13 - febrero - 2025

Ursula K. Leguin: «La reducción de la narrativa al conflicto es absurda. La novela es una bolsa de transporte cultural en lugar de un arma de dominación»

LA TEORÍA DE LA BOLSA COMO ORIGEN DE LA FICCIÓN

Ursula K. Leguin

Texto publicado en:
Le Guin, Ursula K.; Dancing on the edge of the world:
Thoughts on Words, Women, Places. New York: Grove Press, 1989.
Traducción libre de Fernanda Carvajal.

En las regiones templadas y tropicales donde, al parecer,
los homínidos evolucionaron en seres humanxs, el alimento
principal de la especie eran los vegetales. De un sesenta y
cinco a un ochenta por ciento de lo que los seres humanxs
comían en esas regiones en los tiempos Paleolítico, Neolítico
y Prehistórico se recolectaba; solo en el Ártico extremo
era la carne el alimento básico. Lxs cazadores de mamuts
ocuparon espectacularmente las paredes de las cuevas y de
la mente, pero lo que realmente hicimos para mantenernos
vivxs y gordxs fue recolectar semillas, raíces, brotes, ramitas,
hojas, nueces, bayas, frutas y granos, agregando insectos
y moluscos, atrapando con redes, mallas y lazos distintos
tipos de pájaros, peces, ratas, conejos y otros pequeños
animales sin colmillos para freír y aumentar el consumo de
proteínas. Y ni siquiera trabajábamos duro en ello, mucho
menos que lxs campesinxs esclavizados en el terreno de
otra persona después de que se inventó la agricultura, y
mucho menos duramente que lxs trabajadorxs asalariadxs
desde que se inventó la civilización. La persona prehistórica
promedio podría ganarse la vida con una semana laboral de
aproximadamente quince horas.
Quince horas a la semana dedicadas a la subsistencia deja
mucho tiempo para otras cosas. Tanto tiempo, que quizás
aquellxs inquietxs que no tenían un bebé alrededor para

animar su vida, o una habilidad para practicar algún oficio,
cocinar o cantar, o pensamientos muy interesantes para
pensar, decidieron escaparse un rato y cazar mamuts. Los
hábiles cazadores volverían tambaleándose con una carga
de carne, mucho marfil y una historia. No era la carne la
que marcaba la diferencia. Era la historia. Es difícil contar
una historia realmente apasionante de cómo arrancaste
una semilla de avena de su cáscara, y luego otra, y luego
otra, y luego otra, y luego otra, y que luego me rasqué mis
picaduras de mosquito, y Ool dijo algo gracioso, y fuimos
al arroyo y tomamos un trago y vimos salamandras por
un rato, y luego encontré otro terreno de avena. No, no se
compara, no puede competir con la forma en que arrojé
mi lanza profundamente en el costado peludo del titánico
mientras Oob, empalado en un enorme colmillo, se retorció
gritando y la sangre brotaba por todas partes en torrentes
carmesí, y Boob era aplastado como una jalea cuando el
mamut cayó sobre él mientras disparaba mi flecha infalible
directamente a través del ojo al cerebro.
Esa historia no solo tiene Acción, tiene un Héroe. Los héroes
son poderosos. Antes de que te des cuenta, los hombres
y mujeres en el terreno de avena salvaje y sus hijxs y las
habilidades de lxs artesanxs y los pensamientos de lxs
pensativxs y las canciones de lxs cantantxs son parte del
relato, todos han sido puestos en servicio del cuento del
héroe. Pero no es la historia de ellxs. Es la de él.
Cuando estaba preparando el libro que terminó siendo
publicado como Tres Guineas, Virginia Woolf escribió un
encabezado en su cuaderno: “Glosario”; ella había pensado

reinventar el inglés de acuerdo con un nuevo plan, para
contar una historia diferente. Una de las entradas en
este glosario es el heroísmo, definido como “botulismo
[intoxicado]”. Y héroe, en el diccionario de Woolf, es
“botella”. El héroe como botella, una rigurosa reevaluación.
Yo propongo ahora la botella como héroe.
No solo la botella de ginebra o vino, sino la botella en su
sentido más antiguo, como contenedor en general, una
cosa que contiene algo más.


