18 - diciembre - 2024

Basta de hipocresía. El debate necesario sobre los fondos concursables del arte y la cultura, según el notable narrador italiano Alessandro Baricco.

EL TEATRO CON FONDOS PÚBLICOS

Por Alessandro Baricco.

Bajo la lente de la crisis económica, pequeñas grietas se hacen enormes en la pieza de cerámica de tantas vidas individuales, pero también en el muro de piedra de nuestra convivencia civil. Una que se está abriendo mucho, no de manera sangrienta, pero sí seriamente, es la que se refiere a las subvenciones públicas a la cultura. El río del dinero que se vierte en teatros, museos, festivales, exposiciones, congresos, fundaciones y asociaciones. Como el río se está extinguiendo, se formulan preguntas. Se protesta. Se debate. Una auditoría aquí, una investigación por malversación allí, se reúnen los síntomas de una agonía que también podría ser larguísima, pero que esta vez no lo será tanto. Bajo la lente de la crisis económica, todo arderá, mucho más rápidamente de lo que se cree.

En situaciones semejantes, en las películas americanas solo puedes hacer dos cosas: o escapas o piensas muy rápidamente. Escapar no es nada elegante. Es, pues, el momento de pensar muy rápidamente. Tienen que hacerlo todos aquellos a quienes les importa la tensión cultural de nuestro país y todos aquellos que conocen esa situación de cerca, por haber trabajado, en cualquier nivel. Yo respondo a la descripción, así que aquí estoy. En realidad, necesitaría un libro para decir todo lo que pienso sobre la trama entre dinero público y cultura, pero pensar rápidamente también significa pensar lo esencial y eso es lo que voy a intentar hacer aquí.

Si intento entender qué fue, hace tiempo, lo que nos llevó a utilizar el dinero público para sostener la vida cultural de un país, se me vienen a la mente dos buenas razones.

La primera: ensanchar el privilegio del crecimiento cultural, haciendo accesibles los lugares y los ritos de la cultura a la mayor parte de la comunidad.

La segunda: defender de la inercia del mercado algunas obras o piezas de repertorio que probablemente no habrían tenido fuerzas para sobrevivir a la lógica del beneficio y que de todas formas nos parecían irrenunciables a la hora de transmitir determinado grado de civilización.

A estas dos razones añadiría yo una tercera, más general, más sofisticada, pero igualmente importante: la necesidad que tienen las democracias de motivar a los ciudadanos para que asuman la responsabilidad de la democracia; la necesidad de tener ciudadanos informados, mínimamente cultos, provistos de principios morales sólidos y de referencias culturales fuertes. Al defender la altura cultural del ciudadano, las democracias se salvan a ellas mismas, como ya sabían los griegos en el siglo V y como han entendido perfectamente las jóvenes y frágiles democracias europeas en cuanto acabaron los tiempos de los totalitarismos y de las guerras mundiales.

¿SIRVEN TODAVIA ESOS OBJETIVOS?

Ahora la pregunta debería ser esta: estos tres objetivos, ¿sirven todavía? ¿Tenemos ganas de preguntarnos, con toda la honestidad posible, si son todavía objetivos actuales? Yo tengo ganas de hacerlo. Y daría esta respuesta: probablemente todavía son justos, legítimos, pero habría que resituarlos en el paisaje que nos rodea. Deben ser actualizados a la luz de lo que ha pasado desde que los concebimos. Voy a intentar explicarme. Tomemos el primer objetivo; extender el privilegio de la cultura, hacer accesible los lugares de la inteligencia y del saber. Ahora, hay una cosa que ha pasado en los últimos quince años en el ámbito de los consumos culturales: una verdadera explosión de las fronteras, una extensión de los privilegios y un aumento general de la accesibilidad.

THE AGE OF MAN INTELLIGENCE

La expresión que mejor ha constatado esta revolución es americana: the age of man intelligence, la época de la inteligencia de masas. Hoy no tendría sentido pensar en la cultura como privilegio restringido a una élite acomodada se ha convertido en un campo abierto en el que hacen masivas incursiones los grupos sociales que siempre habían permanecido al otro lado de la puerta. Lo importan te es entender por qué ha sucedido esto, ¿Gracias al paciente trabajo del dinero público? No, o al menos solo en contadas ocasiones y siempre a remolque de otras cosas ya ocurridas. La caja fuerte de los privilegios culturales ha sido forzada por una serie de causas cruzadas: internet, globalización, nuevas tecnologías, mayor riqueza colectiva, aumento del tiempo libre, agresividad de las empresas privadas en busca de una expansión de los mercados. Todas estas cosas sucedieron en el campo abierto del mercado, sin ninguna protección concreta de carácter público. Si analizamos los sectores en los cuales la apertura ha sido más espectacular, se me vienen a la cabeza los libros, la música ligera, la producción audiovisual: son ámbitos en los que el dinero público está casi ausente.

