09 - noviembre - 2024

Chiloé, la «Nueva Galicia»: El abrupto despertar del mito

Los científicos aseguran que los terremotos los genera el frote de las placas tectónicas. No les creas. La explicación es más sencilla: se trata de la lucha entre Tentén Vilú y Caicai Vilú. Lo cuenta Edmundo Moure con la magia propia de quienes vienen de tierras productoras de mitos. Y yo le creo porque cuando niño, en medio de una tormenta vivida en el pueblito de Achao, vi al Caleuche. Lo juro. Y aún resuenan en mis oídos las campanas que doblaban a la muerte…



Escribe Edmundo Moure


Cada vez que la tierra se estremece en Chiloé, nuestra Nueva Galicia Austral, sus habitantes reviven y recuerdan el viejo mito del enfrentamiento de dos colosales serpientes: Tentén Vilú, la gigantesca cobra que representa a la Tierra y Caicai Vilú, el ofidio monumental que encarna la fuerza atávica del Océano.

Se trata del mito que explica el origen del «archipiélago mágico», cuyo nombre, en lengua Chono o Huilliche es Chilhué (lugar de pájaros estridentes), hoy Chiloé, pese a que el conquistador Martín Ruiz de Gamboa bautizara a la Isla Grande y a las treinta y siete ínsulas menores como «Nueva Galicia», el 31 de enero de 1567, nominando a su capital como Santiago de Castro.

Si observas el mapa del cono sur de nuestra América morena, amigo lector de Chile o de Galicia, verás cómo la isla mayor de Chiloé parece haberse desprendido del continente, iniciando un desperdigamiento de islas y penínsulas y fiordos interminables que semejan navegar hacia el extremo austral, como si cayeran al último Finisterre, ese donde confluyen los dos grandes océanos, el Atlántico y el Pacífico, para fundir sus aguas en choque ciclópeo en el Cabo de Hornos, donde aún navega el espectro del capitán holandés Horn.

Según los geólogos, hace más de cincuenta mil años se produjo, en el vértice de la América del Sur, un cataclismo que provocó el desprendimiento de lo que hoy es la Isla Grande de Chiloé y del resto de formaciones insulares. Los pueblos que entonces habitaron aquellas comarcas no contaban con aquella explicación científica, por lo que recurrieron al expediente universal del mito para procurar entender y asimilar aquel fenómeno pavoroso. Idearon, pues, al combate ancestral de las dos serpientes. Así, frente al asedio feroz de Caicai Vilú por arrastrar a las profundidades insondables del mar aquellas verdes islas, la serpiente terrestre, Tentén Vilú opuso una poderosa resistencia. La lucha telúrica indujo una sucesión de cataclismos que dieron lugar a la actual geografía.

Pero la derrota de Caicai Vilú no significó su aniquilamiento, sino su temporal retirada a las profundidades oceánicas, donde duerme durante largos períodos, con un ojo abierto, acechando la oportunidad de atacar a su rival… Despertó en mayo de 1960, para provocar el más grande terremoto que se consigna en la historia de los movimientos telúricos universales, 9,6° en la escala de Richter, más un maremoto que ingresó cerca de cuarenta kilómetros tierra adentro, destruyendo lo poco que el sismo dejara en pie. La ciudad de Valdivia, al norte de Chiloé, fue destruida por completo, con un trágico resultado de cincuenta mil muertos. La Isla Grande se hundió dos metros en el mar de los canales, sufriendo el desplome de casas y edificios. Más al norte, Osorno y Concepción padecieron graves secuelas.

Ayer, 25 de diciembre, Navidad de 2016, a las 11:30 de la mañana, Caicai Vilú tuvo un mal despertar. Quizá la sobresaltó alguna pesadilla de Neptuno que la hizo salir a la superficie y atacar de nuevo a su eterna rival, Tentén Vilú. Esta vez los estragos fueron menores –casi insignificantes– que hace cincuenta y seis años, pero los chilotes volvieron a caminar sobre las ascuas del remoto pavor, cuya memoria llevarán en los genes –digo yo– esa biblioteca misteriosa donde al parecer se guardan imágenes, sueños, pavores y recuerdos aún confusos de épocas remotas, o de otras vidas, como afirman los fieles de la metemsicosis.

Alguien me dice –quizá el Grillo consejero– que la geología y la sismología han avanzado mucho y no es bueno acudir a explicaciones mitológicas en el siglo XXI, pero yo me inclino por el mito de las serpientes australes, mientras las teorías científicas me parezcan tal vez inciertas o demasiado pretenciosas, sobre todo considerando que mis ancestros por vía paterna proceden de un reino donde aún perviven viejos mitos y leyendas no dilucidados en laboratorios ni academias.

Y si esto te parece dudoso, apreciado amigo lector, debo confesarte que en el invierno del año 2002, una medianoche de diciembre, cuando caminaba entre los casales de A Forxa y A Touza, vi a los peregrinos espectrales que integran la cohorte de la Santa Compaña, llevando sus cirios mortuorios en procesión hacia el cementerio de Santa María de Vilaquinte… Y juro que entonces yo no había bebido ni oruxo ni menos o viño da casa, bebidas espirituosas que ingeridas en exceso pueden provocarte alucinaciones. Cuando se lo conté al primo Eladio, movió la cabeza, dubitativo, extrajo una botella de licor de oro, diciéndome: -Bebe isto, que che va a aliviar de tolerías, e non leas tanto, mira que os libros che poden levar a confusións lamentables.

Pero no todo es cosa de mitos ni de imaginaciones desbordadas. Nada de eso. Lo concreto es que estos desastres naturales acaecidos en Chiloé, sumados a la irresponsabilidad de empresarios inescrupulosos que arrasan sus bosques y contaminan su fructífero mar interior, desnudan, una vez más, los perjuicios y la discriminación del centralismo, mal endémico del Estado chileno, agudizando el aislamiento secular del «Archipiélago Mágico» y el desamparo de sus sufridos habitantes. (La Galicia atlántica sabe de estos fenómenos recurrentes).

¿Y qué puedo yo agregar?

Sólo que Chiloé, junto con Galicia, es una de mis siete patrias, quizá la más amada, pero no me gustaría asistir en ella a un nuevo despertar de sus sierpes fundadoras.

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