Por Consuelo Biskupovic, Académica Universidad Católica de Temuco e investigadora CIGIDEN
En febrero de 2024, Valparaíso sufrió el mayor incendio de la historia del país y uno de los desastres más grandes ocurridos en Chile durante los últimos 30 años. Así lo señala el Informe de Daños: Evento Incendios 02 y 03 de febrero de 2024, Viña del Mar (Región de Valparaíso) elaborado recientemente por el Centro de Investigación para la Gestión Integrada del Riesgo de Desastres (CIGIDEN).
Sabemos que SENAPRED debe aún avanzar en planes de emergencia y preparación y también ha sido de público conocimiento, que las instituciones públicas han buscado la incorporación del enfoque de género en la Reducción del Riesgo de Desastres en Chile. Sin embargo, este trecho institucional, tanto en la academia, como en los servicios públicos, es lento y se establece muchas veces después de ocurridos los eventos y desastres.
De esta forma, los territorios expuestos al riesgo de desastres, hoy están más que nunca, amenazados por la crisis ecológica y fragilizados por las desigualdades sociales, que se traducen en asentamientos precarios, falta de acceso a servicios básicos, inexistencia de vías de evacuación, etc. En este sentido, es inevitable pensar en otros modelos que permitieran avanzar hacia formas de habitabilidad más sustentables, tanto en contextos urbano, como rurales.
La habitabilidad, en tanto, se trata de establecer un diálogo que implica asumir la forma diferenciada y desigual de las transformaciones en las vidas cotidianas, así como los efectos de las políticas y opciones económicas actuales. Esto implica cuestionar la perpetuación de las asimetrías estructurales de los sistemas socioeconómicos, así como la producción y distribución desigual. Pensar en la habitabilidad, también exige identificar y comprender las amenazas a las que están expuestos los distintos territorios y sociedades. Se trata de aspirar a nuevos modos específicos de gobernanza.
En este marco, el feminismo ha sido crucial en muchos ámbitos, puesto que ha cuestionado las asimetrías estructurales, representa la “lucha de clases» y representa el “arraigo en el territorio”, como lo explicaba una activista de Petorca. Integrar un enfoque de género permite avanzar hacia una redefinición de la manera de comprender la habitabilidad de los territorios fragilizados.
Asimismo, otorgar una perspectiva de género a la lucha por el acceso al agua y a la tierra, por ejemplo, hace repensar los vínculos humanos con la naturaleza en un contexto de de incertidumbre y tomando en consideración los límites porosos de los desastres en la encrucijada climática en la que nos encontramos hoy.
El (eco)feminismo entonces, no es sólo un enfoque teórico, sino que es una experiencia y una manera de relacionarse con los entornos y con la naturaleza. El feminismo y el ecofeminismo han permitido instalar una comprensión diferenciada de las experiencias en distintos ecosistemas, relevando prácticas históricamente marginadas o invisibilizadas, por lo que el posicionamiento político de los diversos ecofeminismos, ha articulado defensas territoriales cruciales, así como la promoción de causas comunes y luchas colectivas que han desafiado las posturas duales, patriarcales y coloniales.