24 - noviembre - 2024

Cecilia, la vida en llamas. Patricio Manns, Valentín Trujillo, Víctor Jara, Violeta Parra y Los Tres en la vida de la cantante que inauguró el rock femenino en Chile. Por Wellington Rojas Valdebenito

Patricio Manns, Valentín Trujillo, Víctor Jara, Violeta Parra fueron importantes en la vida de Cecilia, tal como relata aquí el escritor y crítico literario Wellington Rojas Valdebenito, en estos cuatro artículos sobre el libro de Crisóbal Peña, «Cecilia, La Vida en llamas», publicados en el diario La Tribuna  de Los Ángeles de Chile entre enero y febrero, 2003. Fuente: Sección Archivo de Referencias Críticas Chilenas. 2003.

Primera parte

Los Inicios de una Estrella

Muy pocas veces el firmamento musical chileno ha dado al público figuras que a pesar del transcurrir del tiempo han sobrepasado con creces la ineludible barrera generacional. Hecho que por sí solo habla de lo efímera que puede ser la «fama por un día», la que muchos sueñan alcanzar a costa de muchas turbulencias, propias del mundo artístico pequeño como lo es el de nuestro país.

Lo anterior vale para referirnos a un libro de reciente data de autoría del periodista Cristóbal Peña, quien debuta en la letra impresa con un libro de proporciones, tanto por la temática que aborda, como también por el personaje central de sus páginas, las que certeramente ha titulado Cecilia, La vida en Llamas (Editorial Planeta. Santiago 2002).

Todo comenzó en un pueblo ubicado a sesenta kilómetros al norte de Concepción: el puerto de Tomé, para llegar hasta allá se debe pasar por la peligrosa cuesta Caracoles, se había transformado en un sorprendente polo industrial con la presencia de emigrantes italianos y alemanes. Los que con tesón y esfuerzo crearon en ese rincón de Chile las principales fábricas textiles nacionales. En ese Tomé, un día 21 de octubre de 1943, nació Mireya Cecilia Ramona Pantoja Levi, quien años más tarde sería simplemente Cecilia, la Incomparable. Desde pequeña se sintió atraída por lo artístico. AI principio soñaba con ser estrella de cine. Nunca fue buena alumna en el liceo. Un inspector de su colegio la escuchó cantar en un paseo y la invitó a cantar, petición que ella aceptó, sólo si lo hacía con los hermanos González y fueron presentados como trío melodía, para después convertirse en Los de Tomé. El grupo obtuvo su primer contrato profesional en la Radio Simón Bolívar de Concepción, la única que en provincias mantenía un show en vivo.

Allí se encontró con un joven reportero que cantaba pero que aún no había grabado sus propios temas, ni había iniciado una carrera que lo llevaría a ser uno de los pilares del movimiento de la nueva canción chilena. Su nombre era Patricio Manns, y sus actuaciones en la radio penquista fueron tan exitosas que recibieron una oferta del sello RCA Víctor para grabar en la capital. El resultado fue un single con temas; No apuestes cariño (Don’t be money, honey) y Muchacha triste y solitaria (Lonely Blue Boy), temas originalmente interpretados por los norteamericanos Conway Twitty y Linda Scott. AI respecto Cristóbal Peña, señala: «el disco está firmado por Los de Tomé, pero bien puede considerarse el primer solista de Cecilia. Los hermanos González están física y activamente en segundo plano, relegados ante la encantadora dulzura tímbrica de una cantante que empieza a medir sus dotes.

Con el advenimiento de la Nueva ola con estrellas como Peter Rock, Fresia Soto o Danny Chilean, los sellos se esforzaron por grabar temas rock. A ningún director artístico se le ocurriría grabar tangos o melodías italianas con un cantante juvenil. Eso fue precisamente lo que hizo Cecilia aconsejada por el director artístico de Odeón, el argentino Rubén Nouselles quien le recomienda grabar Uno de tantos (Uno dei tanti) y una canción de la propia Cecilia: Quiero Vivir, escrita en inglés y acompañada por un músico que pese a no haber cumplido aún lo 30 años, era un experimentado intérprete formado en la escuela de las orquestas de los años cincuenta. Su nombre era Valentín Trujillo. Referente a este debut disquero de Ia cantante, el autor anota :

“Es aquí donde ella escribe por primera vez líricas inflexiones vocales propias del rock and roll, frases quejumbrosas y sensuales que muestran un desparpajo desconocido hasta entonces en una cantante chilena. Ella es la primera cantante que lo hacía con gracias, naturalidad y desinhibición. El rock femenino se declara inaugurado en Chile”.

