Por Diego Ghersi
06 de junio de 2011
Agencia de Prensa de America del Sur
En un mundo donde se ha tornado natural el avasallamiento de las soberanías nacionales por parte de las potencias centrales hegemónicas, era imprescindible la creación de un organismo continental dedicado al estudio estratégico en el área de la defensa.
Resulta muy simple explicitar el problema matriz: Sudamérica es una región rica en recursos naturales que despiertan la rapacidad de las potencias hegemónicas y existe la necesidad de preservarlos.
Para corroborar esa visión, el director del flamante Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa (CEED), Alfredo Forti destacó que “la abundancia de recursos naturales estratégicos es lo que define a Sudamérica en el mundo y cuando un recurso es escaso y tiene valor estratégico para otro actor, se constituye en estratégico para el poseedor, aunque este carezca de los medios para su explotación y aprovechamiento”.
Si bien en la región la situación así definida tiene sus antecedentes a partir del descubrimiento de América, el desmesurado crecimiento forzado por la aplicación del neoliberalismo salvaje de los últimos 50 años condujo al mundo a políticas de apropiación de carácter sangriento, que desde las naciones centrales se aplican sobre los países de la periferia.
Así se explican las invasiones de Irak y Afganistán y la depuración del método en Libia, dónde se superó cualquier freno moral, de manera de no requerirse ya la más mínima justificación cosmética para legitimar invasiones armadas destinadas al saqueo de naciones soberanas.
En este contexto sería suicida no caer en la cuenta de que sólo se trata de una cuestión de tiempo que Sudamérica sea blanco de potencias que dependen de la apropiación de recursos ajenos al punto de haber llevado su desarrollo militar –herramienta esencial para perpetrar robos- a niveles antes limitados al campo de la ciencia ficción.
Es en estas razones que se sustenta la reciente creación del CEED, en el marco de Unasur. Los objetivos iniciales del flamante organismo pueden explicitarse sencillamente en identificar aquellos intereses que deban defenderse y desarrollar acuerdos desde lo teórico para hacer de la defensa regional una realidad.
La creación del CEED llega por decantación natural en momentos en que desde los países de Sudamérica se han encarado procesos políticos tendientes a desmontar los mecanismos de saqueo heredados desde la época colonial y que apuntan al desarrollo soberano de sus sociedades.
Dichos procesos políticos son acompañados por la creación de instituciones supranacionales de carácter regional y de matriz opuesta al histórico “divide y vencerás” que, fomentado desde potencias imperiales, propugnaba la multiplicidad de naciones débiles de fácil dominación. En esa concepción decimonónica se encuadró a la Guerra de la Triple Alianza y la del Chaco que destruyeron al Paraguay o la del Pacífico que aisló a Bolivia del mar.
De aquella concepción que disolvía adrede los vínculos fraternos de naciones hermanas derivó también la desconfianza mutua y la creación de Fuerzas Armadas autónomas –alejadas de los ejércitos libertadores plurinacionales de San Martín y Bolívar- que en los hechos sólo sirvieron como instrumento opresor de las sociedades que debían proteger y recelosas de sus vecinos.
Es por eso que la creación del CEED es sólo el primer paso de muchos que deben llevar a una concepción centralizada y holística de la Defensa continental.
En ese sentido, la secretaria general de UNASUR, María Emma Mejía sostuvo que «La unidad regional está por encima de las discrepancias” y el ministro de Defensa argentino, Arturo Puricelli, complementó el concepto al manifestar que el nuevo organismo funcionará como «una usina de pensamiento» para la defensa de los «intereses sudamericanos».
No hay otra manera de hacerlo: primero precisar los objetivos críticos pasibles de ser conflictivos. Después, determinar y consensuar las maneras de defenderlos y por último crear los organismos -incluso fuerzas armadas unificadas- capaces de llevar adelante esa tarea.
