Santiago de Chile, 8 de Marzo 2011. (Radio del Mar. Autor: Ignacio Cembero, Túnez). Rara vez un líder islamista y una asociación feminista han estado de acuerdo, pero en el nuevo Túnez todo es posible. Ambos coinciden en que hay que acabar con las restricciones a las que estaba sometido el uso del pañuelo islámico en la cabeza en el país del norte de África menos impregnado de religión.
El primer presidente de Túnez, Habib Bourguiba (1956-1987), otorgó a la mujer un estatus sin parangón en esa región al tiempo que restringió el uso del hiyab. Su sucesor, Zine el Abidine Ben Ali (1987-2011), endureció las medidas hasta prohibirlo en todos los edificios públicos desde los colegios hasta ministerios y ayuntamientos. Muchas empresas siguieron el ejemplo.
Era la más dura de una serie de disposiciones, legales o aplicadas de facto, destinadas a restringir los símbolos de la religiosidad en la vida cotidiana. Incluían también la prohibición de hacerse fotografías de identidad con la cabeza cubierta, la supresión de los oratorios en universidades y administraciones, la inexistencia de mezquitas en las zonas turísticas como Hammamet o las recriminaciones que las autoridades hacían a los hombres barbudos.
Ben Ali llegó a describir en 2006 al hiyab y otros atuendos como «ropas sectarias importadas sin ser invitadas». Su ministro de Asuntos Exteriores, Abdelwhab Abdallah, fue más lejos y lo tachó de «eslogan político exhibido por un grupo que se esconde detrás de la región para alcanzar objetivos políticos». Aludía a los islamistas.
Los vetos engendran rebeliones. Ese mismo año, durante el Ramadán, el mes de ayuno y piedad para los musulmanes, muchas mujeres tunecinas se colocaron el hiyab para protestar. Fueron amonestadas por las autoridades y centenares de jóvenes acabaron en comisaría, donde se les tomó su filiación al tiempo que se las advertía que podrían ser expulsadas de la universidad o perder su empleo. La amenaza no se concretó.
Esa protesta estuvo motivada «no solo por razones religiosas, sino que obedecía a otras de política interna; estaba dirigida contra el régimen e incluso contra Occidente», explicó Khadija Cherif, que era entonces presidenta de la Asociación Tunecina de Mujeres Demócratas. Expresó su rechazo «de la manera represiva de acabar con el fenómeno» que a partir de entonces empezó a crecer sobre todo en el centro del país.
Ben Ali fue derrocado y la prohibición que decretó se respeta cada vez menos en Túnez. «Muchas de mis compañeras se lo ponen ya en la universidad sin ningún temor», explica Sanaa, estudiante de 19 años que prepara su entrada en una escuela de ingeniería y que ha cambiado la foto de su perfil en Facebook. Ya no se ve su abundante cabellera porque la tapa un colorido hiyab.
El ministro de Asuntos Religiosos, Laroussi Mizouri, ya evocó el mes pasado la necesidad de abrogar la prohibición. «El velo es un asunto personal que forma parte de las libertades individuales de la mujer», recalcó. Su opinión coincide con la de Cherif: «No hay que vulnerar la libertad individual».
En su primera entrevista en la televisión pública tunecina, Rachid Ghanuchi, el líder de En Nahna (Renacimiento), la formación islamista recién legalizada, dijo exactamente lo mismo a propósito del hiyab: «No estoy a favor de su imposición, pero tampoco de su prohibición». Y añadió: «Su uso se enmarca en la libertad individual que respeto».
Para aquellos que no estaban convencidos, Ghanuchi manifestó que su formación preconiza «la moderación, la democracia, la libertad de expresión, la libertad de la mujer y el respeto del otro cualesquiera que sean sus tendencias o sus convicciones». Ha vivido 20 años exiliado en Londres y su discurso ya no es el mismo que hizo cuando se marchó de Túnez.*****FIN*****