Por Alberto Tricárico
The Fall, creada, escrita y dirigida por Allan Cubitt. Elenco: Gillian Anderson y Jamie Dornan.
Fueron muchos los que me recomendaron The Fall (La Caída, 2013-2016) de Allan Cubitt. Por diferentes razones. Yo no sé si todos los que me sugirieron esta serie la vieron, de lo que estoy seguro que casi nadie la vio completa. Son tres temporadas (2013, 2014 y 2016). La verdad que la historia completa podría durar dos horas, a lo sumo tres.
La historia empieza bien, pero de a poco va desdibujándose, ralentándose y perdiendo sentido. Irlanda del Norte es el escenario. Belfast. Un hombre de 32 años, casado y padre de dos hijos, resulta ser un asesino serial de mujeres con determinadas características en común. Stella Gibson es una detective prestigiosa que se hace cargo del caso y comienza a desentrañarlo. Este planteo lo vimos muchas veces, más desilusión todavía si el caso parece estar resuelto en mitad de la primera temporada y se enrosca y se enrosca para concluirlo al final de la tercera.
Hay al comienzo una intención interesante de trabajar a fondo la relación entre el asesino y la detective que pronto se diluye en discursos, sentencias, ideas preconcebidas demasiado modernas, demasiado de moda. El mitologema del doble prometía una nueva versión, pero por torpeza se quedó en el camino.
La heroína padece de un humanismo abstracto excesivo y perfecto, a la medida de una de las tantas ideas prefabricadas que el bueno de Cubitt intenta comunicar con urgencias progresistas. Stella no tiene marcas – o casi –, goza de una correctez impoluta, sus pocas zonas oscuras están bien lejos en el pasado y resueltas gracias – aparentemente – a la vida moderna. Comprende todo, se sensibiliza por todo, trata bien a todos y nada anómalo la acecha. No tiene frenos internos, sólo se le ponen algunos frenos externos que termina sorteando rápidamente con unas pocas lágrimas y su infalible inteligencia. Convence a todos, todos le hacen caso, y así es descripta la diégesis: Todo funciona, todos hacen su trabajo, nadie protesta, nadie se mueve un centímetro de lo que se espera de él. La idea de eficiencia técnica liberal y de éxito supremo de esa mirada técnico científica positivista comanda la serie. Algo similar ocurre en el terreno médico común, como también en el mundo forense. Todo movimiento científico de la serie parece ser perfecto: limpio, sano, transparente.
El pasado es lo oscuro – justamente lo único anómalo en la serie es el asesino y su explicación está en su pasado – que la modernidad ha logrado superar con sus adelantos técnicos, su ciencia, sus teléfonos celulares y computadoras. Parece mentira, pero la técnica también falla en The Fall. La fotografía no es gran cosa, los movimientos de cámara aburren y parecen ir por otro camino distinto al de la narración, el montaje se repite con recursos que distraen y sobre todo dilatan la acción de modo innecesario. El trabajo de sonido, al menos en su aspecto técnico, es el único recurso parejo y regular.
No hay prácticamente fuera de campo a lo largo de la serie. Todo está ahí. Todo está dicho. Diálogos – mezclados de llantos y sentimentalismo varios – que explican todo, que expresan todo, que comunican todo. No es que haya mucho que decir, pero la poca intención de sentido surge de la alegoría. Hay justos (casi todos) e injustos (prácticamente uno, el asesino, y en la tercera temporada: su abogado). No hay grises, no hay oscuridades. No hay complejos, no hay taras, no hay oscuros intereses importantes ni internas del lado bueno. Todos obedecen, cumplen, trabajan y dan soluciones casi inmediatas. Algunos pequeños enjuagues para distraer (y recordarnos que la política es algo malo), pero nada demasiado importante. Llama la atención que se tarde tanto en resolver un caso tan fácil a partir de tanta eficiencia. En definitiva no hay una tradición, y si la hubo, fue algo que se superó. Si alguna vez vivimos una forma tradicional, aquello fue algo oscuro, que ya ha quedado atrás, que la modernidad puritana británica ha solucionado, y que nadie duda en dejar en el pasado como un objeto inútil.
El maniqueísmo es exagerado e innecesario, sobre todo con el historial reciente de series de este género, que plantean infinidad de matices, de zonas intermedias y de complejidades y paradojas que suelen dar un valor, una densidad al relato, que acá es desperdiciado a partir de un humanismo vacío, donde sólo dos o tres cosas se quieren decir y justamente se dice de manera directa a través de los diálogos de los personajes, sobre todo de la detective protagonista.
La serie realiza un esfuerzo exagerado para que no pase lo que finalmente, en el último capítulo, pasa. Lo cual, no sólo decepciona a los espectadores sino que también se decepciona a sí misma.
© Alberto Tricárico, 2018
www.asalallena.com.ar