DEJAR AL MERCADO QUE FUNCIONE

Por el contrario, donde la intervención pública es cuantiosa, la explosión parece más contraída, lenta, cuando no ausente: pensad en la ópera, en la música clásica, en el teatro; si no están estancados, poco falta. No es el caso de hacer deducciones demasiado automáticas, pero el indicio resulta claro: si se trata de eliminar barreras y de desmantelar privilegios, en 2009, es mejor dejar hacer al mercado y no molestar, Esto no significa olvidar lo que la batalla contra el privilegio cultural todavía está lejos de ganar: sabemos muy bien que existen todavía grandes compartimentos del país en los que el consumo cultural está en las últimas. Pero las fronteras se han movido.

ESCUELA Y TELEVISIÓN

Quien hoy no accede a la vida cultural habita en espacios en blanco de la sociedad que son accesibles a través de dos únicos canales:

escuela y televisión, Cuando se habla de fondos públicos para la cultura, no se habla de la escuela ni de la televisión. Es dinero que gastamos en otra parte. Aparentemente donde ya no son necesarios. Si una lucha contra la marginación cultural es sacrosanta, nosotros la estamos librando en un campo en el que la batalla ya ha terminado.

Segundo objetivo: la defensa de obras y piezas de repertorio valiosas que, por sus elevados costes o su relativo atractivo, no resistirían el impacto con una despiadada lógica del mercado. Para entendernos: salvar los montajes teatrales de millones de euros, La hija del regimiento de Gaetano Donizetti  (1797-1848,) el cuerpo de baile de la Scala, la música de Karlheinz Stockhausen (1928-2007), los congresos sobre la poesía dialectal, etcétera. Aquí el asunto es delicado. El principio, en sí, es asumible. Pero, con el tiempo, la ingenuidad que lo sustenta ha alcanzado niveles de evidencia casi ofensivos. El punto es: solo con la inocencia y el optimismo de los años sesenta era posible realmente creer que la política, la inteligencia y el saber de la política podrían decretar qué era necesario salvar y qué no. Si uno piensa en la cadena de inteligencias y saberes que va del ministro competente a un determinado director artístico, pasando por los diversos asesores, ¿estamos exactamente seguros de tener ante nuestros ojos una red de impresionante lucidez intelectual, capaz de entender, mejor que los demás, el espíritu de nuestro tiempo y las dinámicas de la inteligencia colectiva? Con todo el respeto, la respuesta es no. ¿Podrían hacerlo mejor las iniciativas privadas, el mercado? Probablemente no, pero estoy convencido de que tampoco podrían hacerlo peor. Me queda la certeza de que el ensañamiento terapéutico en espectáculos agonizantes, y aún más la posición monopolística que el dinero público adopta para defenderlos, han causado daños imprevistos de los que sería necesario ir tomando ya buena nota. Me resulta imposible no pensar, por ejemplo, que la insistente defensa de la música contemporánea ha generado una situación artificial de la que público y compositores, en Italia, todavía no se ha recuperado: quien escribe música ya no sabe exactamente qué está haciendo ni para quién y el público está tan desnortado que ya no entiende de qué lado está Giovanni Allevi (n. 1969, uno de los pianistas italianos más conocidos) (yo lo sé, pero anda que os lo voy a decir). O bien: ¿queremos hablar de la apasionada defensa del teatro de dirección, que se ha convertido prácticamente en el único teatro reconocido en Italia Ahora podemos decir que nos ha regalado muchos espectáculos inolvidables, pero también que ha diezmado las filas de los dramaturgos y ha complicado la vida de los actores: el resulta do consiste en que en nuestro país ya casi no existe ese acto rotundo y natural que, poniendo simplemente en contacto a uno que escribe, uno que actúa, uno que pone en escena y uno que tiene el dinero para invertir, produce el teatro como lo conocen los países anglosajones; un gesto natural, que se cruza fácilmente con la literatura y el cine, y que forma parte de la vida diaria de la gente.

