El aumento en los niveles de obesidad en todos los países es un hecho indiscutible, principalmente en sectores de menores ingresos. El análisis y seguimiento de la situación epidemiológica de algunos países latinoamericanos, cuyas poblaciones viven alejadas de grandes centros urbanos, con economías de sobrevivencia y autosustentables permiten esclarecer algunos determinantes de la obesidad. En estas poblaciones no se observa obesidad. Allí no hay alimentos chatarras ni publicidad porque no hay poder de compra, sin embargo, cuando la economía de la comunidad cambia y se generan ingresos, lentamente empiezan a cambiar los patrones alimentarios, aparecen pequeños quioscos con ventas de bebidas gaseosas azucaradas y productos alimentarios con alto aporte de calorías, azúcar, sal y grasas (ultraprocesados). Estas poblaciones que suelen ser muy pobres, aumentan de peso y cambian su perfil epidemiológico de manera semejante a lo observado en las grandes ciudades. Sin duda, las empresas que producen este tipo de productos alimentarios actúan como verdaderos vectores en la transmisión y desarrollo de la obesidad.
Financian congresos, conferencias y expertos en nutrición. Reclutan profesionales fantasmas bien pagados cuya función es generar evidencia escrita que muestre que comer este tipo de productos no es tan malo y que el azúcar no es tan dañina.
Pero toda esta discusión de los determinantes de la obesidad se ha hecho difícil y a veces confusa, porque a diferencia de lo que pasó con el tabaco, estas empresas han aprendido a no cometer los mismos errores de comunicación y publicidad de las tabacaleras. Han cuidado de no ser mencionadas directamente como causantes del problema, han llegado a universidades entregando donaciones y propiciando estudios que eluden mencionar a los alimentos ultraprocesados como causa del problema. Financian congresos, conferencias y expertos en nutrición. Reclutan profesionales fantasmas bien pagados cuya función es generar evidencia escrita que muestre que comer este tipo de productos no es tan malo y que el azúcar no es tan dañina. Se han infiltrado en sociedades científicas y organismos internacionales, han creado fundaciones que influyen en la definición y desarrollo de políticas públicas, destacando como argumento la importancia de la actividad física como principal determinante de la obesidad o la falta de sueño como factor de riesgo, pero nunca, acerca de la composición de estos alimentos y menos del azúcar.
Todos los que trabajamos en el área de la nutrición y alimentación conocemos, sabemos y vemos que esto ocurre, la existencia de enormes conflictos de interés, de académicos, sociedades científicas nacionales e internacionales, universidades, organismos internacionales, pero para qué seguir si todo ha sido colonizado.
Por ello, seguir vía “streaming” un taller denominado de “Entornos Saludables” efectuado este 21 y 22 agosto en Chile, organizado por Ministerio de Salud, la Vicepresidencia del Senado, con la participación de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y el Fondo Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) me pareció una buena idea. Entendiendo que existían las mejores intenciones para compartir experiencias de diferentes países latinoamericanos para crear entornos saludables, no deja de ser inquietante el llamado en las primeras alocuciones, de los representantes de los organismos internacionales a las empresas de alimentos para ser parte de la solución de este enorme problema de salud pública, la obesidad. ¿Por qué este llamado a las empresas conociendo su responsabilidad en el problema de la obesidad, como sin ellas no vivieran?. Cuando su función es trabajar y vincularse con los gobiernos. ¿Por qué un senador agradece a empresas por poner los logos de alto contenido de azúcar a una empresa de bebidas sabiendo que la aplicación de la Ley de Alimentos es hasta ahora parcial y que sigue en conflicto permanente para que su reglamento de aplicación sea retirado y modificado? ¿Por qué agradecer que en poblaciones de menores ingresos se llene de bebidas gaseosas “light” sabiendo las dudas que generan recientes publicaciones acerca de los edulcorantes artificiales cuando la estrategia saludable es volver a consumir agua?. ¿Por qué el Ministerio de Salud y estas organizaciones internacionales permiten que un representante de la empresa de alimentos afirme que ellos son parte de la solución después de todo el daño que causan y han causado? Escuchar además, la afirmación que las empresas financian a la Organización Mundial de la Salud (OMS) para implementar los objetivos sostenibles del milenio ha sido demoledor y la hipocresía máxima cuando se destaca que éstos aportes no representan ningún conflicto de interés.
Definitivamente lo sugerido en este evento, de alianzas con los principales vectores en la epidemia global de la obesidad no es el camino. Porque estas alianzas y sus donaciones no son gratis, nadie invierte sin esperar ganancia para su empresa. Cuando se recibe o acepta financiamiento de las empresas se pierde independencia y libertad, porque bien es sabido que “el que pone la plata pone la música” y esto se refleja en el desarrollo de políticas públicas. Nadie puede pensar adecuadamente en entornos saludables rodeados de publicidad y presión directa y subliminal para consumir bebidas y comida chatarra.
Tratemos entonces de pensar como si estuviéramos fuera de esta caja llena de frases bonitas y bien hechas, sonrisas, diplomacia y conflictos de interés y discutamos mas bien, los caminos honestos para desarrollar buenas políticas públicas, libres conflicto de interés, que nos permitan educar a nuestra población, si es que de verdad queremos impactar en la epidemia de la obesidad.
Dra Cecilia Castillo L.
Frente por un Chile Saludable