09 - noviembre - 2024

MÚSICA AL ATARDECER DE AÍDA ESTER MORA. Relatos de una joven porteña de los años 70. Notable memoria femenina.

Se nota que a Aida Ester Mora le gusta lo que hace. Corregir, leer, intensas lecturas, intentar dominar el lenguaje, volver a corregir, destreza y sensibilidad para buscar un sonido y sentir que, finalmente, las palabras respiran y dan vida.


Por Pérez Santiago

La historia que aquí cuenta Aída Ester Mora es muy buena y conmovedora. Nos acerca a las raíces de lo que somos los chilenos. Es una historia notable de dos mujeres que han vivido con adversidades y luces. Leonor, una niña que huye de un padrastro violento, se asila en una iglesia y luego es adoptada por la familia Campbell. En esa casa patronal de la aristocracia ve pasar a las estrellas literarias de Chile y en pleno momento de salto a la modernidad. Allí ella logra adquirir el amor por la poesía. Había mucha poesía en ese momento y la poesía le da un sentido a la soledad juvenil y a la contemplación. Logra surgir, trabajar y enamorarse. Una hija, Elisa, es resultado de ese amor. Elisa vive una época convulsa y conmovida de Chile, los años 60 hasta el golpe militar de 1973.
Aída Mora escribe para guardar la memoria secreta de una luz, con una escritura que camina al borde del silencio, frágil como cuando se cristaliza el agua.
Son dos caminos, dos vidas femeninas que continúan en paralelo y que contrastan, madre e hija. Los golpes de la vida hace que uno a veces pierda alegría, pero en cada ida y vuelta, aparece un hada que las hace avanzar y levantarse. Y a veces surge el halago dulce que una risa apacible después del vendaval.
Lo que más me gusta de este libro es la dignidad con que está escrito.
La memoria sabe, y parece que sólo se puede saber cuándo uno ha estado en presencia de una auténtica experiencia, cuando algo en nosotros lo recuerda o exige o anhela el recuerdo de su ritmo. Sin poder evitarlo, estas historias privadas quieren ser contadas, el idioma privado deben convertirse en público, para no arriesgarse a quedar para siempre como asuntos incomprensibles. Para eso Aída Ester Mora escribe. Con la certeza incierta de que tiene algo que decir y con el impulso de querer hacerlo, de querer escribir y de que alguien necesitará leer estas páginas.
No es suficiente que aprendamos a hablar de nuestras experiencias privadas, también necesitamos explorar las tradiciones a las que pertenecemos, las comunidades culturales que se extienden en el tiempo, a veces a través de las generaciones.
También tiene una finalidad. Esas niñas que fueron, que la escritora está buscando en sus memorias, son para contárselo a las niñas que ahora la rodean, que quizá también se esconden por tímidas o privadas. Es tan físico y frágil el presente, tan corpóreo, que uno teme que las palabras se alejen. Y ¿por dónde empezar? Por la madre. Aida Mora empieza por su madre.
Nos pasa a todos ya de viejos, a veces suena el teléfono y uno piensa que es la madre.
Tomar conciencia es dar realidad y sólo se personifica aquello que se cuenta. Los humanos tenemos esa necesidad imparable de querer contar. Vivir un rato fuera de sí. Estas memorias nacen de esa conciencia de que hay algo debajo de las letras.
La escritora es dueña de una experiencia y de una memoria, y habla de la tradición que le es accesible y de la experiencia que le resulta dable, en la medida en que es capaz de imaginar su lugar dentro y fuera del mundo. Al decir, le son menos indóciles o refractarios sus recuerdos.
También me gusta que estas memorias de súbita sencillez, claridad y belleza no pidan nada. No hay una demanda, no hay un lamento. No hay agravios. No hay malditismo, ni venganza. Al contrario, hay el cariño donde palpitan los anhelos.
Estas memorias atesoran mujeres que caminan derechas, orgullosas de su propio camino y entrega
Durante la mayor parte de la historia y hasta tiempos muy recientes, a las mujeres se les ha negado el derecho a decir. O se les ha querido relegar a las tareas domésticas, a la aplastante maquinaria de la rutina, para que no tuviesen modo de concentrarse en escribir.
La literatura tiene un enorme poder para la construcción del recuerdo. La literatura es un trabajo contra el olvido. Configura verdades profundas, es solidaria con el destino de la humanidad y muestra que son tantos los caminos de la existencia humana.
Aída Mora apela a la memoria y rescata sus recuerdos y transmuta en un relato manifiesto de experiencias vividas de su madre y las suyas propias.
Aída Mora entrega una experiencia cercana, hechos reales, pasajes verídicos y evocaciones que tienen el valor especial de ser contados desde un yo. En su arte narrativo aparecen las preferencias, los anhelos, las frustraciones, las ilusiones, las aficiones y las experiencias pasadas donde brota una profunda verdad. Nos dejamos seducir por el relato de Aída Ester Mora por el valor de esa contundente autenticidad
Aida Ester Mora tiene el don de decir sus cosas como si ella sola las hubiese sentido o vivido. Mas, en ese mismo momento logra hacer sentir que la historia es de muchas. Es la historia escrita con amor donde podemos reconocer el núcleo de las historias de muchas mujeres, en su más profunda raíz. Dos historias socialmente relevantes que no me suelta, que hace crecer el corazón y me emociona
Otra cosa y final. Se nota que a Aida Ester Mora le gusta lo que hace. Corregir, leer, intensas lecturas, intentar dominar el lenguaje, volver a corregir, destreza y sensibilidad para buscar un sonido y sentir que, finalmente, las palabras respiran y dan vida. Es la labor permanente y solitaria de la escritora que a veces le debe agotar. Pero se nota que Aída Mora nunca se aburre. Es lo suyo, la alegría de crear. Está haciendo lo que más le gusta, escribir. Y eso se percibe gratamente.

Leer a Aida Ester Mora es una experiencia nueva..

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