EFECTOS COLATERALES

Como veis, los principios incluso podrían ser buenos, pero los efectos colaterales carecen de control. Añado que la auténtica ruina se alcanzó cuando la defensa de algo condujo a una posición monopolística. Cuando un mecenas, no importa si es público o privado, es el único sujeto operativo en un determinado mercado y, además, no está obligado a rendir cuentas, aceptando la posibilidad de perder dinero, el efecto que genera alrededor es la desertización. Opera, teatro, música clásica, festivales culturales, premios, formación profesional: todos los ámbitos donde el dinero público cubre más o menos en su totalidad. Márgenes de maniobra para los inversores privados: mínimos. ¿Estamos seguros de que es eso lo que queremos? ¿Estamos seguros de que este es el sistema apropiado para impedir que se nos arrebate la herencia cultural que hemos recibido y que queremos legar a nuestros hijos? Tercer objetivo: en el crecimiento cultural de los ciudadanos las democracias cimientan su estabilidad. Correcto. Pero tengo un pequeño ejemplo que puede hacernos reflexionar, fatalmente reservado para los electores de centro-izquierda: Berlusconi. Circula la convicción de que ese hombre, con tres televisiones, más otras tres a remolque o episódicamente controladas por él, ha desestabilizado el talante moral y la altura cultural de este país desde sus cimientos, con el resultado de generar, casi como un efecto automático, cierta inadecuación colectiva a las exigentes reglas de la democracia.

DEFENSA INCORRECTA

Del modo más claro y sintético he visto enunciada esta idea por el director, actor, productor y guionista Nanni Moretti, en su trabajo y en sus palabras. No es una posición que me convence (a mí Berlusconi me parece más una consecuencia que una causa), pero sé que es ampliamente compartida y, por tanto, podemos tomarla como buena. Y preguntarnos: ¿cómo es que la grandiosa presa cultural que habíamos imaginado que levantábamos con el dinero de los contribuyentes (es decir, el nuestro) ha cedido ante tan poco? ¿Bastaba con montar tres canales televisivos para esquivar el grandioso círculo de murallas que tanto nos había costado levantar? Evidentemente, sí. ¿Y los torreones que hemos defendido, los conciertos de lieder, la refinada puesta en escena de Chéjov, La hija del regimiento, las exposiciones de arte toscano del siglo XV, los museos de arte contemporáneo, las ferias del libro? ¿Dónde estaban, cuando las necesitábamos? ¿Es posible que no hayan visto pasar al Gran Hermano? Sí, es posible. Y entonces nos vemos obligados a deducir que la batalla era justa, pero la línea de defensa incorrecta. O frágil. O estaba podrida. O era corrupta. Aunque, lo más probable es que la levantáramos en el lugar equivocado.

Resumo. La idea de atornillar tornillos en la madera para hacer que la mesa sea más robusta está bien, pero el problema es que atornillamos a martillazos o con cortaúñas. Atornillamos con el pelapapas. Dentro de poco, cuando se acabe el dinero, atornillaremos con los dedos. ¿Qué hacer, entonces?

DESPLAZAD ESE DINERO

Mantener firmes los objetivos y cambiar de estrategia, por supuesto. A mí me parecería lógico, por ejemplo, realizar dos simples movimientos, que aquí sintetizo, para dolor de úlcera de muchas personas.

1.Desplazad ese dinero, por favor, a la escuela y a la televisión. El país real está ahí y ahí está la batalla que deberíamos librar con ese dinero. ¿Por qué dejamos que se escapen rebaños enteros del cercado, sin pestañear, para luego condenarnos a perseguir a los fugitivos, uno a uno, tiempo después, a golpe de teatros, museos, festivales, ferias y eventos, desangrándonos en una labor absurda? ¿Qué sentido tiene salvar la ópera y producir estudiantes que saben más de química que de Verdi? ¿Qué significa pagar temporadas de conciertos para un país en el que no se estudia la historia de la música ni siquiera cuando se estudia el Romanticismo? ¿Por qué ir tanto de pijeras programando teatro sublime, cuando transmitir a Benigni en televisión parece ya un acto de heroísmo? ¿Con qué cara subvencionar congresos de historia, medicina, filosofía, etnomusicología, cuando el saber, en televisión -donde sería para todo el mundo- solo existirá mientras la saga de los Angela continúen con sus programas de divulgación?

