10 - noviembre - 2024

Mujer de izquierda, Mariana Mazzucato, arrincona a coyotes financieros que desvían fondos a chupasangres.

Mariana Mazzucato, profesora de Economía de la Innovación y el Valor Público de la University College London, sostiene que  hay tres crisis actuales (sanitaria, ambiental y de la desigualdad). Las tres son producto de la forma en que se administra el capitalismo. Admirada por el Papa Francisco y Bill Gates, ella sostiene en su libro El Valor de Todo que los estados deben crear valor invirtiendo e innovando para encontrar nuevas formas de proporcionar servicios públicos a las poblaciones vulnerables de la economía informal. Postula un desarrollo inclusivo y sostenible.

HISTORIAS SOBRE LA CREACIÓN DE RIQUEZA

Mariana Mazzucato, Prefacio del libro El valor de las cosas.

Entre 1975 y 2017 el producto interior bruto (PIB) real de Estados Unidos —el tamaño de la economía ajustado por la inflación— más o menos se triplicó: pasó de 5,49 a 17,29 billones de dólares.Durante ese periodo la productividad creció alrededor de un 60 por ciento. Sin embargo, desde 1979 los sueldos por hora reales de la gran mayoría de los trabajadores estadounidenses se han estancado o incluso reducido. En otras palabras, durante cerca de cuatro décadas una pequeña élite se ha apoderado de casi todas las ganancias de una economía en expansión. ¿Es porque son miembros de la sociedad particularmente productivos?

En una ocasión Platón sostuvo que los contadores de historias dominan el mundo. Su gran obra, la República, es en parte una guía para educar al líder de su Estado ideal, el guardián. Este libro cuestiona las historias que nos han contado acerca de quiénes son los creadores de riqueza en el capitalismo moderno actual; historias sobre las actividades que son productivas, en oposición a las improductivas, y por tanto, sobre la procedencia de la creación de valor. Pero también cuestiona el efecto que tales historias están teniendo en la capacidad que disfrutan unos pocos para, en nombre de la creación de riqueza, extraer más de la economía.

Esas historias están en todas partes. Aunque los contextos pueden diferir —las finanzas, las grandes farmacéuticas o las grandes empresas tecnológicas—, las descripciones de sí mismos son similares: «soy un miembro particularmente productivo de la economía», «mis actividades crean riqueza», «asumo grandes “riesgos” y, por lo tanto, merezco unos ingresos mayores que la gente que simplemente se beneficia de las repercusiones de esta actividad». Pero ¿y si, al final, esas descripciones fueran historias y nada más? Es decir, narraciones creadas para justificar desigualdades en la riqueza y en los ingresos, que recompensan de manera descomunal a unos pocos que son capaces de convencer a los gobiernos y a la sociedad de que merecen grandes retribuciones, mientras el resto se queda con las sobras. Veamos algunas de estas historias, en primer lugar, en el sector financiero.

En 2009 Lloyd Blankfein, consejero delegado de Goldman Sachs, afirmó que «la gente de Goldman Sachs está entre la más productiva del mundo». Sin embargo, y sin ir más lejos, el año anterior Goldman había sido uno de los mayores causantes de la peor crisis financiera y económica desde la década de 1930. Los contribuyentes estadounidenses tuvieron que desembolsar 125.000 millones de dólares para rescatarlo. Teniendo en cuenta el terrible rendimiento del banco de inversión solo un año antes, esa afirmación tan optimista por parte del consejero delegado resultaba sorprendente. El banco había despedido a tres mil empleados entre noviembre de 2007 y diciembre de 2009, y los beneficios se habían despeñado.Como consecuencia, tanto este como algunos de sus competidores fueron multados, si bien con unas cantidades pequeñas con respecto a los beneficios posteriores, esto es, multas de 550 millones de dólares para Goldman y de 297 millones de dólares para J. P. Morgan, por ejemplo. A pesar de todo, Goldman —junto con otros bancos y fondos de alto riesgo— procedió a apostar contra los mismos instrumentos que había creado y que habían conducido a ese caos.

Aunque se habló mucho de castigar a los bancos que habían contribuido a la crisis, ningún banquero fue encarcelado y los cambios apenas afectaron a la capacidad de estas entidades para seguir ganando dinero con la especulación. Así, entre 2009 y 2016 Goldman alcanzó beneficios netos de 63.000 millones e ingresos netos de 250.000 millones de dólares.[6] Solo en 2009 tuvieron un récord de beneficios: 13.400 millones de dólares.Y aunque el Gobierno de Estados Unidos salvó el sistema bancario con el dinero de los contribuyentes, no tuvo el valor para exigirle a los bancos una comisión por semejante actividad de alto riesgo. Al final se contentó con recuperar el dinero.

Por supuesto, las crisis financieras no son nuevas, aunque la eufórica confianza de Blankfein en su banco era menos común hace medio siglo. Hasta la década de 1960, las finanzas no eran vistas como una parte «productiva» de la economía. Se consideraban importantes para transferir la riqueza existente, no para crearla. De hecho, los economistas estaban tan convencidos del papel puramente facilitador de las finanzas que ni siquiera incluían la mayoría de los servicios que llevaban a cabo los bancos —como mantener depósitos y conceder préstamos— en sus cálculos acerca de cuántos bienes y servicios se producían en la economía. Las finanzas solo se colaban en su medición del PIB como un «input intermedio», es decir, un servicio que contribuía al funcionamiento de otras industrias que eran las verdaderas creadoras de valor.

Sin embargo, alrededor de 1970 las cosas empezaron a cambiar. Las cuentas nacionales —que ofrecen una representación estadística del tamaño, la composición y la dirección de una economía —comenzaron a incluir el sector financiero en sus cálculos del PIB, el valor total de los bienes y servicios producidos por la economía en cuestión.[8] Este cambio en la contabilidad coincidió con la desregulación del sector financiero, que, entre otras cosas, relajó los controles sobre las cantidades que podían prestar los bancos, los tipos de interés que podían cobrar y los productos que podían vender. Esos cambios, en conjunto, alteraron de manera fundamental el comportamiento del sector financiero y aumentaron su influencia en la economía «real». Las finanzas dejaron de ser vistas como una carrera profesional aburrida para convertirse, en cambio, en un medio rápido para que la gente lista hiciera mucho dinero. De hecho, después de que cayera el Muro de Berlín en 1989, algunos de los científicos más inteligentes de Europa del Este acabaron trabajando en Wall Street. La industria se expandió, se volvió más confiada. Presionó abiertamente en favor de sus intereses, afirmando que las finanzas eran fundamentales para la creación de riqueza.

Hoy en día la cuestión no es solo el tamaño del sector financiero o cómo ha superado el crecimiento de la economía no financiera (por ejemplo, la industria), sino su efecto sobre el comportamiento del resto de la economía, gran parte de la cual ha sido «financiarizada». Las operaciones financieras y la mentalidad que generan permean la industria, como puede verse cuando los directivos deciden gastar una mayor proporción de los beneficios en recompras de acciones —lo que, a su vez, dispara los precios de estas, las opciones de compra y la remuneración de los altos ejecutivos— en vez de invertir en el futuro del negocio a largo plazo. Lo llaman «creación de valor», aunque, al igual que en el caso del sector financiero mismo, a menudo la realidad es la contraria: extracción de valor.

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