22 - noviembre - 2024

Volando a Texas con Paul Klee. Crónica de viaje de Santiago del Campo.

Semanario de actualidad, Pro Arte, Abril de 1949.

La exposición Paul Klee, en Centro Cultural La Moneda hasta el 31 de julio de 2022, jcon Zentrum Paul Klee

DESDE EL AVIÓN DELTALINER 132, ABRIL 27, 1949.-— Escribo, mientras volamos con rumbo a Texas. Hace una hora que el avión abandonó el aeródromo de Moisant, a cuarenta kilómetros de Nueva Orleans. En dos horas más aterrizaría en Dallas, «lo mejor de Texas», según afirman las tarjetas horriblemente coloreadas. Traigo conmigo un libro de Paul Klee, comprado en un hacinamiento de collares, libros sin tapas, antifaces, cerveza Regal, negritas de género y cuanto el diablo echó al mundo, en Bourbon, la calle siempre nocturna del Barrio Francés.

¿Por qué razón Paul Klee, por qué no Marquand, el americano de la novela, o Pound, el americano de la poesía? ¿por qué un suizo, y un pintor, y un muerto? Porque en esta América de los resúmenes universales, tal como con el italiano Toscanini, el alemán Thomas Mann, el chileno Arrau y el francés Máritain, Paul Klee está alcanzando su» más completa consagración. He visto en Washington romerías populares en la Phillips Gallery, absortas ante los cuadros de Klee. Lo mismo me dicen que veré en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Diarios y revistas hacen navegar su pintura por los cuatro costados del país. Y luego las conferencias y las radios y la televisión y las universidades.

«Paul Klee en el Arte Moderno» se titula el libro. Se trata de una charla dictada por Klee en 1924,- en el Museo de Jena, en la apertura de una exposición internacional de arte nuevo. El ensayo fue descubierto entre los papeles del artista, después de su muerte. Resulta extraño, con algo de nudo brujo, salto de vallas y juego de gallina ciega comentar las ideas de Klee y escribir con lápiz desde el avión que trepida, se inclina, baja, asciende. Pero es aquí donde mejor he comprendido su pintura, hermanando las líneas de velocidad y los ordenados nervios de los motores aéreos con la sencillez sabia del pintor. A dos mil metros de altura y en pleno vacío, las dimensiones se abstractizan y los volúmenes ganan en aire lo que pierden en rostro. Por eso, conversemos con Klee, y a través de sus palabras, con su pintura.

Al revés de la mayoría de los artistas plásticos, que cuando escriben no hacen más que enhebrar divagaciones confusas y aforismos bizcos, Paul Klee consiguió marcar en su ensayo un verdadero aporte metafísico y autoanalítico de sus obras. Comienza por considerar que los procesos de un trabajo artístico no sólo deben ser estudiados consecutivamente, por cuanto cada obra posee dimensiones simultaneas que son, especialmente, los elementos pictóricos, el objeto, el significado y el estilo.

Los elementos son los materiales del artista: la línea (que es medida), el valor tonal (que espeso), y el color (que es cualidad), y todos ellos interrelacionados entre sí:’ En el proceso de construcción de un cuadro con estos elementos, las ideas asociativas trabajan para transformarlos en objetos e imágenes. Y entonces, aparte de las posibilidades expresivas de los elementos, es cuando entra a actuar la dimensión del significado. Por último, el carácter especial qué se ha dado a cada dimensión llega a determinar el estilo.

Con talento de verdadera magia poética explica Klee por qué los artistas llegan a veces a eso que aparece como una arbitraría deformación de las formas naturales, y que no tiene otro motivo que la especial condición del artista moderno de darle más valor a los poderes que otorgan las forman que a las formas finales en sí mismas. El artista quiere habitar, mas allá de las apariencias, en ese ‘”lugar secreto», en esa «casa de todo tiempo y espacio —llámese Cerebro, corazón o creación— que es la vivienda activa del hombre».

El arte actual ¿es un arte de transición o un arte definitivo? han preguntado muchos. Y Klee contesta con conmovedora humildad: «Estamos lejos de ese día en que la creación de una obra signifique abarcar toda la vasta región de las dimensiones posibles, sin perder el contacto con los hombres. En este sentido el artista moderno sólo ha reunido las partes, sin construir el todo Y nuestra tragedia es que el pueblo no está con nos otros. Y debemos obtenerlo». Mientras leo este párrafo, el avión parece responder a las meditaciones de Klee: desciende como un ascensor, buscando luego el camino sin piedras trazado en el aire, invisible, casi un sueño casi demencial de la ruta voladora.

Y como si estuviera sentado junto a mí oigo desde las líneas del libro la voz impresa del pintor, que dice:

—»No hables, pintor, pinta. Y no te importe cuando; mientras tú sufres y te afanas por agrupar los elementos formales, pura y lógicamente, cada uno en su lugar justo, aparezca a tus espaldas el filisteo que dice: «¡Pero esto no tiene nada que ver con las cosas de nuestro tío!». Es entonces cuando el artista debe pensar para sí mismo: «¡Al infierno con el tío!».

El avión disminuye la velocidad. Se encienden los letreros rojizos, del fondo. A través de la ventanilla, miniaturas de casas, potreros cuadricula dos, caminos de cinta, manchas verdes, planos parduscos. Y la voz de la stewardess:

—¡Dallas. Final de viaje! En el asiento vacío del lado, Paul Klee.

Sebastián del Campo, Pro Arte, Abril 1949

 

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