Segunda parte

Nace la Incomparable

Continuando con la lectura del libro de Cristóbal Peña Cecilia, la Vida en LLamas nos encontramos con una muchacha alejada de su Tomé natal, por lo tanto se encuentra sola en la capital, tratando de abrirse camino al éxito. Al principio fue motivo de burlas de quienes reprobaban su vestimenta y acento provinciano. Su diminuta figura contrastaba enormemente con Sussy Vecky o Gloria Aguirre, dos de los símbolos sexuales de la época. Su primer single como solista fue resistido por las radios que no estaban acostumbrados a programar a una cantante juvenil, que poseía una voz metálica y huracanada. AI respecto años más tarde en una nueva entrevista a la revista Ritmo. señalaría: «Sé que en esa época se me criticó mucho. Mis trajes eran horribles, pero yo no tenía plata ni gusto para comprarme otros. Era una chiquilla de provincia tratando de seguir adelante en Santiago una ciudad grande donde todo era ajeno. Las críticas casi destructivas de aquel tiempo, Nace la Incomparable me afectaron mucho. Soy muy sensible, me pasaba llorando, pero nunca me enojé con nadie. La verdad es que no me gusta disgustarme con la gente. Y a pesar de todo, comenzó a hablarse del estilo Ceciliano, como alguien lo llamó por ahí». El 27 de julio de I962 en funciones de vermut y noche en el Teatro Rex de Concepción se presentaban Danny Chilean, Rommy, Lorenzo Valderrama y la tomecina Cecilia. Allí ella estrenó su “beso de taquito”, inequívoca seña rocanrolera que patentaría con carácter propio e inimitable. El gesto de ella era arrogante y masculino inspirado en la técnica más depurada del fútbol. Con los dedos en punta de lanza pinchaba un beso en los labios, lo llevaba al taco del zapato y de ahí lo lanzaba con fuerza hacia un público que deleitaba con la ocurrencia y se peleaba por atraparlo en el aire» En 1963 Cecilia graba Amor, Mon amour, My love, una pieza melódica del cancionero italiano. AI reverso del disco venía su famoso Puré de Papas, un tema que había hecho popular a Bill Halley y sus cometas. El tema fue una de las pocas canciones nueva oleras del repertorio de la cantante. Luego haría lo propio con temas de Vittorio Cintolesi, un músico y arquitecto italiano, autor del tema Eres Exquisita de Los Ramblers. Otras canciones de su autoría en la voz de Cecilia fueron Es la Nostalgia y Ultimo Baile, ambas con influencias de los parisinos Gilbert Becaud y Edith Piaf. Referente a esta última, Cristóbal Peña hace un paralelo entre la intérprete gala y Cecilia. «guardando las proporciones, no sólo los estilos vocales de los cantantes se emparentaron desde entonces. Menudas e indomables, las dos padecieron de una necesidad de cariño proporcional al temor de su soledad. Nunca, sin embargo, se conformaron en el amor. Por eso cantaron al desamor, al cariño imposible y prohibido, y ese código fue traducido y apropiado por minorías, como si hubiese estado cifrado sólo para ellas. Una moriría en octubre de 1963. La otra apenas sorprendida por la noticia, siguió adelante con su carrera».

En 1928 toda Italia escuchaba la voz de la actriz Anna Fougaz cantando Tango Delle Rose (Tango de las rosas). Con arreglos de Valentín Trujillo el tema fue grabado por Cecilia a fines de 1963. Trujillo creó una orquestación en la que la cantante se desangra acompañada por contrabajo, piano y acordeón. Desde entonces comenzaría para ella una popularidad sin límites que llegaría hasta hoy. Lo demás es historia.

Tercera parte

Los años de esplendor

Avanzando en las páginas de Cecilia, la vida en llamas de Cristóbal Peña, leemos que a mediados de los sesenta, la fama de Cecilia llegaba a todas las edades y estratos sociales. Se daba el lujo de repletar tres funciones seguidas en el mítico Caupolicán. Su voz era pauta obligada de todas las radios y animadores, los que le concedieron el Laurel de Oro, uno de los más importantes premios a la música chilena de esos años. En 1964 retorna el sello Odeón y graba el tema Baño de mar a Medianoche de Doménico Modugno. El éxito no se hizo esperar. De esa histórica grabación el autor del libro escribe: dos violines a contratiempo provocan una tensión que se refuerza con la interpretación de una cantante que ya no teme que la llamen gritona. Ahora gritar está de moda. En 1967 nuevamente la cantante recurrió al autor de Volare y con arreglos de su amigo Valentín Trujillo grabó Aleluya, tema que superó todos los éxitos.

Con la canción Como una Ola de María Angélica Ramírez, compitió en el Festival de Viña del Mar ( 1965). Parte del público y la prensa no concordaron con el jurado que le otorgó el primer lugar. AI interpretar la canción ganadora lo hizo acompañada de una ensordecedora rechifla. De esa actuación leemos lo anotado por Cristóbal Peña: «Cecilia no se contuvo, y al interpretar la frase del estribillo donde canta me siento sola, sola, como una ola en el mar de gente indiferente, apuntó socarronamente con el dedo al público que la pifiaba. La guerra estaba declarada. Y el Festival de Viña perdía para siempre toda sentida inocencia». En 1965 viaja a España donde permanece tres meses. Allí graba con la orquesta de Don Roy los temas Mamita, Tanto, El viento se fue y No, Amigo, No. Las expectativas de triunfar en España no se cumplieron y la cantante y su familia debieron emprender vuelo a casa.

