05 - noviembre - 2024

Los interfectos del Valle del Elqui. Cuento de Pérez Santiago. De Nefilim en Alhue y otros relatos sobre la muerte, (Mago Editores).

“Toma mi sangre
Mézclala, bébela y
Quémala, arde en la llama
Pues sólo así podrás adorarme
Haz lo que digo porque esta es la ley
No me creas, experimenta
Bebe, pues no hay otro medio”
Aleister Crowley (1875-1947)

Es año nuevo y estoy solo, solo y abatido en mi cama. Un calzón de Amancay cuelga en uno de los largueros del catre. Estoy odiando, eléctrico y lloroso, maldiciendo, sediento de sangre, mientras escucho los fuegos artificiales en la playa. Con una cuchilla clavo el calzón de Amancay en la muralla.
Mataré a los dos hijos de puta, a él y a ella, maricones básicos y la reputa que los parió.
***
Deseo ser un escritor bacán. Pero no tengo “experiencia vital”. No he estado en ninguna parte y nada he visto. Hemingway decía que si uno deseaba ser escritor había que ir y matarse. Si uno sobrevivía, ya tenía uno algo memorable que contar. Hemingway. Estuvo en la guerra de España, en la segunda guerra mundial, fue a correr los Fermines, fue al África, acorraló peces agujas, se casó varias veces y además crió gatos.
¿Y yo, mis wey?
Nada he vivido. Nada. Tuve una polola y otra mina que me he tirado en una playa, sufrí unos dolores de muelas, tuve unas borracheras. Nada. Tengo 21 años y no soy culo para matarme.
Leo ciencia—ficción. Philip K. Dick, (Do Androids Dream of Electric Sheep).
Soy aggro y escucho Choclo (KoЯn).
Eso es todo.
Nada que contar.
***
A La Serena vienen muchos turistas. Tampoco traen grandes cuentos, se emborrachan, buscan camboyanas y al otro día se tiran en la playa a pasar la resaca. Como esa vez que vino el Chino Ríos a jugar tenis. En la piscina del hotel aguijoneó a unas promotoras y se bañó en pelotillehues. Luego de pegarse varios pencazos de ácido etílico, al Chino le entró agua al bote y sintió el llamado de su vejiga. Curao chacotero, Ríos sacó su maní en el meadero y mojó a dos compipas.
Yo estaba en el pub El Muelle, cuando entró y se hizo el canchero con unas amigas. Yo me envalentoné y le dije:
—Chinito, no me huevee a las minas.
—Chíi, putas la huevá, dijo el Chino. Y se sentó con su amigo, el Huevo Fuenzalida.
“La última y nos vamos”.
Luego quiso hacer perro muerto. Salió pillado y tuvo que pagar 17 lucas.
El Chino Ríos güitrea en la calle y el Huevo Fuenzalida saca el auto y choca y deja a dos mujeres heridas.
Entonces aparecieron los buitres de la tele. Buscaban testigos. Querían que contara “mi verdad”. Pelotudines. “Mi verdad”. Yo no soy huevón para meterme en ensaladas. Los buitres de la tele hicieron un “programa especial” sobre la salud mental del Chino Ríos. Sicólogos, tarotistas y sexólogos mulas. Por una merluza del Chino Ríos.
Eso es todo. No tengo más que contar. Soy joven, tengo 21. Estudio medicina en la U.
¿Cómo ser escritor? ¿Suicidarme y ver si alguien me salva? ¿Un nuevo Hemingway?
***
Estoy cargado. Lucho contra un fuego cabrón que me consume. Para aligerarme me clavo en foros de Internet. Bajo videos porno con el buscador del Kazaa litet. Bizarr. Sex-sado. Sex-animal. Escribo las palabras Home-video. Enter. Aparecen videos de señoras tirándose a la escoba y herramientas de cocina.
Un video de dos minutos y me hundo en un barranco porno. El video es simple: una mujer desnuda en un sillón se masturba con sus dedos. Simple y casero.
Es Amancay. Es mi ex—polola, una nortina de origen quechuaymara y con rasgos andrógenos.
