No se puede olvidar, al respecto, que estas jornadas insoportablemente «completas» nacen por allá por los 90 gracias a la estrategia neoliberal de la exConcertación «democrática» para profundizar el modelo económico y productivo legado por su predecesor golpista y asesino, claro que predicando a la galería que la Jornada Escolar Completa (JEC) nacía para que l@s escolares, durante las tardes, fueran felices en la escuela vivenciando talleres de artes, de creatividad, de imaginación, de teatro, de juegos, de deportes, de música, de danza, pero que desembocó al final en el fraude del ránking; fraude que casi mata el sistema límbico y kinésico de cientos de miles de muchachas y muchachos hasta antes de la pandemia.
Por: Noé Felipe Bastías
Profe de filosofía
Egr. de Mg. en Neurociencias AALE
09 de septiembre de 2021, Santiago de Chile
El adultocentrismo de la escuela del ránking, adultocentrismo de la razón desencarnada, razón logicizante de emociones, sentimientos, cuerpos y cerebros infantiles y juveniles, no es capaz de advertir que hay un hastío juvenil áulico que, como jugando a las escondidas, y desde la razón sintiente, y luego de décadas de ser invisible para el adultismo, hace ya tiempo que grita al interior de las aulas «¡un dos tres por mí y por todos mis compañer@s!». ¡Por favor!
Es que la minuciosa programación escolar adultista –programación instalada y mantenida desde arriba y desde abajo por dispositivos de dominación y control religiosamente monitoreados por escuadrones de especialistas y por las elites políticas y tecnocráticas de turno-; programación obsesiva de predisposiciones escolares neurobiológicamente innatas tales como el sentir, la afectividad, el pensar, el dinamismo kinésico, en una palabra, la vida misma de niños, niñas y adolescentes (NNA) en las escuelas, crecientemente venía perdiendo autoridad y actualidad en las aulas en este tiempo.
Dicho de otro modo, como si la razón sensible de Maffesoli y el paradigma pedagógico de las neurociencias afectivas y sociales se hubieran colado por esas típicas ventanas rotas de las escuelas públicas de Chile, y como contestación al hecho de que para estas escuelas los cuerpos y emociones escolares infantiles y juveniles han contado únicamente como perturbaciones que hay que inmovilizar y controlar para que la razón «pura» trabaje cabeza gacha, clase tras clase, y prestigie así la imagen corporativa de tal o cual colegio «de excelencia» en los ránkings del Simce, hace ya tiempo que se venía dando al interior de las aulas un forcejeo de tira y afloja contra el corsé institucional escolarizante adultocéntrico del orden y el silencio pues niñas y niños ya no compran tan fácilmente los también típicos «¡¡cállate!!» y «¡¡siéntate!!»; corsé que los quiere eternamente sumis@s, callad@s y obedientes (especialmente a las niñas), bajo el régimen agobiante de un horario lectivo que es por lejos el más extenso de los países OCDE.
El derecho histórico de la escolaridad viviente y sintiente a ser oída y tomada en cuenta, y su consiguiente derecho a sentir y a moverse en aulas cerradas durante horas, así como su neuroderecho al desencierro de su corporalidad en desarrollo, nunca fue un situarse físicamente fuera de las aulas para no querer volver nunca más a éstas (porque éstas son el lugar de encuentro con compañer@s y amig@s querid@s y también con profes junto a l@s cuales aprenden; profes que no tienen nada que ver con el paqueo ni el adultocentrismo escolarizante); ¡no, señores! Empero, mientras rija ese adultocentrismo en la escuela, ese derecho escolar sintiente seguirá siendo vivenciado por l@s niñ@s -con o sin pandemia- como un escape, cada vez que se pueda, hacia otros lugares, fuera de esas aulas de la razón adultista que logiciza su emotividad y sus vidas; logicización intrínsecamente ligada a los mecanismos de escolarización y que el adultocentrismo del control, de la «normalización», del ránking y el orden no es capaz de revisar pues, para éste, lo que sientan alumnas y alumnos nunca fue tema para la docencia, para la educación y la escuela pues lo primero y lo último en la escuela es y debe ser siempre el ránking.
