Por Omar Pérez Santiago, escritor
Cuando salí de Lima viví una experiencia tensa. El dueño del hotel me hizo el servicio de llamar un taxi. Cuando bajé a tomar el taxi había un haitiano esperando. Fue siempre amable. Pero su auto se detenía a cada tanto. Empezó en una avenida de Miraflores. Me preocupé, pero él me vino con el cuento que le había pedido ayer al dueño que arreglara un defecto del auto, el sistema de partida. Mientras tanto me contaba sobre su mujer, una peruana chichera que le gustaban mucho las fiestas, las polladas y la tecnosalsa. Mientras él tenía que trabajar mucho en el taxi para sacar adelante su familia y pagar sus gastos, su mujer de juerga. Estaba yo, si le creemos, frente a una víctima. Casi logró darme lástima. Lo escuché simplemente esperando que llegara luego al aeropuerto. El taxista, para evitar el tránsito endemoniado, me llevó por callejuelas de barrios a medio construir, algo bien típico en Lima. El taxista conocía bien el sistema vial. Pero, el taxi se detuvo tres veces en distintas circunstancias. Algo muy preocupante, cuando uno lleva el tiempo justo para llegar a tomar el avión. Cuando llegamos al aeropuerto Jorge Chávez, de los dos, el haitiano era el más sorprendido de que lo hubiese logrado.
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Un día llegué a Lima y el taxista que me esperaba en el Jorge Chávez también conocía caminos alternativos para ir a Miraflores. Serían las 5 de la tarde. En la senda alternativa había un taco que no permitía avanzar. Estaba obstruida y quedamos clavados en una esquina.
-Raro, dijo el taxista.
Encendió la radio del auto. Y allí informaron de inmediato que habían manifestaciones violentas en el viejo mercado de un lugar llamado La Parada. Murieron dos personas. Un caballo de la policía montada fue acuchillado y fue sacrificado. La gente del mercado se oponía a que los cambiaran a un nuevo mercado. Toda la zona estaba colapsada. El crecimiento y la modernización tenía resistencia de los mismos locatarios. La modernidad los colocaba en un punto tremendo de cambio y transformación que muchos de ellos no aceptaban. El evento era peligroso. Y vi después en el televisor de mi pieza en el hotel lo grave que había sido todo.
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Debía dar una charla sobre literatura fantástica. Luego un colega nos llevó a un restaurang de moda en Miraflores. La cola era larga. Te daban un número para esperar. De pronto apareció una peruana que ofrecía gratis un picadillo y un jugo, una especie de aperitivo, a los que estábamos esperando entrar a almorzar. Todo un sistema para agradar al cliente, donde la demanda ha sido creciente.
Lima está cambiando rápidamente, lleva años de alto crecimiento. Un modelo de desarrollo conocido: privatizaciones de los servicios públicos, la exportación de materias primas, frutas y minerales. Hay dinero, hay flexibilidad (o falta de escrúpulos) y hay rapidez en un desorden que lleva una cierta energía.
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Por otro lado, existe toda una cultura de la gente pobre que ha crecido con el sistema. Mala educación pública. Los medios de comunicación amarillistas y los programas de televisión basura. Y por abajo, las fiestas y las pollerías. de un pueblo metido en una cultura chicha, que viven en las amplias poblaciones a medio terminar. Hay zonas de Lima donde la gente no tiene agua potable, según me entero en un amplio programa de televisión. Al otro lado del Rimac, en el cerro ha crecido Lima. Y allí se refleja todo el modelo. A un lado están los ricos con sus villas y piscinas, al otro lado las callampas, las villas miserias sin sanitarios. Los dos mundos separados por un inmenso muro de 10 kilómetros de largo. El muro de la vergüenza. Ese es Perú.
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La calidad de la cultura determina la calidad de la política. Hay mucha gente que votará por un populismo derechista de la hija de Fujimori, mucha de esa gente es de la cultura chicha y economía informal, gente que vive en villas miserias en casas de cartones y plásticos, que a punta de esfuerzos, de un carrito de comida, de un taxi, de ser empleados y jardineros de hoteles, y de servicios, y por la noche la pollería. Allí hay mucha vitalidad en la música salsa, la tecnocumbia, la música bailable, donde quizá va a bailar la esposa del taxista haitiano.
La vieja cultura criolla ya no se escucha.
Es una Lima cambiada, llena de conflictos subterráneos.