El Mercurio le ha dedicado al ex senador Carlos Ominami presencia en la portada del diario del domingo 17 de enero. Además, la sección Reportajes le da portada, entrevista y una larga y reiterativa columna, con tres fotos a color. En resumen: 4 páginas y 3 fotos a color. Allí, el señor Carlos Ominami se despliega como un sobreviviente y un ético luchador por grandes valores, los valores de su izquierda. Y lo humilla verse sometido al escarnio de ser acusado de haberse vendido a un nieto de Pinochet. «Fue una ligereza», dice. Pero, ahora Carlos Ominami parece que no se da cuenta, en su ligereza no se percata, que toda su manipulación mediática se advierte como parte de una nueva, triste y marginal maniobra mercurial
No es la primera vez que llora en público. Ricardo Lagos perdió las primarias presidenciales frente a Eduardo Frei el año 1993 de modo catastrófico. Ricardo Lagos sufrió la derrota de modo especial. En el patio de la casona de la calle Constitución del barrio Bellavista, donde estaba su comando, ya a eso de las 9 de la noche, quedaba muy poca gente. Ya se sabe: la derrota no es taquillera. Quedaban solo los más fieles, cuando bajó el candidato Ricardo Lagos al patio del comando, donde lo esperaba un micrófono. Lagos reconoció la muy evidente derrota y felicitó al ganador, Eduardo Frei. Sin embargo, la mayor parte de su discurso fue en contra de los traidores de su propio campo. Ricardo Lagos estaba convencido que sus aliados del Partido Socialista lo habían abandonado. La última parte del discurso era entonces para agradecer a sus leales, a sus pocos leales que quedaban en el patio de la calle Constitución. Uno de los pocos que quedaban en primera fila era Carlos Ominami. Su mamá Edith Pascual, estaba a su lado. Y entonces Carlos Ominami escucha a su líder y llora. Llora públicamente.
Ahora Carlos Ominami ha vuelto a llorar todo el domingo 17 de enero en el diario El Mercurio.
¿Qué es lo tan importante por lo que tiene que llorar Carlos Ominami en 4 páginas de El Mercurio?
Nada relevante para el destino del país.
Nada significativo.
Es su simple defensa pública de la formalización de la justicia, pues ha sido acusado de concertarse maliciosamente para defraudar al fisco.
Observen estos párrafos magníficos de Ominami:
“En las circunstancias dramáticas que siguieron al golpe de estado pude perder la vida. Sentí miedo. Muchos de los míos desaparecieron sin que todavía se hayan podido encontrar sus restos. Era un miedo que producía escalofríos. El temor a perder la vida es algo muy serio, especialmente para quienes no tenemos el don de la fe en el más allá. Se trata sin embargo de un sentimiento que tiene la grandeza del sacrificio por una causa noble. La situación actual es exactamente la contraria. No está la vida en juego pero está por delante algo igualmente importante, al menos para mí: el honor.”
Es magnífica y es curiosa la alta estima de sí mismo, que tiene el señor Ominami.
Es curiosa la defensa de su honor.
El código ético estricto y particular de los samuráis exigía lealtad y honor hasta la muerte. Si un samurái fallaba en mantener su honor, podía recobrarlo practicando el suicidio ritual.
Carlos Ominami, en cambio, dejando de lado el pudor y recato de sus antepasados, esos samuráis que piden perdón silenciosamente, Carlos Ominami lo publica en varias páginas del diario de sus aparentes enemigos políticos, el diario El Mercurio.
Se nota que Ominami se considera un ser superior.
“Pude haber actuado con ligereza”
“Mis actuaciones han tenido un límite infranqueable: no subordinarme al poder del dinero.”
Bien.
Carlos Ominami se pregunta retóricamente:
“¿Era posible actuar de un modo diverso?”
Ominami deja la pregunta rebotando.
Carlos Ominami se ve como un épico que ha vivido una epopeya moral y ha sobrevivido. Se ha construido su propia visión de sí mismo. Se ve como un lindo samurái. Y quiere que le creamos.
Carlos Ominami llora y pide en El Mercurio que aceptemos que es un tipo digno, un samurái perfecto.
Pero, curiosamente, él ya no se mira en perspectiva, como todos nosotros lo vemos a él con claridad.
Carlos Ominami está preocupado del Ahora. No de la historia, de su historia.
Ahora, cuando toda la escenografía de cartón que él ayudó a construir se cae como un simple castillo de naipes, es m´s bien triste ver como Ominami llora en el diario de su supuesto enemigo.