Si no tienes algo dónde ponerla, la comida se escapará de
ti, incluso algo tan poco agresivo y sin recursos como la
avena. Pones tanta como puedas en tu estómago mientras
está a mano, siendo ese el recipiente primario; pero ¿qué
pasa mañana por la mañana cuando te levantas y hace frío
y llueve? ¿no sería bueno tener unos cuantos puñados de
avena para masticar y darle a la pequeña Oom para hacerla
callar? ¿pero cómo consigues llevar a casa más de una
porción estomacal y un puñado? Entonces te levantas y
vas al maldito terreno de avena empapado bajo la lluvia,
¿y no sería bueno tener algo para poner a Baby Oo Oo para
que puedas recoger la avena con ambas manos? Una hoja,
una calabaza, una cáscara, una red, una bolsa, un canguro,
un saco, una botella, una olla, una caja, un contenedor. Un
envase. Un recipiente.

El primer dispositivo cultural fue probablemente un
recipiente…

Muchos teóricos creen que los primeros
inventos culturales deben haber sido un contenedor para
recoger productos recolectados y algún tipo de canguro o
portador de red.

Eso dice Elizabeth Fisher en Creación de la mujer (McGrawHill, 1975).

Pero no, esto no puede ser. ¿Dónde está esa
cosa maravillosa, grande, larga y dura, un hueso creo, con
el que el hombre mono primero golpeó a alguien en la
película y, gruñendo de éxtasis por haber logrado el primer
asesinato apropiado, luego lo arrojó al cielo, y girando allí,
se convirtió en una nave espacial que se abría paso hacia el
cosmos para fertilizarlo y producir al final de la película un
feto encantador, un niño, por supuesto, flotando alrededor
de la Vía Láctea sin (extrañamente) ningún útero, ninguna
matriz en absoluto? No lo sé. Ni siquiera me importa. No
estoy contando esa historia. Lo hemos escuchado, todxs
hemos escuchado todo acerca de todos los palos, lanzas
y espadas, las cosas para golpear, golpear y golpear, las
cosas largas y duras, pero no hemos escuchado sobre las
cosas para poner cosas, el contenedor de la cosa contenida.
Esa es una historia nueva. Eso es novedad.
Y sin embargo, es antigua. Antes -una vez que lo piensas,
seguramente mucho antes- del arma, una herramienta
tardía, lujosa y superflua; mucho antes del útil cuchillo y del
hacha; junto con el imprescindible desmalezador, molinillo
y cavador- ¿para qué sirve desenterrar muchas papas si no
tienes nada para cargarlas y llevar dentro de casa las que
no te puedes comer? Con o antes de la herramienta que
fuerza la energía hacia afuera, hicimos la herramienta que
trae energía a casa. Tiene sentido para mí. Soy partidaria de
lo que Fisher llama la teoría de la bolsa de transporte de la
evolución humana.

Elizabeth Nourse: Fisher Girl of Picardy, 1889

Esta teoría no solo explica grandes áreas de oscuridad
teórica y evita grandes áreas de tonterías teóricas
(habitadas en gran parte por tigres, zorros y otros mamíferos
altamente territoriales); También me permite asentarme
personalmente en la cultura humana, de una manera en
que nunca me sentí ligada antes. Cada vez que se explicaba
que la cultura se originaba y elaboraba a partir del uso de
objetos largos y duros para pegar, golpear y matar, nunca
pensé que tenía o quería una participación particular en ella.

(“Lo que Freud confundió con su falta de civilización es la
falta de lealtad de la mujer a la civilización”, observó la escritora Lillian
Smith).

