Arseni Tarkovsky fue un extraordinario poeta ucraniano nacido en Elisavetgrad en 1907 . Gran parte de su vida transcurrió en Moscú, donde murió el 27 de mayo de 1989. En 1924, Arseni se trasladó a Moscú y desde 1924 a 1925, escribió en un diario para los trabajadores del ferrocarril llamado «Gudok».
De 1925 a 1929 estudió literatura en la Universidad del Estado. Al mismo tiempo, traducía poesía del turco, del georgiano, del armenio y del árabe. Trabajó en el periódico de la Marina Boeváya Trevoga (Alarma de Guerra).
Fue corresponsal de guerra y sufrió la amputación de una pierna.
Sus poemas aparecen en las películas El Espejo (1975), Stalker (1978) y Nostalgia (1983), dirigidas por su hijo Andréi Tarkovsky, destacado director de cine.
Aunque escribió poesía durante toda su vida, no publicó nada hasta llegar a la cincuentena, edad a partir de la cual verían la luz nueve de sus libros:
- Перед снегом – Antes de la nieve (1962);
- Земле земное – A la Tierra, lo terrestre (1966);
- Вестник – El mensajero (1969);
- Стихотворения – Versos (1974);
- Зимний день – Un día de invierno (1980);
- Избранное – Obras escogidas (1982);
- Стихи разных лет – Versos de distintos años (1983) – compilación;
- От юности до старости – De la juventud a la vejez(1987)
- Благословенный Свет – La luz bendita (publicación póstuma de 1993).
Primer poema
«Los primeros encuentros»
Cada instante de nuestros encuentros
celebramos, como una presencia Divina,
solos en todo el mundo. Entrabas
más audaz y liviana que el ala de un ave;
por la escalera, como un delirio,
saltabas de a dos los escalones, y corrías
a través de las húmedas lilas, llevándome lejos,
a tus dominios, al otro lado del espejo.
Cuando llegó la noche, recibí la gracia,
las puertas del altar se abrieron,
y brilló en la oscuridad, en el espacio
la desnudez, y se inclinó lentamente,
y despertando, pronuncié: «‘¡Benditas seas!»,
y enseguida percibí la insolencia
de esta bendición. Dormías,
y para pintar tus párpados de aquel azul eterno
las lilas se inclinaron hacia ti desde la mesa.
Tus párpados azules ahora estaban
serenos, y tibias tus manos.
En el cristal se percibía el pulso de los ríos,
el humo de los cerros, el resplandor del mar,
y una esfera en la palma de la mano sostenías,
de cristal, y dormías en el trono,
y ¡oh Dios Santo! eras mía solamente.
Al despertarte, había transformado
el común lenguaje cotidiano
y con renovada fuerza se colmó la garganta
de vocablos sonoros, y la palabra «tú», tan liviana,
quería decir «rey» ahora, revelando su nuevo significado.
De pronto, en el mundo todo ha cambiado,
hasta las cosas simples, como la jarra, la palangana,
cuando se erguía en medio de nosotros, cuidándonos,
el agua, dura y laminada.
Fuimos llevados hacia el más allá,
y se abrían ante nosotros, como por encanto,
las ciudades milagrosas, y nos invitaban a pasar,
la menta se extendía bajo nuestro pies,
las aves seguían nuestro camino,
los peces remontaban nuevos ríos,
y el cielo se abrió ante nuestros ojos…
Mientras seguía nuestra huellas el destino,
como el loco, armado de una navaja.
Segundo Poema
Te esperé ayer desde el alba,
se dieron cuenta de que ya no vendrás.
¿Te acuerdas qué tiempo tuvimos?
Fue una fiesta. Yo salí sin abrigo.
Llegaste hoy, y nos han preparado
un día singularmente sombrío,
la lluvia y una particular hora tardía.
Y corren las gotas por las ramas heladas
que ni las palabras podrían frenar,
ni secar siquiera un pañuelo.
Tercer poema
No creo en los presentimientos, tampoco me asustan las señales,
no huyo ni del veneno, ni de las calumnias.
La muerte no existe en el mundo, todos son inmortales,
todo es inmortal, no hay que temer a la muerte
ni a los diecisiete años, ni a los setenta.
Existe solamente la realidad y la luz.
No hay en este mundo ni oscuridad, ni muerte.
Estamos todos reunidos en la orilla del mar,
y soy de aquellos que recogen las redes,
cuando viene, en cardumen, la inmortalidad.
Sigan viviendo en la casa, y ella no se destruirá.
Convocaré a cualquiera de los siglos,
entraré en él, y construiré allí mi morada.
Por eso están conmigo sus hijos y sus mujeres comparten mi mesa,
pues, la mesa es una sola para el bisabuelo y para el nieto.
Lo venidero acontece ahora, y si yo levanto la mano,
quedarían cinco rayos de luz para todos ustedes.
Mis clavículas apuntalaron, como vigas, los días del pasado,
medí los años con cadenas de agrimensor, horadé el tiempo,
como si fuese los Urales, y elegí el siglo según mi estatura.
Bajamos al sur y levantamos el polvo de las estepas…
El pasto alto se alborotó, bromeó el grillo, tocó las herraduras,
nos auguró el futuro con sus bigotes,
y me amenazó, como un monje, con la perdición segura.
Até mi destino con las correas a la silla de montar,
aún erguido en los estribos, cabalgo como un muchacho en los tiempos venideros;
me satisface mi inmortalidad, para que mi sangre corra de siglo en siglo..
Por un rincón seguro de dulce tibieza pagaría obstinado con mi vida,
si ella no fuera una aguja voladora, que me tira, como a un hilo, por todo el mundo.
Cuarto Poema
El hombre tiene un solo cuerpo,
como una celda incomunicada,
el alma ya está harta
de esa envoltura apretada,
con los ojos y los oídos
de tamaño tan escueto,
con la piel -pura cicatriz-
que viste el esqueleto.
A través de la retina vuela
hacia el manantial del cielo,
hacia el eje helado,
hacia la carroza de pájaro,
y oye desde las rejas
de su prisión viviente,
el parloteo de bosques y prados,
la trompeta de los siete mares.
Es un pecado tener el alma sin cuerpo,
es lo mismo que un cuerpo sin camisa,
como si no tuviera ni obra, ni proyecto,
ningún designio, ni una sola línea.
Puros enigmas sin ninguna clave.
Pues, quién volvería hacia atrás
después de haber bailado
donde nadie bailaría jamás.
Y sueño con un alma diferente,
vestida de otra manera,
que arde, recorriendo siempre
el camino entre la timidez y la espera,
como una llamada seca, sin reflejo,
que corre al ras del suelo
y como un recuerdo, nos deja
el ramo de lilas en la mesa.
Corre, niño; no te apiades
de Eurídice desdichada,
echa rodar por el mundo
tu aro de cobre con una vara,
mientras, apenas audible
pero respondiendo a cada paso,
la tierra suena en los oídos
tan alegre y austera.
Traducción de Irina Bogdaschevski.
Irina Bogdaschevski fue filóloga, traductora y escritora bilingüe. Nació en Belgrado de padres rusos. Estudió Letras en Salzburgo y emigró a Argentina durante los años 50. Falleció el año 2016 a los 88 años. Fue alumna de Borges en la Escuela de Biblioteconomía. Estuvo en un campo de concentración en Austria en 1944. En 1999 fue galardonada por la Embajada de Rusia en Argentina con el Premio Alexánder Púshkin por su obra y traducciones.