22 - septiembre - 2024

La novela de Enrique Lafourcade de 1973 sobre Salvador Allende fue un juego pirotécnico, según escribió el destacado Martín Cerda

Por Martín Cerda. (1930-1991).  Autor del clásico La Palabra Quebrada. Ensayo sobre el ensayo. Enrique Lafourcade escribió su novela Salvador Allende poco tiempo después del golpe de Estado de septiembre de 1973. El comentario de Martín Cerda sobre la novela de Lafourcade fue publicado en la revista Ercilla, N 2055,  del año 1975.

 

Presentando su novela Salvador Allende, Enrique Lafourcade ha sostenido que esta obra no está destinada a destruir ni a glorificar la memoria del trágico caudillo de la “revolución chilena”, sino, simplemente, a mostrar “desde dentro” al hombre, mediante un “incoherente monólogo interior”. Por su parte, en un perspicaz comentario crítico, Fernando Uriarte ha señalado que el personaje descrito “desde dentro” por Lafourcade reconduce fatalmente a un “Allende desde fuera” que no sirve, en último trámite, para una novela.
Conviene, sin embargo, no perder de vista ciertas precauciones.
La proximidad de los sucesos traspuestos por Lafourcade en su novela dificulta, desde luego, que ésta pueda ser leída neutralmente, puesto que la controversia sobre la personalidad de Allende se proyectará, fatal e irremediablemente, en su posible sombra como personaje novelesco. Este es un riesgo inherente a todo intento de ofrecer un testimonio mediante una reconstrucción novelesca.
Las oposiciones sociales suelen, en efecto, reaparecer hasta en los espacios que ofrece la utopía, la literatura o el arte.
Soledad radical
La significación de Allende, por otra parte, no está en nuestras manos decidirla: ni sus detractores ni sus adversarios pueden, en efecto, simular una mirada omnisciente capaz de desentrañar de la opacidad de los acontecimientos un “sentido” de la historia. Ni siquiera se podría, en nuestros días, esbozar una biografía suya sine ira et studio. Allende fue el caudillo de una causa: un hombre que tenía medio cuerpo fuera de una situación a la que se sentía llamado a modificar radicalmente, y al que, por un gesto enigmático que se viene repitiendo en la escena humana, el destino golpeó duramente.
El Allende “desde dentro” que nos ofrece Lafourcade es un torrente de frases, gestos, datos, fragmentos de memoria e imprecaciones, que el autor ha ensamblado en un collage. De pronto, sin embargo, en medio de este embrollo, aparece la soledad de un caudillo que, abandonado a su suerte, se pregunta por aquellos a los que había endosado su vida. Es la “soledad radical” que siempre encuentra el personaje novelesco al término de su búsqueda: en ella sólo puede optar entre rendirse a la evidencia de que había errado de camino o, al contrario, asumir su propia muerte.
La novela moderna es siempre la confesión irónica de una conciencia que no conoce otra luz que la que genera su propia actividad. El novelista no puede, en efecto, escribir en estado de “iluminación” sino que, al contrario, está siempre obligado a iluminar cada gesto que propone. Todo novelista es, en este sentido, un fenomenólogo en “estado salvaje” del mundo prosaico.
Lafourcade sabe, desde luego, que no hay personaje novelesco solitario, puesto que cada uno de sus actos siempre está inserto en lo que Hegel llamó la “prosa de las relaciones sociales”. En su Salvador Allende, sin embargo, esta prosa se transforma en un fraseo de partículas de conciencia, haciendo estallar la estructura biográfica del protagonista en un espectáculo sólo iluminado por un juego pirotécnico.
Pareciera que cada vez que una sociedad se transforma en una representación colectiva, la vida de cada uno de sus miembros secreta una potencialidad superior de “irrealidad” que la que puede resistir. Todos son, al mismo tiempo, actores y espectadores, como en un baile de máscaras; y nadie puede, en verdad, ofrecer un testimonio “desde fuera”, porque dentro y fuera son términos de un misterioso intercambio dialéctico. Tal vez la verdadera novela de Salvador Allende fue la que el mismo escribió con su vida, pero ella sólo podría ser leída en su integridad por los hombres de mañana.
(Revista Ercilla, N 2055, 1975)

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