A propósito de ello, para la institucionalidad chilena (incluyendo a la escolarizante) y para ese adultismo que pasa de largo ante la reiterativa estadística de Unicef que nos enrostra que, en promedio, 6 o 7 de cada 10 niñ@s en este país son maltratad@s en sus procesos de crianza -adultismo que tampoco se inmutó con el llamado que lanza a un país entero la Defensoría de los Derechos de la Niñez (Informe 2020) a emprender, con urgencia, partiendo por las escuelas, un cambio transformacional sistémico en materia de atención y educación del bienestar y los DDHH desatendidos de la infancia-, pregunto, ¿cuentan en Chile los NNA acaso como seres sintientes y como sujetos de respeto, de bienestar afectivo, de bienestar emocional y de derecho?
El punto a destacar aquí es que la tiranía de ese adultocentrismo jamás se enteró, y quizás jamás se enterará, que hay un algo en las vísceras y los sentires infantiles y juveniles áulicos que hace años le viene diciendo a ese adultocentrismo ¡ya basta!, grito emocional que en rigor se dirige a esa institucionalidad escolar pavloviana en la que el maestro Claudio Naranjo vio el robo de la vida de generaciones enteras de jóvenes; institucionalidad escolar que este filósofo y psiquiatra chileno asoció incluso con «cárceles», toda vez que a esa institucionalidad nunca le interesó la sensibilidad ni la afectividad de una infancia y una juventud corporal y emocionalmente neutralizadas y encerradas en las aulas por los procesos de escolarización en Chile. Y la prueba más rotunda e indesmentible de esto último, vale decir, de ese ninguneo y amordazamiento adultocéntrico histórico del sentir de NNA, está radicada en el hecho de que en todo este tiempo -de órdenes unilaterales bajando del Sinaí a volver a clases- jamás fue consultado siquiera un solo centro de alumn@s a nivel país para preguntarle a l@s estudiantes si quieren o no regresar a las aulas a morir de seriedad, de encierro, de adultocentrismo, de ránking y aburrimiento.
La emergencia de esta expresividad infantil y adolescente -expresividad eminentemente emocional y kinésicamente inquieta- que se multiplicaba al interior de las aulas mucho antes de la pandemia, ¿es algo que haya que «normalizar», acaso, y ojalá con metilfenidato o Ritalín? ¡Por favor!
Esa expresividad no ha sido más que la irrupción de lo auténticamente infantil y juvenil –manifestación de la vida- que se empezó a hartar de las jaulas áulicas y del silencio de monasterios en los que el mundo adulto quiso embutir emociones y cuerpos infantiles y adolescentes durante décadas y en interminables jornadas de clases en nombre del ránking; jornadas obviamente planificadas por adultos desde escritorios de tecnócratas y «expertos en educación» que jamás han pisado una sala de clases. No se puede olvidar, al respecto, que estas jornadas insoportablemente «completas» nacen por allá por los 90 gracias a la estrategia neoliberal de la exConcertación «democrática» para profundizar el modelo económico y productivo legado por su predecesor golpista y asesino, claro que predicando a la galería que la Jornada Escolar Completa (JEC) nacía para que l@s escolares, durante las tardes, fueran felices en la escuela vivenciando talleres de artes, de creatividad, de imaginación, de teatro, de juegos, de deportes, de música, de danza, pero que desembocó al final en el fraude del ránking; fraude que casi mata el sistema límbico y kinésico de cientos de miles de muchachas y muchachos hasta antes de la pandemia.
Esa emocionalidad e intranquilidad infanto-juvenil kinésica escolarizadas, y que antes de la pandemia interrumpían las clases cada 15 o 20 minutos (tiempo promedio o peak en la curva de atención sostenida e ininterrumpida de NNA en clases formales, luego de lo cual ést@s necesitan pausas para moverse, reír, jugar, respirar profundo, según las neurociencias educativas), pregunto, ¿no han sido y no son, acaso, la vivencialidad sintiente e insubordinada de un derecho humano que en Chile se les niega a las niñas y a los niños en las aulas (y no sólo en las aulas), esto es, su derecho a expresarse, en particular en aquello que sienten, que les concierne y que les afecta, derecho que históricamente les ha sido negado por parte de ese adultocentrismo? Esa emocionalidad e intranquilidad infanto-juvenil, ¿no son, acaso, y asimismo, la manera más natural que NNA han encontrado para evadir los controles biopolíticos antidemocráticos y adultistas de la escolarización y sobreescolarización inmovilizantes; controles que, de la manera más antinatural posible, se han mantenido y se intentarán mantener y perpetuar a como dé lugar en los procesos «educativos» en Chile una vez que regresen los NNA a las escuelas… toda vez que estos controles infelices han sido, ¡por siempre!, lo que define «la calidad» de un docente y de una escuela «de excelencia»? Dicho o planteado de otro modo, ese adultismo omnidominante del control en las escuelas, ¿no permite acaso concluir que la «educación bancaria» sigue necrófilamente enquistada al interior de los modelos pedagógicos del presente histórico a manos de una escolarización recalcitrantemente adultocéntrica que no sabe ni se interesa por lo que sienta la infancia y la juventud escolarizada en las aulas, como denunció por años el maestro de maestr@s Paulo Freire?