Se me produce un hoyo negro en la calabaza.
Allí está Amancay. Es morena, de pies largos, de dedos ajustados, de uñas largas. En los pezones tiene argollas. En la ingle un tatuaje étnico de un escarabajo Nazca. Muestra el chochintín. Mi ex polola.
Rewind.
Agrando la pantalla, pero el video casero se pixela.
¿Dónde está? No reconozco el sillón. Hay un cuadro detrás de ella, ¿Qué es? Unas flores.
La cámara realiza paneos.
-La concha de su madre.
Hay alguien detrás de la cámara. ¿Quién es? ¿Y quién ha subido el video a la red?
El azoramiento me enciende. Me coloco su antiguo calzón que estaba colgado en la cama y me masturbo. Me la corro viéndola en la pantalla. Paja turbadora, doliente, celosa, enferma, morbosa. Frikismo puro.
Intento localizarla en otros sitios. Reviso páginas porno. Anoto pistas y sitios y nicks. He perdido el gobierno. Me he agarrado de un video, de una cyborg. Está allí en un circuito cerrado y virtual. Me convierto en un drogo pixels dependiente de la tecnopornografia lúgubre, promiscua y apocalíptica. El vicio morboso y desquiciado me quebranta la salud. Las hienas cibernéticas me acosan.
***
¿Quién era Amancay?
Amancay fue mi polola. Entonces yo era un analfabeto (sexual). Ella, en cambio, era una fogosa india quechuaymara. No necesita precalentamiento. No necesita caricias, besitos, flores, chocolates, lindos poemas. Nada. Ella se coloca, no importa donde está, no importa la hora. En la cocina, frente a la tele, en la playa, en un auto, en una micro, en un café, en una galería de arte, en un baño público, en fiestas.
Como idolatra el sol, es ardorosa. Tiene un cuerpo chocolate y flexible. La cuelgo de una pierna y se queda allí mientras yo le hurgo por abajo. No tiene límites. He caído en un socavón de erotismo indio quechuaymara, en que se confunde lo femenino y lo masculino. Me torno místico. A la vez, me obliga a que yo me ponga su puto calzón. Todo ambiguo y místico. La puta que la parió.
***
¿Cómo había comenzado todo?
Con sexo telefónico. Amancay era la polola de mi compañero de arriendo, un gótico que vivía conmigo en una casita rentada de dos piezas cerca de la avenida Francisco de Aguirre. Estudiábamos en la U de La Serena. El era de Santiago, yo de Vallenar.
Un día él viajó a Santiago. Entonces Amancay llama por teléfono y pregunta por él.
—No, no está…, le contesté.
—Dijo que llegaría hoy
—Llega mañana.
—Y tú, ¿no vas a salir esta noche?
— No, tengo que estudiar. ¿Por?
—Nada, quería saber que te divierte.
—Unos pechitos como los tuyos…
—Eh, más respeto, soy la polola de tu amigo…
— ¿Tienes miedo?
—No
—A ver ¿qué tienes puesto hoy?
—Una falda plisada
—Esa falda te hacen un trasero prodigioso.
—Oh, gracias.
—También te queda por delante, es ajustado y se te nota el chochintín…
—Oh…
— ¿No te da gustito a veces cuando se te mete el colaless en el chochintín?
—Jajajajaja… sí, a veces, cuando estoy sentada con las piernas cruzadas.
La conversación derivó en otras cochinerías. Pasamos a estar hot.
—¿Por qué no vienes?
—¿Que vaya?
—¿Tienes miedo?
—Voy…
***
Cuando llega le levanto su falda. La quechuaymara andrógena frota su pubis contra mí muslo, rodeo su cintura con mis dos brazos y ella me lo agarra con ambas manos. Me muerde el cuello, me marca sus dientes y se corre como una fálica.
—Eres fálica, le dije.
—Aaay, negro, es que nadie me había puesto tan caliente como tú.
Su frase de “nadie me había puesto tan caliente como tú” me dislocó aún más y le dije:
—Ponte de rodillas y túmbate sobre la cama.
—¿Qué me harás, negro, negro calentón?
