11 - diciembre - 2024

Sylvia Day, la escritora y la sensualidad: «en la interacción sexual se abren ampliamente, trasladan sus emociones y sentimientos del uno al otro a través del tacto»

«Mis personajes tienen dificultades a la hora de comunicarse verbalmente, se restringen mucho, intentan proteger un centro emocional muy vulnerable y lleno de secretos, pero en la interacción sexual se abren ampliamente, trasladan sus emociones y sentimientos del uno al otro a través del tacto y eso para mí es fascinante y es lo que me resulta excitante de las escenas, que ves cómo esas dos personas están buscando de comunicarse físicamente de maneras que no son capaces verbalmente.

Sylvia Day es una reconocida escritora estadounidense de novelas románticas, especialmente conocida por su serie «Crossfire». Sus libros suelen ocupar los primeros puestos en las listas de best-sellers del New York Times y han sido traducidos a múltiples idiomas.

SOMOS UNO DE SYLVIA DAY

Nueva York era la ciudad que jamás dormía. Ni siquiera le entraba sueño nunca. Mi edificio de apartamentos del Upper West Side tenía el nivel de insonorización que se esperaba en la casa de un multimillonario pero, aun así, el zumbido de la ciudad se
filtraba en el interior: el acompasado ruido sordo de las ruedas sobre las trilladas calles, las protestas de los agotados frenos neumáticos y los incesantes bocinazos de los taxis.
Cuando salí del café de la esquina al siempre concurrido Broadway, el ajetreo de la ciudad me asaltó. ¿Cómo había vivido alguna vez sin el ruido de Manhattan?
¿Cómo había vivido sin él?
Gideon Cross.
Llevé las manos a su mentón y sentí cómo las acariciaba con su rostro. Esa muestra de vulnerabilidad y afecto me atravesó. Apenas unas horas antes, había creído que Gideon nunca cambiaría, que yo tendría que ceder demasiado si quería compartir mi vida con él. Ahora podía ver de frente su coraje y dudaba del mío.
¿Le había exigido más a él que a mí misma? Me avergonzaba la posibilidad de que lo hubiese obligado a cambiar mientras yo me había empeñado en seguir siendo la misma.
Se encontraba delante de mí, tan alto y tan fuerte. Vestido con vaqueros y camiseta y con una gorra que le tapaba la frente, era imposible reconocer al magnate mundial, pero su naturaleza irresistible no pasaba desapercibida a nadie que se cruzara con él. Por el rabillo del ojo pude ver cómo la gente de alrededor lo miraba una y, después, otra vez.
Aunque Gideon estuviese vestido con ropa informal o con su traje de tres piezas preferido, el poder de su cuerpo esbelto y musculoso era inconfundible. Su porte, la autoridad que desprendía con su impecable control, hacía imposible que se confundiera con el entorno.
La ciudad de Nueva York engullía todo lo que se adentraba en ella, pero Gideon la tenía bajo su control.
Y era mío. Pese a llevar mi anillo en el dedo, todavía había veces en las que me costaba creerlo.
Nunca sería un hombre sin más. Era la fiereza envuelta en elegancia, la perfección con trazos de desperfectos. Era el punto de conexión de mi mundo, un punto de conexión del mundo entero.
Sin embargo, acababa de demostrar que se doblegaría y cedería hasta lo imposible por estar conmigo, lo cual me proporcionaba de nuevo la seguridad de que yo era digna el dolor al que lo había obligado a enfrentarse.
A nuestro alrededor, las persianas de las tiendas de Broadway volvían a abrirse. El fluir del tráfico de la calle empezaba a volverse más denso a medida que los coches negros y los taxis amarillos pasaban a toda velocidad por la superficie irregular. Los vecinos iban llenando las aceras para sacar a sus perros a pasear o ir a correr a Central
Park a primera hora de la mañana, aprovechando todo el tiempo que pudieran antes de que la jornada de trabajo se vengara de ellos. El Mercedes se detuvo junto al bordillo justo cuando nos acercamos. Al volante, la enorme silueta sombría de Raúl. Angus acercó el Bentley para colocarse detrás. Mi trayecto y el de Gideon nos llevaban a