Lillian Smith

La sociedad, la civilización de la que hablaban estos
teóricos, era evidentemente suya; la poseían, les gustaba.
Eran humanos, completamente humanos, golpeando,
pegando, empujando, matando. Deseando ser humana
también, busqué evidencia de que lo era; pero si eso era lo
que hacía falta, hacer un arma y matar con ella, entonces
evidentemente yo era extremadamente defectuosa como
ser humano, o no era humana en absoluto.
Así es, dijeron. Lo que eres es una mujer. Posiblemente no
humana en absoluto, ciertamente defectuosa. Ahora cállate
mientras seguimos contando la historia del ascenso del
hombre, del héroe.
Continúa, digo yo, vagando hacia la avena salvaje1, con Oo
Oo en el canguro y el pequeño Oom llevando la canasta.
Ustedes sólo sigan contando cómo cayó el mamut sobre
Boob y cómo cayó Caín sobre Abel y cómo las bombas
racimo caerán sobre las aldeas y los misiles caerán sobre
el Imperio del Mal, y todos los demás pasos en el Ascenso
del Hombre.
Si algo que hacen los humanos es poner algo que desean,
porque es útil, comestible o hermoso, en una bolsa, una
canasta, o un trozo de corteza u hoja enrollada, o una red
tejida con tu propio cabello o con lo que tengas, y luego te
lo llevas a casa contigo, y entonces el hogar es otro tipo de
bolsa o bolsa más grande, un contenedor para personas, y
luego sacas lo que recogiste y lo comes o lo compartes o
lo guardas para el invierno en un contenedor de soldados
o lo pones en el atado de medicinas² o en el santuario o en
el museo, el lugar sagrado, el área que contiene lo que es
sagrado, y luego, al día siguiente, probablemente hagas lo
mismo nuevamente— si hacer eso es humano, si eso es lo
que se necesita, entonces soy un ser humano después de
todo. Totalmente, libremente, alegremente, por primera vez.
No, digámoslo inmediatamente, un ser humano no agresivo
o no combativo. Soy una mujer mayor enojada que fue
poderosamente tirada al piso, ahuyentando a golpes con su
bolsa de mano a los matones. Sin embargo, ni yo, ni nadie
más, me considera heroica por hacerlo. Es solo una de esas
malditas cosas que tienes que hacer para poder seguir
recolectando avena salvaje y contar historias.
Es la historia la que marca la diferencia. Es la historia
que me ocultó mi propia humanidad, la historia que los
cazadores de mamuts contaron sobre embestidas, empujes,
violaciones, asesinatos, sobre el Héroe. La maravillosa y
venenosa historia del botulismo. La historia asesina.
A veces parece que esa historia se acerca a su fin. Para que
no sea cosa de que dejen de contarse historias, algunos

de nosotros aquí en la avena salvaje, en medio del maíz
alienígena, creemos que sería mejor comenzar a contar
otras, con las que tal vez la gente pueda seguir cuando la
vieja historia esté terminada. Tal vez. El problema es que
todxs nos hemos permitido convertirnos en parte de la
historia asesina, por lo tanto, podemos terminar junto con
ella. Por eso es que es con cierto sentimiento de urgencia
que busco la naturaleza, el tema, las palabras de la otra
historia, la no contada, la historia de la vida.
No es familiar; no llega fácil ni automáticamente a los
labios como lo hace la historia asesina; pero, aun así, decir
que “no ha sido contada” fue una exageración. Las personas
han estado contando la historia de la vida durante siglos,
en todo tipo de palabras y formas. Mitos de creación
y transformación, historias de embaucadores, cuentos
populares, chistes, novelas …
La novela es una historia fundamentalmente poco
heroica. Por supuesto, el Héroe se ha apoderado de ella
con frecuencia, siendo su naturaleza imperial e impulso
incontrolable, tomar todo y regirlo mientras hace decretos y
leyes severas para controlar su propio impulso incontrolable
de matar aquello de lo que se apodera. Entonces, el Héroe
ha decretado a través de sus portavoces los Legisladores;
primero, que la forma correcta de la narrativa es la de la
flecha o la lanza, ¡comenzando aquí y yendo directamente
allí y ¡THOK! dar en el blanco (que cae muerto); segundo, que
la preocupación central de la narrativa, incluida la novela,
es el conflicto; y tercero, que la historia no es buena si él no
está en ella.

