24 - noviembre - 2024

LA REGRESIÓN: VLADIMIR SOROKIN, EL BOLAÑO RUSO

Omar Pérez Santiago

https://www.offtherecordonline.cl/

Hay quienes no reconocieron –por flojera, comodidad o interés- que caímos en una sociedad  controlada digitalmente por rígidos billonarios, un autoritarismo tecnológico.

Me sobrecoge. ¿Cómo llegamos allí?

El escritor H.G.Wells inventó la máquina del tiempo. Si viajamos en esa máquina hasta fines de los años 80 –cuando los teléfonos aún tenían cables­- veremos que por ahí se inició una nueva era.

Pinochet perdía el plebiscito y poco a poco salíamos de una sociedad fracturada.

Yo, como autor implícito, en 1991 iba en un tren a Berlín.  Resopla la locomotora. Caía el muro de Berlín.

El mundo cambió. Eso me dio algo de fe. En Rusia y en Chile llegó la incipiente democracia.

Arthur C. Clark, otro escritor  de ciencia ficción, en 1945 creo las bases teóricas de los satélites artificiales. En 1957 la Unión Soviética lanzó el primer satélite artificial, el Sputnik. Desde entonces, miles de satélites han sido lanzados. En 1990, Tim Berners-Lee diseñó la World Wide Web. La telefonía móvil, sitios de Internet y redes sociales, se convirtieron en la base de la comunicación.

Vladímir Sorokin, el escritor ruso más nombrado hoy, llamado el Bolaño Ruso, tenía sus raíces en la contracultura de los años 80. Mordaz escritor nacido el año 1955, cuyos libros contenían violencia y sexo —como Tarantino—,  ironizó sobre la Cofradía de los Flageladores literarios soviéticos, que decían representar las iras de los desheredados.

Putin dirigía la policía secreta desde 1998,  llegó al poder en el 2000. Era una corriente que nunca perdió el poder del todo. Cambiaron el Lada por un Mercedes.

(Igual que  en Chile, digo yo como autor implícito, donde volvieron a gobernar los nenes de Pinochet)

Allí estaba el germen de la distopía, la base del autoritarismo tecnológico.

Tal como en La máquina del Tiempo el protagonista viaja al futuro y no halló una sociedad plena. Al contrario, era un mundo rígido y en decadencia. Una regresión.

Lo valioso del escritor Sorokin fue mostrar la desesperación, la soledad y el tedio de  una sociedad. Y su proyección distópica donde se pisotea los ideales de la ilustración, con la corrupción, la ignorancia, la enfermedad y la muerte.

En Moscú, Nashi, grupo ultraconservador pro Putin, destruyeron unos libros de Sorokin. Estaban molestos con la libertad expresión. En una escena de su libro Manteca de cerdo azul (1999) aparece Stalin y el mofletudo Nikita Jrushchov en rol sadomasoquista. ​

“Jrushchov se desabrochó el pantalón y se sacó su largo sexo retorcido y con glande de pezón cuya piel reluciente tenía el tatuaje de una estrella. El conde se escupió una mano, untó de saliva el ano de Stalin y, echado hacia atrás, comenzó a introducir con tiernas estocadas su sexo en el interior del Guía.”

Leí una de las novelas de Sorokin, El día del Oprichnik, metáfora de la regresión. Mezcla de realidad y ficción, entre el Gógol de Almas muertas y la literatura fantástica de H.G.Wells.

El protagonista Andrey Komyaga es un oprichnik en la Nueva Rusia 2027 y narra sus crímenes. (La oprichnina original fue creada por el déspota ruso Iván el Terrible,  su guardia personal mortífera). Rusia de 2027 es una mezcla de medievo y dictadura tecnológica. Feudalismo ilustrado gobernado por billonarios. ¿Fin del humanismo, la democracia y la sociedad abierta?

Es una novela, corta, filuda y mucho de sátira.

Chile involucionó también hacia una sociedad distópica patriarcal de billonarios rígidos y corruptos que dominan con  la ayuda de la pandemia, la neurociencia y la realidad virtual. Comercializaron el agua y cada elemento de la fauna y la flora.  Además, con una débil sociedad civil, el uso de fake news y ejército de bots, deterioraron la conversación pública. Condenan a Galileo y deseaban hacernos creer que la tierra es plana.

Quizás desearon atraparnos con la tecnología de la vigilancia y las teorías de la alienación, aplicando la precognición  que profetizó  otro grande de la ciencia ficción,  Philip K. Dick, en su cuento El Informe de Minoría.

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