A su arribo al aeropuerto de Los Cerrillos fue espectacular. Cientos de fans portando pancartas de bienvenida y un distintivo que las identificaba. Era el Fan Club de Cecilia, el primero en su género en Chile. Un twist de pegajoso ritmo titulado Serénate escrita por ella misma fue el último tema clásico del movimiento nuevaolero. Varios de sus integrantes se fueron hacia otras latitudes. Es en esa época en que la cantante se da cuenta de que empiezan a aparecer otras figuras de relevo. Uno de ellos es un muchacho flaco que a partir de 1966 se transforma en un ídolo de proporciones. Ese era nada menos que José Alfredo Fuentes, más conocido como el Pollo. Después de grabar una serie de canciones cuya temática era de desengaño, la cantante se distancia de la revista Ritmo, verdadero barómetro del acontecer musical juvenil del país.

En el 1969 aconsejada por Valentín Trujillo decide grabar Gracias a la Vida. Lo mismo hace con Plegaria del Labrador de Víctor Jara, tema que había ganado el Primer Festival de la Nueva Canción Chilena, organizado por la Universidad Católica.

En 1970 acudió a la calle Carmen 340 lugar donde funcionaba La Peña de los Parra. Era primera vez que una cantante de la nueva ola interpretaba sus canciones en tan legendario recinto. También era la primera vez que ella cantaba sólo acompañada de su guitarra de madera.

Cuarta Parte

Los años de esplendor

En 1970 nuevamente participa en el Festival de Viña, esta vez su tema es Nadie más Quedará, el cual pasa sin pena ni gloria. Decide viajar a México, país donde tampoco le ocurre nada en materia artística. De regreso a Chile forma su propio sello grabador Chía Producciones. Los escenarios que antes se llenaban para escuchar su voz ya no son los mismos. Inicia una etapa en que sus amigas son las bailarinas de strip tease y actores de revistas frívolas.

Posterior a 1973 la artista se sumerge en el anonimato. No registra domicilio conocido ni se sabe de su paradero. Fue el programa DingoIodango conducido por Enrique Maluenda el que se propuso encontrar a la cantante. En el año 1976 su búsqueda era una de las metas para obtener el copihue de oro, galardón entregado por el programa. De regreso a la capital actúa en algunas emisiones del Festival de la Una de Televisión Nacional.

Referente a su accionar CristóbaI Peña en su libro, escribe: «Su sola presencia generaba incomodidad, si no desconfianzas, un abierto rechazo, entre los productores de televisión. Ella no era como el resto de las cantantes. Pertenecía a una marginalidad, a los bajos fondos, y pese a esa condición tampoco estaba disponible para actuar por lo que consideraba migajas.

Desde otra perspectiva, al interior de los canales de televisión nunca tenían la certeza de que llegaría a actuar. En contra de lo que dice la creencia popular, no vivía ahogada en el alcohol. Ella no tenía una doble vida, ni una familia de pantalla. Ella sólo se debía fidelidad a sí misma. «Haré Io que se me antoje, es el título de la canción que escribió por esa época y que marcaría su bitácora de vida en los años venideros».

El resurgimiento de Cecilia tiene varios nombres, entre ellos Vicente Ruiz, director de teatro; Javiera Parra y su cover Un Compromiso; Álvaro Henríquez del grupo Los Tres. En 1995 en el local La Batuta, destinado a mostrar lo nuevo en música rock, se encuentra Vicente Ruiz junto a Patricia Rivadeneira, organizadores de una velada cuyo objetivo era presenciar un concierto de Cecilia, la primera mujer ídolo.

Lo mismo ocurre en el Monumental. Año 1997. Más de cinco mil personas aplauden frenéticamente la aparición de Cecilia. La cantante responde a los aplausos con la pregunta ¿underground o sesentas? Y lo hace consciente de que entre esa masa que la admira se encuentran varias generaciones. Lo demás es parte del pasado reciente. Ya sea en la capital o en las provincias, ella, la reina de la nueva ola sabe que cuenta con su público que la sigue con devoción. Ya sea actuando sola o en compañía de sus antiguos colegas nuevoleros, Cecilia.

El libro de CristóbaI Peña, Cecilia, La vida en Llamas, que muchos quisieran ubicar bajo el archi conocido rubro de «biografía no autorizada», oscila entre la biografía y el ensayo. Su excelente trabajo está a la altura de su personaje. Esta vez biógrafo y biografiada forman una dupla singular, lo cual, en estos días con tanto libro por encargo, es toda una hazaña.

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