Yo difiero con todo esto. Llegaría al extremo de decir que
la forma natural, apropiada y adecuada de la novela podría
ser la de un saco, una bolsa. Un libro contiene palabras. Las
palabras sostienen, acunan las cosas. Tienen significados.
Una novela es un atado de medicinas que mantiene las
cosas en una relación particular y poderosa entre ellas y
con nosotrxs.
Una relación entre los elementos de la novela puede
ser la del conflicto, pero la reducción de la narrativa al
conflicto es absurda. (He leído un manual de cómo escribir
que decía: “Una historia debe ser vista como una batalla”,
y continuaba sobre estrategias, ataques, victoria, etc.).
Conflicto, competencia, estrés, lucha, etc., dentro de la
narración concebida como bolsa de transporte / panza
/ caja / casa / atado de medicinas, pueden verse como
elementos necesarios de un todo que en sí mismo no puede
caracterizarse ni como conflicto ni como armonía, ya que
su propósito no es la resolución ni la estasis (inmovilidad),
sino un proceso continuo.
Finalmente, está claro que el héroe no se ve bien en esta
bolsa. Necesita un escenario, un pedestal o un pináculo. Lo
pones en una bolsa y se ve como un conejo, como una papa.
Por eso me gustan las novelas: en lugar de héroes, hay
personas en ellas.
Entonces, cuando empecé a escribir novelas de ciencia
ficción, llegué cargando con dificultad este gran saco
pesado de cosas, mi bolsa de transporte llena de debiluchos
y torpes, y pequeños granos de cosas más pequeñas que
una semilla de mostaza³, y redes tejidas intrincadamente
que cuando laboriosamente se desatan se puede ver que
contienen una piedra azul, un cronómetro que funciona
de manera imperturbable e indica la hora en otro mundo
y el cráneo de un ratón; una bolsa llena de comienzos sin
fin, de iniciaciones, de pérdidas, de transformaciones y
traducciones, y muchos más trucos que conflictos, muchos
menos triunfos que trampas e ilusiones; lleno de naves
espaciales varadas, misiones que fallan y personas que no
entienden. Dije que era difícil contar una historia atrapante
de cómo quitarle la cascara a la avena salvaje, pero no dije
que fuera imposible. ¿Quién dijo que escribir una novela era
fácil?
Si la ciencia ficción es la mitología de la tecnología
moderna, entonces su mito es trágico. “Tecnología” o
“ciencia moderna” (usando las palabras como se usan
habitualmente, en una taquigrafía no examinada que
representa las ciencias “duras” y la alta tecnología basadas
en el crecimiento económico continuo), es una empresa
heroica, concebida por Hércules, Prometeo, como triunfo,
por lo tanto, en última instancia, como tragedia. La ficción
que encarna este mito será, y ha sido, triunfante (el hombre
conquista la tierra, el espacio, los extraterrestres, la muerte,
el futuro, etc.) y trágica (apocalipsis, holocausto, antes o
ahora).
Sin embargo, si uno evita el modo lineal, progresivo, del
modo tiempo- flecha- (asesino) del Techno-Heroico, y
redefine la tecnología y la ciencia como una bolsa de
transporte cultural en lugar de un arma de dominación, un
efecto secundario agradable es que la ciencia ficción

puede ser vista como un campo mucho menos rígido y estrecho,
no necesariamente prometeico o apocalíptico en absoluto,
y de hecho menos como género mitológico que realista.
Es un realismo extraño, pero es una realidad extraña.
La ciencia ficción correctamente concebida, como toda
ficción seria, por divertida/extraña que sea, es una forma
de tratar de describir lo que realmente está sucediendo, lo
que la gente realmente hace y siente, cómo las personas
se relacionan con todo lo demás en esta vasta bolsa, esta
panza (vientre) del mundo, este vientre de cosas por ser y
tumba de las cosas que fueron, esta historia interminable.
En él, como en toda ficción, hay espacio suficiente incluso
para mantener al Hombre donde pertenece, en su lugar
en el esquema de las cosas; hay tiempo suficiente para
recolectar un montón de avena salvaje y sembrarla
también, y cantarle al pequeño Oom, escuchar el chiste de
Ool y ver salamandras, y aun así la historia no ha terminado.
Todavía hay semillas para recolectar, y espacio en la bolsa
de estrellas.

NOTAS

1. Nota de T: La frase “wild oats” refiere también en el lenguaje coloquial a la juventud como etapa de delirio, desbande o vida disoluta.

2. Nota de T: Se refiere a los morrales o atados de medicinas que podría portar consigo, por ejemplo, alguna autoridad sanadora de una comunidad.

3. Nota de T: La semilla de mostaza es una referencia al evangelio cristiano.zan

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