Yo me puse de rodillas detrás de ella. Le hago a un lado el calzón, la abro y le beso su asterisco, que me pareció tener un raro gusto a frambuesa.
La mina era fálica y era anal.
—Abre un poco.
Le tiro un escupo y pongo la herramienta en la entrada.
—Aay, negro…
***
Amancay se marcha a las seis de la mañana sin dormir.
***
Mi conviviente cornudo llega en el bus de las 8 de la mañana a La Serena.
El no me habla cuando entra a la cocina.
—¿Café?
El chulo mueve la cabeza negativamente. Toma una naranja desde el canasto de la fruta. El cuchillo carnicero. Pela la naranja con un afán obsesivo. Está criminal. La cáscara cae sobre la mesa lentamente sin que se quiebre. Yo me tomo el café tratando de leer los textos del tarro de café que está en la mesa.
Sólo se escucha el ruido del cuchillo del corte de la naranja. Al llevarme un pedazo de pan a la boca sentí en mis dedos el olor de Amancay, su olor a sexo, a sal, a concha, a juguito y pichí y caca.
El maldito puto olor de la mina impregnado en mis dedos.
Entonces supe que ese efluvio de sexo ácido y sal flotan en la cocina. Mi espalda está con agarrones, rasguños, chupetines. Sí, el olor y el silencio delataron mi mariconada.
Somos tan predecibles, los huevones.
***
Bajamos a la playa, pasamos a comprar un pack de seis chelas. En el Faro sacamos las cervezas de la bolsa de plástico y tomamos.
En un curso de neurociencia me han explicado que en una región del hipotálamo, el núcleo ventromedial, las neuronas que controlan la agresividad, están estrechamente ligadas a las neuronas que controlan el apareamiento.
Las neuronas del sexo se mezclan con las de la cólera.
—Maricón…
Me tira a la arena, al caerme logro conectarle un sopapo en el hocico. ¡Plash! Quedó atontao. Me paro e iba a patearlo en los coquimbanos cuando él logra izarse. Mi patada no lo toca, pero él me la devuelve en el omoplato izquierdo. Un puntete.
—Conchetuma…
Le pongo la cabeza debajo del sobaco, logro meterle dos en el hocico.
Le sale sangre de la nariz. Se me viene encima agachado, por reflejo levanta la cabeza y me golpea con la nuca en mi ojo derecho y se me rompe la ceja.
—Negro y la puta que te parió…
Ahora sangramos los dos. Nos damos un par de combos más.
Luego seguimos tomando las chelas.
El chulo llora y pide piedad como una niñita, el culíao.
Yo miro fijo el horizonte como si estuviera en un puto film chungo sudamericano.
Al otro día el cornudo llorón se marcha.
***
A ella la veo esa noche de nuevo. Esa turbulencia nortina tiene un piercing en un seno y le gusta que yo se lo tire con la boca. Al otro día llega con otra argolla, trae un desinfectante y se saca el seno y me dice:
—Pónmelo.
Lo tomo.
—Bésame el pezón.
Se mueve mientras yo le chupo la fresa.
Entró en el pezón.
—Ahh, aaah, aah
Sangra la tetilla y bebo sangre, sangre roja oscura y salada.
Me convierto en una sanguijuela, en un chupa sangre, en un vampiro que se embriaga con su sangre.
Entonces, fui un adicto a su sangre. Una droga dura.
***
Soy un espectro freak.
La única ropa que uso es de color negro, me dejo crecer las uñas, cuelgo aros de la oreja y también de la lengua y de un pezón. Me tatué una runa quechuaymara.
Consigo unos cuchillos con forma con forma de pájaro nazca. Se enrojecen en la cocina.
Traigo un cuchillo y lo coloco sobre el dibujo del pájaro nazca en su nalga.
—Aaah
Sale olor a carne chamuscada. La vuelvo a calentar y la puse a continuación en la línea
—Oooh, aaah.
Es un placer dark. Le echo crema en la cabeza y la rapo como la sinney o´connors. Sus rasgos ambiguos quedan más nítidos. Se ve hermosa.