ABRIR UN TEATRO EN CADA ESCUELA

Cerrad los teatros estables y abrid un teatro en cada escuela. Poned a cero las convenciones y pensad en crear una nueva generación de profesores preparados y bien pagados. Liberaos de las fundaciones y de las entidades que fomentan la lectura y poned un programa decente sobre libros en prime time. Olvidaos de los grandes conciertos de música de cámara y con el dinero ahorrado permitámonos una noche a la semana de tele que pase por completo de medir las audiencias. Lo digo de otro modo: dejad de pensar que debería ser un objetivo del dinero público producir una oferta de espectáculos, acontecimientos, festivales; ya no lo es. El mercado sería hoy lo bastante maduro y dinámico para funcionar tranquilamente por su cuenta. Ese dinero sirve para algo fundamental, algo que el mercado no sabe y no quiere hacer: formar un público consciente, culto, moderno. Y hacerlo allí donde aún está todo el público, sin discriminaciones de clase y de biografía personal: en la escuela, en primer lugar, y luego delante de la televisión. La función pública debe volver a su vocación original: alfabetizar. Hay que realizar una segunda alfabetización del país, que capacite a todo el mundo a leer y escribir lo moderno. Solo esto puede generar igualdad y transmitir valores morales e intelectuales. Todo lo demás es un falso objetivo.

APOYAR INICIATIVAS PRIVADAS

 Dejar que en los enormes espacios abiertos creados por esta especie de retirada estratégica vayan a colocarse las iniciativas privadas. Este es un punto delicado, porque pasa a través de la destrucción de un tabú: la cultura como negocio. Uno tiene en mente al villano que llega y que lo destruye todo. Pero, por ejemplo, eso mismo no nos asusta en el mundo de los libros o de la información: ¿habéis sentido alguna vez la falta de una editorial o de un periódico nacional, regional o municipal? Para seguir con los libros: ¿Os parecen bandidos los Mondadori, Feltrinelli, Rizzoli, Adelphi, por no hablar de los pequeños y medianos editores? ¿Os parecen piratas los libreros? Esa gente se dedica a la cultura y hace negocio. Son ellos quienes nos abren las puertas al mundo de los libros. No será el paraíso, pero el infierno es otra cosa. ¿Y, entonces, por qué en el teatro no? Intentad imaginar que en vuestra ciudad hay cuatro carteleras teatrales hechas por Mondadori, De Agostini, Benetton. ¿Acaso es tan terrorífico? ¿Sentiríais la hiriente ausencia de un teatro estable sostenido con vuestro dinero? Lo que debería hacerse es crear las condiciones necesarias para crear auténticas empresas privadas en el ámbito de la cultura. Creer en ello y, con el dinero público, echar una mano, sin moralismos fuera de lugar. Si se tienen dudas sobre la calidad del producto final o sobre la accesibilidad económica de los servicios, intervenir para apoyar sin ningún pudor. Lo digo de un modo brutal: acostumbrarnos a dar nuestro dinero a alguien que lo utilizará para producir cultura y beneficios.

BASTA CON LA HIPOCRESÍA

Ya basta con la hipocresía de las organizaciones y las fundaciones sin ánimo de lucro: como si no fueran ganancias los sueldos, y los favores, y las regalías, y la autopromoción personal, y los pequeños poderes derivados. Vamos a acostumbrarnos a aceptar auténticas empresas que producen cultura y beneficios económicos y usemos los recursos públicos para ponerlas en condiciones de mantener precios bajos y de generar calidad. Olvidémonos de hacer que paguen impuestos, abrámosles el acceso al patrimonio inmobiliario de las ciudades, aligeremos el coste del empleo, forcemos a los bancos a desplegar para ellos una política de préstamos rápidos y muy favorables. El mundo de la cultura y del espectáculo, en nuestro país, lo mantienen en pie cada día miles de personas, a todos los niveles, que realizan ese trabajo con pasión y capacidad: démosles la posibilidad de trabajar en un campo abierto, en sintonía con los consumos reales, aligerado de las trabas políticas y revitalizado por un verdadero contacto con el mercado. Son mayores ya, cerremos esta guardería. Parece un problema técnico, pero es sobre todo una revolución mental. Los frenos son ideológicos, no prácticos. Parece una utopía, pero la utopía está en nuestra cabeza: no existe ningún lugar donde sea más fácil hacerla realidad.

24 de febrero de 2009

El Nuevo Barnum, Anagrama.

De la traducción Xavier González Rovira, 2022.

 

 

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