21 - octubre - 2024

Turismo: Cuando el cliente no siempre tiene la razón

En Aysén ya se está escuchando hoy el «quiero ver los glaciares antes de que se derritan completamente» como ayer fue el «voy a ir al Baker antes que construyan las represas«..  De ahí se deriva el turismo de la puesta en escena, de lo que sea, total, si el cliente lo pide, hay que proveérselo.

Patricio Segura Ortiz, Periodista. psegura@gmail.com  – 04-02-2020


«En este lugar, el cliente no siempre tiene la razón.  Es más… casi nunca la tiene«.

Este sarcástico, hipotético e, incluso, imposible letrero en un mundo que todo lo mercantiliza sería una bofetada a una industria enfocada a la demanda.  En un sistema en que la necesidad de vender (por subsistencia, ambición, satisfacción, competencia) es el leit motiv de todo negocio, priorizar lo que se quiere ofrecer por sobre lo que un tercero aspira adquirir podría ser, en la praxis, un suicidio comercial.

Esta reflexión, que pareciera nimia o rebuscada, es relevante cuando hablamos del énfasis que debe tener el desarrollo de una comunidad, de un territorio.  No es menor la discusión, porque es precisamente este aspecto el que nos tiene hoy con altos niveles de desigualdad y con vulneración a derechos sociales, ambientales y políticos colándose por doquier.

Aunque suene iluso (e impracticable para los economistas) un modelo de negocios basado en la oferta y no en la demanda, en lo que estamos dispuestos a comercializar y no solo en lo que los otros quieren comprar, es la diferencia entre el empresariado y el mercenariado.  

Lo escuché en una ocasión en Cochrane, de integrantes de una cooperativa mapuche de turismo quienes relataban que compartían con el visitante su cultura y vivencias, se les acogía para participar pero, sin embargo aquello, había ciertos espacios, lugares, tradiciones, rituales, que les estaban vedados. Que no estaban a la venta.  Que no tenían precio por más que la billetera se pusiera sobre la mesa. 

Porque cualquier transacción está sujeta a ciertos marcos. Como ocurre en la vida.  No todo es cancha así como no todo puede ser comercializado.  Al contrario de las reglas de la sociedad de mercado, donde exitoso siempre será quien está disponible a transarlo todo, flexibilizando ciertos marcos éticos y visiones de sociedad, inclusive.    

Así como están quienes asumen que sus valores personales y colectivos son una carga en el mundo de los negocios porque no creen en el «business are business«, están los que sí consideran la usura como opción legítima, ven como una oportunidad para hacer negocios la urgencia o necesidad de terceros, el oportunismo es su mantra, el uso de información privilegiada o el tráfico de influencias su capital, por nombrar solo algunos ejemplos.

Tal como en las grescas callejeras será derrotado el que no esté disponible para dar golpes bajos, la ética en este mundo económicamente exitista es una tara para avanzar según sus reglas, las que validan al que concentra más capital.

Y así llegamos al turismo.  ¿Todo lo que quieren los visitantes hay que estar disponibles para entregárselos?  

Pienso en esto al leer un artículo en El País («La humanidad ha salido mal») sobre cruceros que en Punta Hannah, una naciente isla en el área antártica, se mantienen lejos del campo visual de los afortunados que llegan a este lejano sector, para que estos visitantes puedan tomar fotografías (cuales tickets de una lista de cosas cool por hacer) dando la impresión de que llegaron a uno de los lugares más remotos y aislados del mundo. Tanto así que esperan a que se retire del lugar un grupo de científicos que investiga los efectos del cambio climático en la biodiversidad originaria. 

Es el dramático y real «fuera de mi exótica isla» exclamado por acaudalados a quienes importa más mostrar al mundo la hazaña cumplida (incluso dando lo mismo que haya que modificar un poco la realidad) que la experiencia de entender los impactos que estamos generando en el planeta y sus reales posibilidades de supervivencia.

Eso me trae a la costumbre que tienen algunos que, no habiendo sido nunca parte ni vivido la cultura aisenina tradicional mediterránea con su gauchesca estampa, ni la chilota que se asentó en el litoral patagón, se engalanan con sus tenidas y tradiciones para el visitante dispuesto a pagar por un trozo de tradición.  Presurosos a montar una escena con boina, bombacha, pañuelo al cuello, los que portan desde el momento mismo en que ingresan a la manga que lleva del avión a la sala de desembarque.  

No hablo de las comidas tradicionales, no hablo del asado al palo, no hablo de transitar en la incorporación de tradiciones por cariño, respeto o nuevas formas de habitar el territorio,  hablo de transformarse en lo que no se es por un breve momento y con tarifa.

Este es solo un ejemplo. No tiene intenciones tratadistas, sino solo de aportar a la reflexión de cuáles podrán ser los límites de una actividad que es uno de los ejes del desarrollo de la región de Aysén.  Así como en otras latitudes existe el turismo de guerra, pobreza, desastres y prostitución, los únicos límites de esta actividad son la creatividad… y la ética.  

En Aysén ya se está escuchando hoy el «quiero ver los glaciares antes de que se derritan completamente» como ayer fue el «voy a ir al Baker antes que construyan las represas«..  De ahí se deriva el turismo de la puesta en escena, de lo que sea, total, si el cliente lo pide, hay que proveérselo.

Esto no involucra no ceñirse estándares mínimos de acogida, información y confort, con certificaciones colectivas, basadas en la sustentabilidad por ejemplo.  Se trata de hacer turismo sin desaparecer en el intento.  Un turismo honesto, con consciencia, no uno de la mentira y espejismos, que hartos problemas nos ha traído como humanidad.

Por eso, el ficticio letrero del inicio de estas líneas que nos dice que «en este lugar, el cliente no siempre tiene la razón.  Es más… casi nunca la tiene» es más que una arenga pedante y poco amable con el visitante, siendo que al turismo se le conoce como la industria de la cordialidad.  Es simplemente un intento de mantener un poco de integridad y claridad en cuáles son nuestros objetivos (calidad de vida habitando en el territorio, mantención de cierta identidad cultural, sustentabilidad, cuidado de los ecosistemas, desarrollo económico local) más allá de la búsqueda de una no trascendente oportunidad comercial.

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