Nos convertimos en dos ánimas cabezas rapadas y tatuadas caminando de noche por La Serena, vestidos con blazers negros, mientras oímos a KoRn, Papa Roach, Limp Bizkit, Linkin Park, o System of down.
Somos conocidos como los interfectos del Valle del Elqui.
A veces cocinamos en casa, pero cada vez comemos menos. Nada de carne, nada de sal. Estamos flacos, chupados, y para aumentar el aspecto gótico dark quechuaymara nos pintamos los ojos fúnebres y así con el pelo sucio y los pantalones con cadenas a medio culo nos sentábamos en callejones lejos de los paseantes pelotudos. Nadie me reconoce. Somos piel y huesos. Parecemos dos drogadictos, con los ojos hundidos en el fondo de las cuencas. Por debajo de ellos, las ojeras se extienden como anchos surcos oscuros, hasta los pómulos. Una sed ardiente e insatisfecha de sangre viva me reseca la garganta. Tengo un pulso acelerado y se me hinchan las venas. Me zumban los oídos. Soy feliz, feliz y gozoso en esa oscuridad y con esa sangre dulce y tibia. Su sangre fresca es mi vida.
***
Como un plato de sopa.
—Me llamó él, dice Amancay.
Me agrié. La sola idea de su presencia me puso calabaza.
Agrega:
—Deseo verlo…
—¿Queeé?
—¿Tienes miedo?
Casi me desplomo sobre la sopa. No sé responderle y me pierdo en la divagación. Y ella muta. Amancay es una extraterrena cuyos ancestros aterrizaron en platillos voladores en Los Andes y muta. La pieza se inmoviliza y el tiempo se tensa en un extraño compás de espera ambiguo y tenso. Surgen de su cuerpo dimensiones fálicas, unas puntas vegetales que brotan y se elevan y se retuercen como espinas, desperezándose con una parsimonia de piedra viva. Su cuerpo cambia y se abre a la vez como un grupo de plantas ralentizadas. Ha perdido fuerza de gravedad. La alienígena andrógina se deleita con el acoso místico al que me somete, sonriendo con una crueldad decimonónica, en ese gesto veo un orgasmo.
—¿Qué quieres?
—Verlo.
—Puta culía y la reconche…
Le pego un bofetón. (En realidad, le saco la chucha).
Lloro, le pido disculpas, le ruego que no me deje, le juro que la amo.
—Amancay, Amancay, no me dejes, no me dejes, te juro que te amo.
Ahora soy yo quien pide piedad.
Ella me abraza, me hace el amor, y al culiarme me levanta en el aire con su fuerza andrógena y extraterrena, me sostiene y me repite:
“Necesito verlo, necesito verlo, necesito verlo.”
Estoy dominado y muerto en su voluptuosidad morena, y sé que alcanza el orgasmo al escucharme. Es un orgasmo voluptuoso, elevado, pero triste, reputa triste y melancólico.
“No le tengo miedo, no le tengo miedo”.
La puta que la parió.
Amancay…
La re puta que te parió.
Siento dolor en el terreno del placer. Estoy derrotado por la ET andrógena quechuaymara.
Ah, mierda, no tengo control de nada.
—Apiádate, perdona.
Toda persuasión es vana.
Ella desaparece de La Serena.
Es fin de año y soy pequeño, soy una ameba blasfema y maricona tirada en una cama pasada a cacha.
Eso soy yo. Una puta ameba en una cama obscena.
***
¿Cuál fue mi caída? ¿La traición?
Paso la Navidad solo, tirado en mi casa como un cadáver seco, la cabeza apoyada en mis rodillas, la piel reseca de gusano.
”sangre, sangre, necesito su sangre”.
Sueño en quitarme la vida, como un mártir.
Y aquí estoy, en el año nuevo solo, solo y abatido en nuestra cama, en el que fue nuestro lecho, odiando, eléctrico y lloroso, maldiciendo, sediento de su sangre, mientras escucho los malditos fuegos artificiales en la playa.
Pienso en matarlos.
Pienso en matarme. Este lecho de sangre será una mortaja.
***
¿Que haré para salvarme?
