Como el personaje de la película Pequeño pero Matón, una comedia que no hizo reír a nadie, Warnken llora otra vez en El Mercurio.
Jorge del Carmen Ripper
La libertad de expresión es el derecho a decir lo que quieras sin represalias, no es el derecho a escapar de las críticas. Desafortunadamente, Warnken une a un cierto grupo de opinantes recurrentes en El Mercurio (políticos jubilados, viejos achacosos, la mayoría) a firmar cartas. En el fondo, Warnken espera que la gente en las redes sociales solo aplauda sus opiniones en El Mercurio.
Y la gente en las redes sociales hace lo contrario: lo crítica. Entonces Warnken hace creer que tiene la piel suave, como la de un bebe que aún no camina, y llora.
Llama a las viejas glorias pasadas a firmar otra carta agresiva y provocativa.
El bebé llora en El Mercurio y escribe otra carta mercurial.
Paradójicamente, es su actitud patotera –agresiva y provocativa- la que amenaza la libertad de expresión.
Warken quiere cancelar la posibilidad de criticar y protestar de los demás.
Su patota de viejas glorias, unos carcamales, ha opinado desde siempre en la tele y en los dos diarios nacionales.
30 años escribiendo cartas a El Mercurio.
A Warnken le molesta que las redes sociales opinen en su contra. Una forma básica de ejercer el derecho a opinar y a protestar.
Warnken, el especialista en redactar cartas mercuriales, intenta burda y vanamente evitar que otros expresen sus puntos de vista, solo porque son puntos de vista controvertidos que no son del gusto de los dueños de El Mercurio.