Por Luis Eduardo Muñoz.-
Suena la voz de Nick Cave a través de los parlantes del ordenador y en un intento de viajar sin movimiento, me conecto al twitter y dejo golpetear mis dedos sobre el teclado tratando de llevar el ritmo de una manera casi instintiva.
Prendo un cigarrillo y doy partida a esta suerte de estúpido intento de dejar en evidencia que pese a todos y a todo sigo en pie sin dar un paso atrás en este periplo de rebeldía consciente que no es de ahora. Recuerdo aquellos años 80, no los de la serie, sino aquellos que alejados de toda pompa no lamentan sobre cuentos de exilio, sino aquellos 80 de tensión, verdad y resistencia que vivimos quienes aún por principio no hemos abandonado este suelo. Un país cada vez más remasterizado a la usanza del primer mundo, pero pierde ese dejo de colonia aunque celebre bicentenarios de independencias que no hemos sido capaces de alcanzar.
Resulta extraño que en una plataforma tan propia de la posmodernidad, me permita realizar esta catarsis tan primitiva y por momentos carente de estilo y sentido. Pues bien, esto de crecer a la mala no es el nombre de una nueva serie bicentenario, es un grito libre de expresión underground que tiene sus fallas como la n que me comí en el tweet anterior, en fin todo tiene sus ciclos y el del silencio y la apatía llega a su fin. ¿Hasta cuando masticar rabia y esperar que se enarbolen banderas para ir tras de ellas si nunca las necesitamos cuando el regreso a casa se hacía incierto cada día? Como no recordar esas caminatas por el centro de Santiago entre los portales para evitar los seguimientos o esas conversaciones en voz baja para coordinar algún encuentro que permitiese ganar al menos un espacio de libre debate.
Tantos años que llevo a cuestas y recién tengo 41 según mi carnet de identidad. La música ha dejado de sonar, busco alguna lista de reproducción que me brinde un telón de fondo para seguir recordando, articulando y proponiendo en tiempo real.
Electrodomésticos fue la elegida y al ritmo de Chapsui me transporto a esos primeros años tras la toma de conciencia. Debo haber tenido unos 13 años, mi rutina era bastante inusual, vivía en una barrio de resistencia de la zona sur y debía atravesar toda la ciudad para llegar al colegio en la zona norte de la capital. La cantidad de historias que viví entre esas travesías simplemente un aprendizaje social impagable. Desde la ventana de la ya inexistente Recoleta Lira, podía ver como la ciudad me hacía latente mi no pertenencia a la realidad que se pretendía mostrar, todo era un extremo desde el olor a podredumbre del Zanjón de la Aguada, la tensa calma del centro, los saludos entrecortados, las levantadas de cejas , los maletines rotos, los vendedores de puzzles en fin un universo semántico rico que se presentaba como manual de sobrevivencia de manera cotidiana.
La calle Mac-Iver, era el lugar de trasbordo a la San Cristóbal La Granja población Lemus que subía por Antonia López de Bello hasta el cerro, eran tantos contrastes a diario, los barrios, la gente, la forma de leer el tiempo vivido y las ganas por transformarlo. Eran tiempos confusos y complejos donde no se podía estar al margen por dignidad, voluntad y por rabia.
La injusticia se hacía tan palpable, el silencio tan cómplice y la lucha con tanta vida perdida en su proceso que se podía oler el miedo No se sabía quien y cuando al escuchar tus comentarios podías ser acusado de terrorista sin importar edad, credo o clase social.
Una suerte de reino del terror que dejo a miles convertidos en ignorantes funcionales o simplemente en mano de obra barata sin derecho a reclamos. Desde ese tiempo hasta ahora no es mucho lo que hemos cambiado antes fue el miedo, luego la comodidad cómplice.
Hablar de resistencia y del Chile que no huyó al exilio, era de mal gusto, sonaba como a resentimiento de pobre y para otros se volvió moda combativa sin objetivo claro.
No se hacía fácil, en mi caso personal la escena underground de fines de los 80 fue mi válvula de escape En aquellos sitios como el Trolley, el sexo, drogas y rock and roll dejaba de ser un slogan y pasaba a ser un código de pertinencia.
Está demás decir que mi generación fue de excesos y de ella ya pocos quedan medianamente lúcidos, pasamos de la dictadura del poder a la del latex sin campaña de por medio así que el Vih/SIDA también hizo lo suyo.
Si no es chiste eso de que crecimos a la mala, somos sobrevivientes del sistema y de nosotros mismos.
El suicidio fue también una opción consciente para muchos, pero como pasaba bajo tierra a nadie le llamó mucho la atención. Habían temas más importantes como negociar la democracia mediante acuerdos que hicieran justicia en la medida de lo posible o comenzar un proceso lento pero efectivo de estupidización social a través de los medios de comunicación de masas un proceso tan efectivo que hizo parecer a los agentes de la dictadura como demócratas y al mismo pueblo que aplastaron darle la presidencia.
Ese “Gobierno de los mejores” fue como vivir en la dimensión desconocida, no había en Chile más que los 33 de la fama, y una estrategia de reality gubernamental. Esa falta de voluntad, eso de ser políticamente correcto, de ser tan mesurados hace que nos pasen por idiotas sistemáticamente y así pasaron 4 años más y nuestra propia estupidez les ayuda bastante a controlarnos en exceso para que no actuemos como exaltados.
En fin no perderé el rumbo de la narración aunque la dispersión es secuela de tiempos pretéritos.
Crecimos a la mala entre tongoy y los vilos entre el jabón lux y el camay crema, entre las luces de la noche y el oscurantismo del consumo entre el lsd y las papas fritas, entre el silencio cómplice y las negociaciones a puerta cerrada .
Pero para que todo no siga igual y como no dejamos de crecer este relato continuará ……
6 abril 2018