Por: Jorge Ripper.-
El plutócrata de Sebastián Piñera es, básicamente, un afiebrado.
Mantuvo toda su campaña con una dicotómica visión de blanco y negro de Chile.
Piñera usó unos extraños lentes que le hacían ver, en su egotismo, un Chile polarizado, un país en alto contraste, sólo en blanco y negro.
En su obsesión mental, con su egocentrismo o pensamiento autorreferente, creyó que celebraría en las calles un amplio triunfo.
En sus imaginarias e irreales perspectivas, la gran derrotada sería la izquierda.
No le resultó.
¿Saben por qué?
Simplemente porque su visión es mentirosa e imaginaria.
El país dio muestras de salud cívica. El país está más saludable que la mente ilusa de Piñera.
Lo dijimos hace mucho, Piñera estaba estancado en las encuestas y así lo demostraron los resultados.
El único irreal era Piñera y sus asesores.
Piñera ha sostenido pensamientos irreales y magnificó la realidad a su favor durante un largo tiempo. No diremos que tiene delirio napoleónico, pero, sin duda, tiene un ego desmedido y le aparecen curiosos síntomas, como su necesidad de recibir halagos y su sensación de sentirse elegido para llevar a cabo una misión trascendental, como salvar a Chile de un peligro eminente.
Después de las elecciones todas las expectativas han cambiado y una ola de izquierda descolocó a Piñera.
Lo que sufre Sebastián Piñera ahora es una neurosis por una sensación desagradable que otorga el no captar la realidad. Eso se llama némesis, que es la desgracia con la que los dioses castigan la arrogancia humana. Esto le preocupa a Piñera, pues el candidato es también superticioso.
Piñera interpretó mal los hechos, y cometió muchos errores cognitivos. Estas falacias lógicas o distorsiones cognitivas, son errores del pensamiento que resultan determinantes en la actual perturbación emocional del candidato.
Los asesores de Piñera son aspiracionales por excelencia y funcionan como el espejo de Narciso Piñera. Están ahí para reafirmar al egocéntrico. Ellos le devuelven en forma de reflejo la mitad de sí mismo. Son su Eco. Y el niño Narciso es feliz. («Ipse ego sum«, Ese soy yo). Arde de amor a sí mismo.
Como buen Narciso, Piñera no alcanza a entender su comedia. No se da cuenta que lo que él escucha son ecos de su propia voz.
La Cecilia Pérez, el Gonzalo Cordero o la Carolina Parot, tienen una educación muy límite. No leen un libro, ni escuchan música, ni van a un concierto de rock. Hablan no más. Sicoanalíticamente, ellos son sólo sombras. Se dejan llevar por pautas que escribe otro asesor afiebrado. Son tan infantiles, como llamar insistentemente como PRESIDENTE, al candidato Piñera. Como si el sólo hecho de decir PRESIDENTE, PRESIDENTE, esto lo convertiría en PRESIDENTE.
Esa es también una delicada perturbación cognitiva, una distorsión, una falacia y que genera ahora en ellos una desastrosa emoción neurótica.
Ellos confunden sus deseos con la realidad. Según esta distorsión, las cosas deben ser como así lo desean. Puesto que no les conviene o no le gusta como son, simplemente se olvidan de que la vida tienen sus propias reglas y que no se rigen bajo sus caprichos.
Estos mediocres asesores de campaña de Piñera están confundidos. A falta de visiones más finas e inteligentes, recogen ahora los muy viejos y muy estúpidos mecanismos del miedo.
Se convierten en fabricantes de miedo.
La derecha es experta en intentar crear miedo. Construyen una narrativa del miedo sostenida por mentiras básicas para paralizar las conciencias, como arma de dominación política.
Si la gente se comportó distinto en las elecciones a como ellos esperaban, entonces la gente es la inmoral, es la gente que piensa de una manera equivocada.
Es decir, están a punto de pasar la raya.
Pero, alguien, algún cuerdo asesor electoral de Piñera debe haber en ese comando.
Alguien debería alertar que la estrategia del miedo es la peor estrategia electoral.
Replegarse en los instintos más brutos y más salvajes de la política.