19 - enero - 2025

Crisis terminal del orden mundial de la elites aspiracionales, según el filósofo Bruno Latour

Con la caída del Muro de Berlín empezó una nueva era, la era de la «desregulación» y la «globalización». Fue el inicio de una explosión de las desigualdades. Las elites negaron la existencia de la mutación climática y concluyeron que ya no había suficiente espacio en la tierra para todos. Ya no había bien común. El filósofo francés Bruno Latour en su libro Down to Earth: Politics in the New Climatic Regime, explora los desafíos de una era crítica.

Por Rodrigo Muñoz-González

En sus raíces griegas, «crisis», o krisis, significa decisión, un punto de inflexión. Esta sensación de elegir entre caminos suele ser síntoma de un abismo más amplio, que se origina gracias a determinadas condiciones, abusos y recelos. El cambio climático no es la excepción.

En su libro Down to Earth: Politics in the New Climatic Regime, Bruno Latour explora los desafíos políticos y filosóficos propios de una época definida por una crisis ambiental y socioeconómica. Esta nueva situación señala las contradicciones y deficiencias de la modernidad como proyecto, obligando a un esfuerzo imperioso de repensar el papel y el lugar de las sociedades humanas en un mundo que reacciona contra ellas.

Este libro es un esfuerzo breve pero lúcido para dar sentido a los dilemas fundamentales derivados del cambio climático: la naturaleza ya no es un fondo inerte del que se extraen recursos para las actividades humanas; más bien, ha reclamado su papel de agente activo en el destino del planeta.

Latour comienza su argumento proponiendo que tres fenómenos distintos – o «enfermedades» – de las sociedades contemporáneas comparten una conexión profunda. Los procesos de desregulación y globalización, el aumento de las desigualdades (incluidos los movimientos migratorios masivos actuales) y la negación del cambio climático son manifestaciones específicas de un período histórico y político. Este período se ha desarrollado siguiendo la idea de un «mundo abierto»; sin embargo, ha permanecido abierto únicamente para algunos grupos. Una visión hegemónica ha guiado lo que se suponía que era un orden global pluralista y sin fronteras. La modernidad, por lo tanto, ha tomado un conjunto de valores aspiracionales, propuestos por estos pocos grupos, como una realidad completa: la modernidad considera sus pretensiones normativas como una ontología completa.

Es con la modernidad como telón de fondo que nacen diversas luchas. Para Latour, el conflicto básico implica la oposición entre lo local y lo global. La primera implica una resistencia anclada en una necesidad de localidad, que comprende estallidos tradicionales de nacionalismos y xenofobia. Por el contrario, lo global, que es la punta de lanza de la modernidad, encarna un orden planetario basado en la idea de un progreso en constante expansión. El progreso, bajo este disfraz, es un significante de mercados libres, menos control gubernamental y una vigorosa innovación tecnológica. Esta tensión dicotómica creó un horizonte político tanto para la derecha como para la izquierda, que se basa en la retórica de avanzar o quedarse atrás. No se contemplaron otras alternativas, o simplemente se adaptaron a este modelo dual.

Pero la relación entre estos dos «atractores», como los llama Latour, se ha erosionado, generando el camino para una nueva opción. En este punto entran en escena el trumpismo, el brexit y otros movimientos populistas. Este atractor se llama «Fuera de este mundo», porque no considera las restricciones materiales, los límites impuestos por la naturaleza. Bajo este punto de vista, se produce la negación del cambio climático y se considera al planeta como un depositario interminable de materias primas. Detrás de esto, hay élites y grupos con intereses claros que se benefician de este desapego del mundo físico actual, de vivir en una realidad ‘offshore’. La noción de un mundo común se borra, siendo reemplazada por principios contradictorios que, por un lado, prometen curar las enfermedades de un status quo liberal al restaurar un tiempo perdido (por ejemplo, la América de ‘Hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande’), y, por otro, establecer la agenda de los más poderosos, ese 1 por ciento que no quiere compartir el planeta.

