Omar Pérez Santiago, escritor
El presidente de Argentina camina en la Quinta de Olivos.
El pelo sin cortar y sus ojos azules tan ávidos como traumados.
(Nadie conoce bien su herida oscura donde reside su delirio).
Javo-Noir, así le dicen sus amigos, entró a la inaugurada Capilla San Conan, un negro sagrario medieval que él creó en rebeldía con el mal: la modernidad y los tullidos.
En el altar la escultura de ébano de su perro Conan, su mastín inglés muerto en 2017, su dios moral y su canal de luz, refulge.
Su inconsciente se expresa mejor a través del perro.
Javo-Noir encendió un cirio.
Se arrodilló en el reclinatorio de madera ornamental, acolchada y tapizada con terciopelo.
Oró a través de un poema de Lord Byron, Epitaph to a Dog :
—Conan, en la vida mi amigo más firme,
El primero en recibir, el primero en defender.
Luego, con voz rasposa como la grava, agregó, con ojos de angustia negra:
—Gracias, Conan. Sin ti no habría sido presidente de la Argentina.
A los lectores les parecerá rancio. Pero orar a un animal muerto no es nuevo en la historia. Hay numerosas narraciones esotéricas de gente que, como Javo-Noir o Lord Byron, en los peores momentos de sus vidas, aprecia en un perro su libertad de la autoconciencia y su vida interior.
Los aztecas sabían que un perro tenía jerarquía religiosa. Lo sabían los chinos que lo honraron en la astrología. Tobías, un perfecto judío y amigo del arcángel San Rafael, tenía un perro blanco, símbolo de la ternura de Dios. Melampo, el patrón de los firulais de Francia, salvó a San Roque de la peste Bubónica al lamer sus llagas y tiene una estatua en Cádiz. Los clérigos Dominicanos tienen un perro blanco y negro como símbolo. Domini canes en latín significa «los perros del Señor». Los egipcios adoraban a los gatos. Pero, también reverenciaban a Anubis, el guardián de las tumbas. Los griegos esotéricos adoraban a Cancerbero, un dios perro de tres cabezas, la hipóstasis de la santísima trinidad. El pueblo de la comuna de San Miguel de Chile admira una estatua de Washington, el perro de Condorito.
Javo-Noir besó la escultura de Conan. Con voz engolada y eco en el fondo de la boca, condenó el flojo pasado del siglo argentino. Referenció a la fantasía heroica del escritor Robert E. Howard, creador de Conan, el Bárbaro:
—Argentina sale hoy de la Edad Precataclísmica y su abominable falta de teología y geometría que llevó a la ruina al gran imperio argentino. Ingresamos a la Era Hiboria de purificación.
—Así es, contestó la voz del perro.
Les puede parecer insólito o exótico, pero hay ejemplos de perros muertos que se comunican con humanos.
—Conan, gracias a tus iniciáticas transité por un sendero interior de magia y fe para derrotar a mis enemigos. Será violento, sí, pero necesario. No hay conjura sin espada.
—Así es, le contestó la voz del perro.
— Los necios se conjuraban contra mí.
—Así es.
—Conan, rememoro ese pavoroso día de octubre. Tu muerte. En mis brazos luchas como un león contra tu cáncer de columna. Conan, no entres dócilmente en la oscura noche, te dije fúnebre. Necesitaba ajustar las esquinas irregulares de mi corazón. Conan profeta, tus últimas palabras fueron: Serás presidente de Argentina.
—Así es.
Quizá a muchos les parecerá arcaico, pero en la nueva capilla del Huerto de Olivos, el presidente gime como si fuera un demonio que sueña.
Y con voz gutural de black metal canta como barra quilombera:
—Conan, Conan, Conan.
De pronto, el presidente de Argentina escucha gritos, tal vez cacerolazos, que retumban desde la calle.
(Continuará)
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