“Somos demasiado ligeros cuando consideramos a nuestros
ancestros como un conjunto de tontos debido a la monstruosa
inconsistencia (según nos parece) que implica su creencia en
la brujería”
CHARLES LAMB, Brujas y otros terrores nocturnos.
La entrada del sol anunciaba una espléndida madrugada de verano y parecía que nada malo podía ocurrir.
El mapuche Lautaro Catrileo (que se hacía llamar Lauta), no entendió por qué su novia maya, llamada Guadalupe Moctezuma (que se hacía llamar Lupe), lo abandonó esa madrugada.
— Lauta, es mejor que sigamos como amigos…
Lupe era linda, tenía unos dientes blancos y un pelo negro. Era gótica como era la moda y usaba unos aros con calaveras, las huesudas de nuestra Señora La Muerte, para la buena suerte.
La noche anterior Lauta organizó una fiesta en su departamento con sus compañeros del diario donde él era periodista. El festejo fue un éxito gracias a que uno de sus colegas era chef de cocina por afición. Se llamaba Julián María y se hacía llamar Jota Eme.
(Entonces nadie podía imaginar que Jota Eme moriría después, atropellado en la Avenida de la Muerte).
Jota Eme preparó una variedad de sushi de pepino y salmón. La fiesta fue un logro hasta que una de las chispeantes mujeres invitadas dijo una broma, algo en obvio tono de chanza, al calor de la fiesta.
— Pongan un corrido mexicano…
Eso fastidió a Lupe.
Sí, las mujeres mayas mexicanas siempre han tenido un alto valor de sí mismas y Lupe lo sintió como sablazo en el amor propio.
Como una ciega Lupe se fue a tumbos y se encerró en el dormitorio de Lauta donde crecía una planta de marihuana.
Cuando todos los invitados se fueron, ya estaba entrando el sol, Lauta ingresó a su dormitorio y vio que Lupe había rayado el respaldo de su cama, con tres maldiciones. “Te odio“, “Eres un miserable” y “Nunca te perdonaré”.
Entonces ella se despertó y comenzó la disputa.
Ella le dijo “es mejor que sigamos como amigos”.
— ¿Por qué?
— Has dejado que me insulten tus amigas.
— No es cierto.
— Además aquí ya no hay fuego y cómo voy a respetar a un hombre con tal eyaculación precoz.
Ese golpe Lauta lo sintió duro.
Lupe tomó sus cosas y se marchó.
Lauta trató de reconquistar a Lupe.
— ¿Cuándo volverás conmigo, Lupita? ¿Hay otro en tu vida?
Pero Lupe no respondió.
Lauta estuvo devastado, pues la amaba.
Pero, Lautaro no se derrota fácil.
Un día llamó por teléfono a su amigo Jota Eme y vislumbró una pequeña alternativa: organizar otra fiesta.
Esta vez, su chef amigo, Jota Eme, preparó tacos mexicanos.
(Todavía nadie puede imaginar que Jota Eme moriría sangrientamente).
En la fiesta Lauta conoce una pelirroja de apariencia fugaz, pero solitaria como él, una solipsista emocional que se llamaba Lucila Godoy y se hacía llamar Lucy.
El destino los puso allí fumando un porro en el balcón y algo los unió.
Lauta era un mapuche simpático y le dijo:
— Yo te conozco de antes.
— Yo también, pero no recuerdo de dónde, replicó Lucy.
— ¿De dónde vienes tú?
— Del Valle de Elqui.
— Una vez estuve allí…
Su memoria porosa les dio un aire de intimidad y con la ayuda de la marihuana se rieron como niños.
Al otro día, Lauta empezó a nadar en la pileta de la YMCA y ganó en armonía.
Y Lauta y Lucy empezaron a salir, a divertirse juntos y -así son las cosas- se hicieron pareja.
Una noche Lauta bebía un vodka tónica mientras navegaba en Internet, leía revistas marginales, veía algo de porno soft y se fumaba un porro de su propia cosecha. Su ansiedad por Lupe se había disipado. Se estiró en su silla pleno de confort.
En ese mismo momento llegó un email de Lupe, la mexicana.
“Quiero pasar a buscar un cancionero que se me quedó en tu casa. Lo necesito para repasar unas canciones en guitarra.”
Lauta le respondió de inmediato:
— Conchetumaire…
Y con un click en el mouse se lo mandó por email.
Un segundo después, Lauta pensó: “quizás bebí demasiado vodka”.
Instantáneamente, Lupe leyó la respuesta a su email. Y le surgió una gran rabia. No se supo qué conjuros convoca Lupe esa noche, pero lo más probable es que ella haya invocado a su señora de la Santa Muerte. Acarició las huesudas que colgaban de sus orejas, y realizó la oración de la suplantación.
No sabemos mucho de invocaciones.
Pero algunas horas después, a las siete de la mañana, Lauta recibió una escalofriante noticia por teléfono.
Jota Eme, su mejor amigo, en mitad de la sombría noche, había muerto atropellado en la calle de la Muerte, a la hora de la Muerte, tipo tres de la mañana.
Lautaro (o Lauta) siente cierta tristeza, una extraña melancolía que lo abate.
Lautaro Catrileo lijó, pulió y repintó el respaldo de su cama para borrar los grafitis malignos de Guadalupe Moctezuma, últimos vestigios de un amor muerto.
Lautaro regó su planta de marihuana y pensó, con una marejada de nostalgia y melancolía:
— La Santa Muerte quizá se equivocó de dirección esta vez.
Omar Pérez Santiago,
del libro Nefilim en Alhué, Mago editores, 2011
Revista Alerce. Año 5, N° 44, Abril de 2018.