Es quizás ese último paso el que más alejado y dificultoso aparece en el horizonte mediato porque implica desarmar concepciones históricamente arraigadas en las actuales fuerzas armadas de los países sudamericanos y su reemplazo por un paradigma superador: la defensa integrada de toda Sudamérica.
En efecto, los actuales lamentos de círculos militares de Argentina que se basan en la “destrucción material de las fuerzas armadas” o las bravatas chilenas tendientes a negar una salida al mar de Bolivia son ejemplos encuadrados en la idea de que las naciones del sur son capaces aún de sostener por sí solas la defensa de sus soberanías y son funcionales al “viejo divide y vencerás” decimonónico.
Baste un ejemplo práctico para comprender mejor la situación planteada. No existe manera, en el actual estado de cosas, de que las fuerzas armadas de Argentina puedan defender por sí solas su soberanía en la Patagonia frente al potencial de las naciones que la ambicionan y que, llegado el momento, simplemente procederán a tomarla. Lo mismo podría decirse de la capacidad de las Fuerzas Armadas de Brasil para la defensa del Amazonas.
Tampoco sirve pensar en invertir en la actualización y reequipamiento de los ejércitos nacionales en solitario. La extinta Unión Soviética literalmente quebró su economía en el esfuerzo y creencia de que era posible sostener una carrera militar contra la tecnología y los recursos de las potencias occidentales.
La tarea, más tarde o más temprano, implicará crear un ejército unificado provisto de una ideología nueva, superadora de las nacionalidades existentes, en pos de una concepción latinoamericanista que las diferencie del carácter mercenario de las fuerzas armadas de los países que propugnan la imposición del Imperio Global Privatizado, pero que a la vez estén a la altura del desafío de enfrentarlos.
Sin embargo, diferente, desde el tamaño de la empresa, es pensar en un esfuerzo continental combinado y sustentado en todos sus flancos para disuadir cualquier pretensión de conquista, dado que, como sostiene Alfredo Forti “la extensión territorial de Sudamérica, como unidad geopolítica, nos posicionaría como el país más grande del mundo con la tercera economía del orbe”.
Este nuevo paradigma de defensa continental -que otorga nueva vida a las fuerzas armadas de los países de la región- recibió otro espaldarazo con la creación en Warnes –departamento de Santa Cruz de la Sierra, Bolivia- de la Escuela de Defensa y Seguridad del Alba (EDSA), un instituto de formación de cuadros militares independiente de las concepciones bélicas impuestas desde Washington.
Al respecto, la Ministra de Defensa de Bolivia, María Cecilia Chacón, sintetizó el objetivo de la nueva institución al manifestar que servirá para “formar líderes militares y civiles orientados a la Defensa y Seguridad integrada y definirá el nuevo rol de las FFAA de los países del ALBA”.
También durante la inauguración de la EDSA, el presidente Evo Morales solicitó a los agregados militares presentes impulsar cursos de capacitación en sus Fuerzas respectivas para evitar el adoctrinamiento ideológico de Estados Unidos.
Un nuevo poder militar regional debería también servir bajo una conducción centralizada y ejecutado por militares que dominen doctrina; prácticas y equipamiento común y que estén inmersos en una atmósfera ideológica nueva que sólo podrá ser brindado en un ambiente también común.
En resumen, la tarea de la ejecución de la defensa implica la refundación de todos los organismos que actualmente ocupan por separado ese rol e implica la educación centralizada de los ciudadanos sudamericanos que por vocación elijan la carrera de las armas.
Cuestiones como la separación regional de las concepciones estratégicas estadounidenses plasmadas en las doctrinas de “seguridad nacional”; “lucha antinarcóticos” o la vieja “defensa frente al comunismo”, plasmadas en el Plan Colombia; la iniciativa Mérida o el Tratado Interamericano de Asistencia recíproca (TIAR) y su reemplazo por doctrinas que respalden la Unión Latinoamericana, son el gran desafío.
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