Por: Gustavo Duch
17 de julio de 2011.
Un dibujante español lo explicó con mucho acierto y en una sola viñeta. Sobre una lomita un padre muestra un enorme paisaje a su hijo: campos, montes, praderas. Y como queriendo abarcarlo todo con los brazos le dice “Algún día, hijo mío, todo esto… será China”. Porque ciertamente con la cantidad de tierras que se están «extranjerizando»difícilmente las próximas generaciones campesinas tendrán acceso a tierras dónde producir alimentos. Esta avaricia por hacerse con tierras fértiles por donde sea es un fenómeno más que viejo, pero que como muy bien ha sabido advertir la organización GRAIN (y ahora es un tema en muchas agendas) en los tres últimos años ha resurgido peligrosamente y con nuevas características.
Quizás la faceta más conocida (y también la más fácil de criminalizar ataviada desde posiciones racistas) de este nuevo «acaparamiento» de tierras es la omnipresencia de China y los países de Medio Oriente en la búsqueda y compra de hectáreas en muchos lugares de América Latina y África, para –dicen– poner en marcha iniciativas agropecuarias que con trabajadores y trabajadoras locales generen riqueza en el lugar y provea de alimentos a países que de tanto industrializarse han perdido soberanía alimentaria. Y ciertamente, en este negocio de expansión de sus fronteras agrarias, China tiene una relevancia enorme.
Sólo Beidahuang Group, la empresa agroalimentaria más grande de la China, ya dispone de 2 millones de hectáreas fuera de China y recientemente se ha dado a conocer el acuerdo que firmó con el gobierno de la provincia de Río Negro (Argentina) para poner bajo riego una superficie de 300 mil hectáreas pertenecientes al pueblo mapuche. No es una empresa cualquiera, en la actualidad produce más de 4 millones de cabezas de cerdo por año, además de elaborar los alimentos balanceados que requiere esta producción; es la quinta operadora local en proteína láctea; produce anualmente 17.5 millones de arroz, soja, maíz y cebada; y, claro, tiene su propia empresa semillera y una filial dedicada a la producción de agroquímicos y fertilizantes.
Pero no sólo es China. De nuevo GRAIN presenta datos que me parecen deben ser conocidos. “Entre los mayores inversionistas que buscan sacar provecho –dice su informe– se encuentran los fondos de pensiones, con miles de millones de dólares invertidos. Actualmente, los fondos de pensiones manejan alrededor de 5 mil a 15 mil millones de dólares para la adquisición de tierras de cultivo. Hacia el año 2015, se espera que estas inversiones en mercancías y tierras se dupliquen”. Es decir, los ahorros que las y los trabajadores depositan en una compañía privada o pública para que los gestione correctamente y en un futuro les ayude a financiar su jubilación, son, sin que muchas veces lo sepan los propios depositarios, invertidos en un producto financiero que se hace muy rentable a partir de la expulsión de familias de sus territorios, de un modelo de agricultura industrializada que genera hambre y pobreza, además de destartalar ambientalmente a nuestro (de todas y todos) planeta y de provocar artificiales subidas de precios de los alimentos que perjudican a las comunidades rurales más pobres.
Revisen en sus contratos a quién dejan el esfuerzo de su trabajo y exijan que sus ahorros sean gestionados con una mirada ética: ni empresas de armamentos, ni usurpación de tierras. Se disponen cada vez más de muchas modalidades de ahorro que permite a sus usuarios y usuarias participar en las decisiones de cómo y dónde invertir; y ahora cuando los prestamistas habituales están con el cajón cerrado con doble vuelta de llave, es el momento más oportuno para favorecer pequeñas inversiones en sectores productivos locales, autogestionados, responsables para con el medio ambiente y favorecedores de una economía más humana y, con perdón, menos animal.
Menos especuladora. «Los fondos de pensiones pueden ser una de las pocas clases de acaparadores de tierra que pueden ser detenidos por la gente, por la simple razón de que es su dinero», dice GRAIN.