Radio del Mar.-
Rubén Aguilera crece en Chuquicamata, entonces propiedad de la Anaconda Copper Company, en pleno desierto de Atacama. Se educa con los misioneros Oblatos de María Inmaculada de Canadá en el puerto de Antofagasta, donde la corriente de Humboldt se choca con el Trópico de Capricornio, en la costa del Pacífico.
Estudia arte y castellano en la Universidad Pontificia del Norte, donde, como joven poeta y redactor de la revista cultural O Tempora, publica artículos y poemas. Al mismo tiempo, encabeza la revuelta estudiantil del 68, como presidente de la Federación de Estudiantes (1969-72) y redactor de la revista política Tet y de cuadernos políticos.
Tras el golpe militar de 1973 vive clandestino en Santiago. Es arrestado en 1975 y durante dos años recorre distintos centros de tortura y detención.
Llega a Suecia como refugiado político en 1977. Se titula de sociólogo en la Universidad de Lund en 1983 con una tesina sobre el Amazonas, donde realizara trabajo de campo el año anterior. Trabaja como maestro de español en distintas escuelas hasta 1993. Desde entonces trabaja en el sector cultural tanto público como privado, reuniendo a artistas y escritores suecos y extranjeros, bajo la égida de la integración cultural.
Desde hace más de una década se dedica también a la poesía visual, en la que integra sus textos con música e imágenes de otros creadores. Sus videos-performance e instalaciones son muy populares, presentándose en bibliotecas, centros culturales, parques y lugares públicos. Estos últimos años ha estado orientado al problema ecológico, con acciones documentadas, en estrecha colaboración con otros escritores y artistas.
PUBLICACIONES
Ha publicado ocho libros de poesía, además de una docena en edición propia. Está representado en numerosas antologías. Está traducido al sueco, persa, alemán, inglés y polaco. Ha obtenido becas del Consejo de Cultura y El Fondo de Escritores y ha formado parte de la directiva de La Sociedad de Escritores del Sur de Suecia. Ha publicado también la colección de cuentos El Moscardón, año 2018, del Cuarteto de los Chucos. Muñeca de Loza, es la segunda colección de cuentos.
¿Cuándo comenzó tu interés por la literatura?
Soy nacido en Chuquicamata en el año 1948 del milenio pasado. Un campamento junto a la mina de cobre de la Anaconda Company en el norte de Chile.
Tuve la suerte de contar con maestros y familiares y amigos de mi familia, que estaban interesados en la literatura. Mis maestros primarios fueron más allá del deber en cuanto al conocimiento de la literatura nacional y universal. Pero, el detonante de todo, fue realmente la lectura que tuve que hacer de un poema ante toda la escuela con motivo de fiestas patrias, cuando tenía apenas siete años. El esfuerzo de aprenderme el poema de memoria y de declamarlo me permitió acceder a un mundo que hasta ese momento se reducía al aprendizaje casi automático de estribillos y versos infantiles de llamado Silabario. Aunque lo más importante para mí fue la reacción, especialmente de las autoridades presentes, ante
mi lectura de un poema que no cabía en la celebración de las Glorias Nacionales. Por vez primera y única puede experimentar en carne propia el peso de las tradiciones y el carácter explosivo de la palabra, por muy inocente que esta parezca.
De allí para adelante comencé a leer con mucha atención todo lo que caía en mis manos, poniendo también mucha atención en las opiniones de los mayores con respecto a distintos autores actuales por entonces. Me encantaba recitar pasajes populares, cosa que era completamente normal por entonces. Los niños acostumbraban a declamar en todas las ocasiones sociales importantes, también en las familiares. Había sí recitadores oficiales adultos, llamados, poetas laureados, o recitadores radiales
. Arte declamatorio que despareció con la entrada en toda la línea del verso libre y la lectura no declamada, por llamarla de alguna manera. Mi segunda experiencia decisiva fue cuando intenté escribir el cuento de una madre lavandera con un hijo, que ya titulado, envanecido la desprecia y la desconoce. Tenía once años y anduve trayendo las dos hojillas de mi cuento hasta que ya habiendo empezado en un internado Oblato en Antofagasta en año 1962, tuve que aceptar que era un mamarracho de lugares comunes, lo que un maestro llamó un lloriqueo criollista mal escrito. Apenas iniciado en ese colegio tuve asistir a una obra de teatro en inglés, realizada por los propios alumnos, que me obligó a hacer un nuevo esfuerzo para ponerme al día en cuanto a la literatura universal. Si bien los curas oblatos preferían la cultura latina, especialmente la francesa, se empeñaban también en que nosotros, los alumnos, recibiéramos también la cultura y literatura inglesa. Allí tuve un orientador brillante, joven seminarista, que después partió a estudiar en el Vaticano, que se empeñó en desafiarme a leer la literatura más difícil e intrincada posible. Cosa que le agradezco infinitamente. Leí, entre otros, el Diario de un Cura de Campo. No sólo tenía que leerlos sino que referírselos y criticarlos. El padre Arturo Smith, fundó tempranamente en el colegio oblato San José una excelente biblioteca y, lo mejor, sin censura. Hasta el día de hoy, tengo el prurito de leer todo lo que me cae en las manos, especialmente ese tipo de literatura un poco latosa para el promedio. En cuanto a escribir, siempre me abocado a la poesía, exclusivamente y desde muy temprano. No obstante, he hecho una excepción escribiendo el cuarteto de Chuquicamata, cuentos de mi infancia en ese mineral en los años 1950.