Frente a todo ello, he aquí al parecer una buena noticia: no todo es sombrío y gris para el sentir y la emotividad afectiva y kinésica de las y los escolares de Chile. Algo quizás está cambiando, y en beneficio de ell@s; aunque esta noticia surja, casi irónicamente, «gracias a una pandemia».
Por fin y por primera vez, y de manera inédita en Chile, un Ministro de Educación se da cuenta, descubre, que las y los escolares del país tienen sentimientos y emociones; que ést@s no son ni pueden ser sólo ránking ni números ni clientes; que, en definitiva, estos NNA son irreductibles a «puro recurso» maximizado como fuerza económicamente útil.
Sucede que nuestro Ministro de Educación habla hoy (año 2021) sólo del «bienestar emocional o socioemocional» de NNA para respaldar su llamado al retorno a las escuelas, ¡¡Aleluya!! No obstante, desde lo que es la práctica docente de aula, y antes de la pandemia (e inclusive durante la aparición y diseminación de ésta hasta hoy), jamás se supo que bajara desde la autoridad ministerial ni del gobierno actual alguna iniciativa normativa formal de transformación pedagógica resuelta, tendente a que en las aulas se tome por fin en cuenta lo que sienten las y los escolares, especialmente del ciclo básico y educación media; aunque el Ministro siga predicando hoy sobre la importancia pedagógica cardinal del «bienestar» de las y los escolares.
Como sea, un Ministro que es abogado, ¡obvio!, debe saber de sobra que el bienestar es parte constitutiva de los derechos humanos de NNA y del derecho que asiste a éstos a una formación integral, lo cual incluye su derecho a ser felices en la escuela; derecho y formación integral que hasta antes de la pandemia no existieron jamás, ¡jamás!, en el sistema escolar chileno pues, y por más que se diga lo contrario, en este sistema imperó y ha imperado, sin contrapesos, y casi con crueldad, la «pedagogía» adultocéntrica, medicionista, academicista y estandarizada del ránking; sea de cara al Simce (Sistema de Medición de la Calidad de la Educación) o bien de cara a la exPSU (Prueba de Selección Universitaria). La pregunta que queda flotando aquí es si la recientemente inaugurada PTU (Prueba de Transición Universitaria) se traduce o traducirá o no como más de lo mismo para la escolaridad sintiente del país: como más y más presión adultista en contra del niño y la niña en nombre de los resultados; como más negación del derecho infantil y juvenil a la espontaneidad, a la imaginación, a la creatividad, al movimiento, al juego, a la risa y a la felicidad en la escuela; … una escuela cuyo 60% de escolares ha sido marcado por maltratos adultos en su crianza, según Informes citados aquí de Unicef, informes que al mundo adulto y a la escuela no le interesan; 60% de sufrimiento que no existe, que es invisible, para el ránking escolarizante adultocéntrico de la razón insensible; 60% de seres humanos -de niñas, niños y jóvenes- ante el cual los adultos, década tras década, seguimos pasando de largo. ¡Ni la pandemia ha sido capaz de convencernos que est@s escolares no pueden seguir siendo definidos y tratados como máquinas por las escuelas del ránking!
Pregunta final: en virtud del cuadro descrito aquí, es decir, en pro de la salud mental, del bienestar y del derecho que asiste a esa escolaridad sintiente de Chile a ser feliz, y unid@s por primera vez a ese hastío juvenil áulico citado más arriba, ¿no ha llegado acaso el tiempo de que las y los adultos, especialmente las y los educadores, le gritemos fuerte y claro –desde las vísceras y los sentires infantiles y juveniles áulicos-, y en su cara, a ese adultismo del ránking: ¡por favor, ya basta!?