casas separadas. ¿Qué clase de matrimonio era ése?
Lo cierto es que el nuestro era así, aunque ninguno de los dos quería que fuese de ese modo. Tuve que trazar una línea divisoria cuando Gideon se llevó a mi jefe de la agencia de publicidad para la que yo trabajaba.
Comprendía el deseo de mi marido de que empezara a trabajar para Cross Industries, pero que intentara obligarme a ello a mis espaldas… No podía permitirlo, no con alguien como Gideon. O estábamos juntos y juntos tomábamos también las decisiones, o estábamos demasiado alejados como para que nuestra relación pudiese funcionar.
Eché la cabeza atrás y levanté los ojos hacia su deslumbrante rostro. En él vi arrepentimiento y alivio. Y amor. Mucho amor.
Era de una belleza pasmosa. Sus ojos tenían el azul del mar Caribe, su pelo espeso y su lustrosa melena negra le acariciaban el cuello. Una mano fervorosa había esculpido cada plano y cada ángulo de su cara con tal perfección que te hipnotizaba y te dificultaba poder pensar con claridad. Me había cautivado su aspecto desde la primera
vez que lo vi y, a veces, aún había momentos en que las neuronas se me freían. Gideon me deslumbraba.
No obstante, era el interior de ese hombre, su incesante energía y su poder, su aguda inteligencia y su carácter implacable, unidos a un corazón que podía ser muy tierno…
—Gracias. —Mis dedos acariciaron el oscuro surco de su frente y sentí un hormigueo como siempre que tocaba su piel—. Por llamarme. Por contarme lo de tu sueño. Por venir aquí a verme.
—Iría a donde fuera con tal de verte. —Esas palabras eran una promesa que pronunciaba con fervor y vehemencia.
Todos tenemos nuestros demonios. Los de Gideon estaban ocultos tras su férrea determinación cuando estaba despierto. Cuando dormía, lo atormentaban con violentas y atroces pesadillas que se había resistido a compartir conmigo. Teníamos muchas cosas en común, pero los abusos que sufrimos durante nuestra infancia eran un trauma
compartido que nos unía tanto como nos separaba. Eso hacía que tuviera que luchar más por Gideon y por lo que teníamos. Nuestros violadores ya nos habían arrebatado demasiadas cosas.
—Eva… Tú eres la única fuerza de este mundo que puede obligarme a mantenerme alejado.
—Gracias también por eso —murmuré con el corazón encogido. Nuestra reciente separación había sido devastadora para ambos—. Sé que no te ha resultado fácil darme espacio, pero lo necesitábamos. Y sé que he sido dura contigo.
—Muy dura.
Sonreí al notar cierto tono de frialdad en sus palabras. Gideon no estaba acostumbrado a que le dijeran «no» cuando quería algo. —Lo sé. Y has permitido que lo sea porque me amas.
Pero por más que él había odiado no poder verme, ahora estábamos juntos, porque esa privación lo enloquecía.
—Es más que amor. —Sus manos agarraron mis muñecas, apretándolas de la forma autoritaria que hacía que todo mi interior se rindiera.
Asentí. Ya no me daba miedo admitir que nos necesitábamos el uno al otro de una forma que muchos considerarían poco sana. Nosotros éramos así. Eso era lo que teníamos. Y era precioso.
—Iremos juntos a ver al doctor Petersen. —Dijo esas palabras con una firmeza inconfundible, pero sus ojos buscaban los míos como si lo estuviese preguntando.
—Eres muy mandón —me burlé con el deseo de que nos separáramos con una buena sensación. Esperanzados.
Apenas quedaban unas horas para nuestra terapia semanal con el doctor Lyle Petersen, y no podía ser más oportuna. Habíamos avanzado. Podíamos servirnos de un poco de ayuda para decidir cuáles deberían ser nuestros siguientes pasos a partir de ese
momento.
Sus manos me rodearon la cintura.
—Y eso te encanta —replicó.
Extendí los brazos hacia el bajo de su camiseta y agarré el suave tejido.

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