Nacido tardíamente podía oír a mis hermanos mayores, a familiares y conocidos hablando de la literatura cotidianamente, pero desde un punto de vista nítidamente clasista, es decir, sin adjetivos o mediaciones, lo que significaba que todas las opiniones estaban teñidas de las posiciones políticas de los hablantes. Dominaban la escena, entonces, el PS de Chile, el PC, el PR y la derecha del Partido Conservador.
¿Qué estudiaste en la Universidad del Norte de Antofagasta?
Entré, en marzo de 1968, a estudiar Pedagogía en Castellano, aunque pronto me cambié a la carrera de Pedagogía en Artes Plásticas.
¿Cómo fue tu experiencia inicial?
El primer día de universidad fui recibido por Carlos Tapia, nos conocíamos desde el colegio San José, y Héctor Muñoz, quienes me invitaron a participar en un grupo estudiantil que, poco después, se convertiría en O ‘Témpora, un grupo de discusión política y reforma que comienza a editar una revista político cultural con el mismo nombre. La Universidad misma era pontificia, dirigida por Jesuitas, con una concepción conservadora. La Federación de estudiantes estaba dominada por la DC, que, al mismo tiempo de adherirse a la concepción tradicionalista de la dirección universitaria, manifestaba la necesidad de una reforma universitaria acorde al gobierno DC de Eduardo Frei.
¿Cómo te iniciaste en los movimientos estudiantiles?
Ya había sido presidente del centro de alumnos del colegio San José y venía con una vaga idea de la necesaria reforma del sistema educacional y la ligazón de la escuela a los procesos sociales. Durante el último año de escuela, 1967, había estado también conectado con Espartaco, de ideología maoísta, que realizan el sabotaje a la exposición Centenario de la ciudad en el Estadio de Futbol. Además, había trabajado con Nelly Lemus y Américo López en su Teatro Arte de Vanguardia, TAV.
O ‘Témpora era un grupo muy heterogéneo, pero con un objetivo común, la perentoria reforma universitaria, cosa esta última que me pareció de una urgencia vital. En un primer momento levantamos con éxito la candidatura de Carlos Tapia, pero luego soy electo, junto con Jorge Sagua del DC, como los únicos representantes estudiantiles al primer Claustro de Reforma de la Universidad del Norte.
¿Cómo fue el proceso de la reforma universitaria en el Norte de Chile?
Extensa pregunta. A fines de 1968, en evidente concordancia con el estallido a nivel mundial del movimiento estudiantil y juvenil, ya comienza a existir un consenso entre los dirigentes y movimientos estudiantiles de las tres universidades de Antofagasta: La Técnica, la Universidad de Chile y la U. del Norte, en cuanto al proceso de reforma, aunque las diferencia de fondo no tardaría en salir a flote, especialmente con el sector democristiano que terminan postulando una variante tibia y concordante con el gobierno de Frei. Ya en 1970 las direcciones estudiantiles de las tres universidades estaban homogenizadas por la izquierda. Se pasa rápidamente de una reforma universitaria centrada en la mejora de los planes de estudios y mejores condiciones para el estudiantado, a la formulación de la Universidad abierta el pueblo.
Esto implicó el aumento del cupo universitario permitiendo la entrada de hijos de trabajadores, la inscripción y educación gratuita, los hogares universitarios, las becas alimenticias y el establecimiento de sedes universitarias en toda la región, empezando por las ciudades principales. Con el triunfo de Salvador Allende en las elecciones esto se profundiza, ya con el apoyo del propio gobierno. En mi propia universidad, la expulsión de los jesuitas, se convirtió en un problema nacional, teniendo el gobierno que negociar con el Vaticano, por ser éste el propietario último de la universidad. En el mismo empuje se consigue el cogobierno paritario, pudiendo los representantes estudiantiles tener incluso poder de decisión en todo el quehacer universitario, incluso en la contratación de personal docente. Ya en 1972, este es un proceso que empieza a agotarse, entrando todo el país en un conflicto al que es imposible substraerse. La sedición y el sabotaje a la labor del gobierno se convierten en pan de todos los días. Pero ya ese año, inicios de 1972, yo dejo definitivamente la universidad.
¿Cómo terminó ese proceso?
Ese proceso terminó, creo yo, tras el llamado Tanquetazo, el intento de Golpe de Estado del 29 de junio de 1973. Las universidades son tomadas en apoyo y defensa del gobierno popular, aunque fue en ese momento en que quedó en evidencia la falta de una salida concreta al proceso. El gobierno UP y la izquierda entran en una actitud defensiva quedando la iniciativa en manos de la oposición, en especial, de la sedición generalizada ya en marcha. El llamado a un plebiscito no alcanza a ser anunciado por Allende, el golpe de estado se le adelanta. Quizás ese plebiscito hubiese podido canalizar las cosas en otro sentido, al menos una canalización dentro de los cánones democráticos, hasta alcanzar las nuevas elecciones generales. Ni hablar de una salida revolucionaria, por razones obvias. Desgraciadamente eso es una mera hipótesis.