San Joaquín, entre los años 74 y 77, donde 6 mil chilenos sufrieron constantes vejámenes.
El subsecretario del Ministerio de Información, un tal Beregovic, uno de esos operadores políticos que como callampas treparon en la transición, llama al historiador Alvaro Larrondo y le propone que escriba una crónica sobre el llamado Campo D. La arquitecta Svetlana Braun se hará cargo de la parte gráfica del proyecto. Larrondo entrevistará al coronel Prada, un canalla que estuvo a cargo del Campo D, y a tres víctimas del campo: Danton, Ronald y Lorena.
Los personajes de la novela discuten sobre la pedagogía de la memoria, el pasado traumático y qué hacer con las manchas de sangre del recinto. Resuena la “banalidad del mal”, la frase de Hanna Arendt, la judía alemana que estuvo en el juicio por los crímenes de guerra del nazi Eichman.
La novela arriesga en asuntos que parecen olvidados. Me recordó un emotivo asunto reciente. En octubre de 2019, en los convulsos días del estallido social, con muertos y ojos mutilados, en la Villa Grimaldi se presentó un libro de Rubén Aguilera, escritor chileno que estuvo preso en Villa Grimaldi y que hoy vive en Suecia. Aguilera era la primera vez que volvía allí. En el público numeroso, estaban las nietas, las hijas, la ex mujer de Rubén y amigos, algunos de los cuales también estuvieron presos allí. El ambiente fue emotivo, tenso, conmovedor, pues la memoria y su crueldad no es un asunto del pasado.
La novela de Collyer en algún momento se refiere a la “trama civil” de la dictadura de Pinochet, es decir, los colaboracionistas civiles que pasan piolas. ¿Juzgar a los civiles? No, no se consideraba oportuno. Hoy varios de ellos son altos funcionarios del gobierno de Piñera. No están en las sombras ¿La crítica moral de la transición se diluyó en la nada?
El escritor Larrondo escribe un informe oficioso e infectado de eufemismos. Al final, donde debía decir “torturas”, el informe dirá “apremios ilegítimos”. La vida o sus necesidades lo distrae de su labor como escritor y muta en un funcionario. Y ahí la novela tiene otro punto. Lo que le sucede a veces a ciertos escritores: un día despierta y siente que es un insecto con patas y caparazón. Dice: “Alguien se inventa un grupo de autores y empieza el circo, hasta que todo decae naturalmente.”
En la novela, a mi gusto, faltan unas gotas de picante en los asuntos novelescos, como rituales de amor y de sexo. Un buen polvo, digamos. (Karel Capek: “La sabiduría está en los sentimientos”).
Igual la novela avanza firme pues la trama incluye hechos policiales que atraen y que muestran la visión crítica del autor sobre la realidad de la sociedad chilena, la crispada sociedad chilena.
Finalmente, al leer la novela me brota el tema de la historia literaria chilena y el inevitable paso del tiempo. Un artículo de Jaime Collyer fue publicado en la revista APSI en marzo del 1992. Casus Belli: todo el poder para nosotros. Collyer postulaba el derecho de una nueva generación de escritores de tomarse la escena literaria. Casi 30 años después me hago la pregunta ¿Se ha cumplido sus deseos o profecía? ¿Cuál es el estado del arte de esta generación o “grupo de autores” a la que pertenece Collyer, es decir, nuestra generación?