Decidí ser escritor. No ha pasado nada en mi vida para contar, como Hemingway, pero decidí asumir el llamado. Mangoneo en Internet y en foros de cyberes que viven conectados a las sombras, que ya no salen a ninguna parte, que ya no reconocen el espacio real. Por las noches bajo películas cerdas. Me encuentro con ella en el video home de Kazaa litet, como una replicante cyberpunk erótica y me desequilibro. La miro correrse. Morena, sus pies largos, dedos ajustados, uñas largas. Sus argollas en los pezones. Sus tatuajes quechuaymaras. Y está allí mostrando el chochintín. Le paso mi dedo por la pantalla para acariciarla.
Amancay. Mi amor. ¿Qué haces allí? ¿Puedes verme?
Aprieto rewind, amplio la pantalla. Intento reconocer el lugar. ¿Dónde estaba? No reconozco el sillón. Hay un cuadro detrás de ella, ¿Qué es? Unas flores.
Me masturbo. Me coloco su calzón. Voyeurismo pajero. Hi—tech al estilo Croneberg, un afecto virtual, un polvo tecno. Soy un triste pelotudo depravado tecnológico, sufro de severa patología tecnofílica. Froto mi pija mientras la miro en la pantalla, hasta que salta el semen y queda en mi mano y me limpio en su calzón.
Aún así no logro desahogarme.
***
Me persiguen, me mandan mensajes camuflados a través de las páginas porno de Internet.
“Eres tú, sé qué eres tú”.
Sé, sé que es él quien la graba, la manipula, la coloca en la red con el propósito de vengarse. Están los dos allí, disueltos en bits. Maldito triángulo cyberg-love. Coloco sistemas de rastreo y seguros de alta tecnología en mi computador. Un MUD [Multi User Domain] de gran complejidad. Leen lo que escribo. Intervienen mi correo hotmail, mis doc. Sé que pueden hacerlo. Microsoft puede hacerlo. La CIA puede hacerlo. Cualquiera puede hacerlo. Estoy metido en la caverna del capitalismo biónico. Usan mis textos para atacarme. Me manipulan. Se clonan y se multiplican en la red. Me hostigan. Estoy agotado y débil. El tarro se enciende solo a mitad de noche y llegan señales cifradas, códigos con maldiciones. Ardid de cobardes, de gallinas.
No debo dormir.
No debo dormir.
Me repito a mí mismo: no debo dormir.
Debo estar alerta. Debo mantener la guardia alta. Soy un guerrero. Si me descuido, si me desmorono, se echarían sobre mí. Ya da lo mismo si estoy soñando o despierto, si es de día o de noche.
Busco su dirección para hackearla, para tenerla controlada. Persigo otros videos, reviso sitios interminables de porno casero, buscándola. Estoy sometido por la Web, soy un habitares cyborg. A veces los veo, hacen el amor. Hacen el amor. Guuaa… Escucho voces. Grito.
Guuaaa.
Escucho sus voces. Es inaudito. Me agito. Veo sus sombras. Escucho sus voces. Son ellos. Se están amando. Grito.
Guuaaa.
Ellos están en el edén del placer.
Yo estoy en el huerto Getsemaní.
Así debe haber sufrido el Señor. ¡Tatita Mío!
Sí.
Le suplico a Dios, pues esto trata de Dios Todopoderoso.
“¡Tatita mío, no me abandones, dame tu misericordia, para resistir a los demonios y eludir el mal, Tatita mío!”
Pero el Tatita mío me abandonó frente a mi destino.
Me corté las venas.
Llegó la hora de la muerte.
Tomé el cuchillo que estaba clavado con su calzón pajero y lleno de semen, y con esa navaja me corto las venas de un solo tajo:
¡Shuaaaff!
En ese momento, en ese preciso momento apareció mi padre, a quien no veía en meses.
Me llevó al hospital, moribundo.
Sobreviví.
***
Ahora, recién ahora, tenía algo que contar.
Hemingway y la puta que lo parió.

*De Nefilim en Alhue y otros relatos sobre la muerte, (Mago Editores, 2011).

 

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