Mientras que «Fuera de este mundo» predica una negación completa de los límites y presiones de la realidad, la tensión entre lo local y lo global ve a la naturaleza como una fuerza que puede ser domesticada y racionalizada. Entonces, ¿qué se puede hacer? ¿Estamos atados a una catástrofe climática inevitable? Latour sugiere otro atractor, uno que actualiza los dilemas político-filosóficos de nuestra época actual y que podría llevarlos a acciones particulares. Él llama a esto «el Terrestre», porque sigue la idea de que los humanos ya no constituyen el «centro» de la naturaleza; más bien, estamos en constante interacción con otros seres y fenómenos naturales. Por tanto, el Nuevo Régimen Climático exige un enfoque en lo geosocial: cada actividad humana debe ser considerada junto con el impacto que tendrá en el planeta.

«The Terrestrial» expone que ahora vivimos en el Antropoceno, una época en la que toda actividad humana tiene una consecuencia en el orden natural. Esta concepción otorga agencia social a la naturaleza: los asuntos humanos están siendo moldeados por manifestaciones naturales y viceversa. Esto implica un cambio de una noción de «naturaleza-como-universo» a una de «naturaleza-como-proceso», una visión descentrada que resalta la inmediatez del mundo. Para Latour, el Nuevo Régimen Climático requiere un nuevo conjunto de valores y significados sobre los que deben construirse las sociedades del futuro. Este cambio también es analítico dado que implica la sustitución de un entendimiento basado en sistemas de producción por uno centrado en un sistema de engendrar. Un sistema de engendrar conduce a una forma de política en la que no solo se reconocen los actores humanos; en cambio, se ponen en primer plano las dinámicas superpuestas y los vínculos entre diversos seres y entornos naturales.

En general, el libro proporciona un sólido punto de referencia para continuar los esfuerzos contra el cambio climático. En este caso, Latour propone un andamio filosófico para la crisis ambiental. De hecho, sus observaciones y sugerencias reúnen las principales condiciones y requisitos necesarios para lograr una forma «terrestre» de hacer política. Sin embargo, el desafío es cómo transportar este repertorio de valores y significados a políticas concretas. La necesidad de cambio es obvia, pero su aplicación sigue siendo oscura. Para Latour, esta es una oportunidad para superar la división entre derecha e izquierda; sin embargo, es difícil imaginar una aceptación total de una ecología política en todo el espectro ideológico. Esta dificultad es clave para reflexionar sobre las posibilidades de cambiar un orden global basado en una distribución desigual del poder y de los recursos económicos y naturales.

La afirmación de Latour de reconocernos a nosotros mismos como «terrestres» resume la urgencia actual de lograr la emancipación a través de un marco integral que tenga en cuenta múltiples voces y la dependencia ahora evidente de las sociedades humanas de la naturaleza. Sin embargo, esta afirmación se hace bajo un punto de vista occidental, y específicamente europeo, un hecho que Latour admite con razón. Mantener una relación horizontal con la naturaleza ha sido la creencia central de muchas cosmologías de pueblos indígenas en todo el planeta. La crítica de la modernidad, entonces, también debe señalar cómo ciertas epistemologías de convivencia con la Tierra fueron olvidadas, y en muchos casos destrozadas, a favor de modelos de desarrollo basados ​​en los intereses de unas pocas naciones y grupos. Quizás el Nuevo Régimen Climático también necesite una reconstrucción de esos conocimientos que una vez exhortaron al equilibrio entre la actividad humana y los procesos naturales.

Aún así, Down to Earth es un intento enérgico y convincente de dar sentido a un momento de la historia en el que se han puesto en duda muchas certezas. Bruno Latour nos ha brindado un argumento inspirador y provocador que busca encontrar una visión alternativa al contradictorio y viciado proyecto de la modernidad. Antes de proponer ideales de progreso más matizados y armoniosos, necesitamos imaginar una Tierra mejor. Esto es fundamental para aspirar a nuevos horizontes. Latour ha proclamado en múltiples ocasiones que «nunca hemos sido modernos»; tal vez sea el momento de aceptar, en cambio, que siempre hemos sido terrestres.

Rodrigo Muñoz-González es candidato a doctorado en el Departamento de Medios y Comunicaciones de la London School of Economics. Esta reseña apareció originalmente en la LSE Review of Books.

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