Fui a ver la película Emilia Pérez al cine. Éramos pocos. La sala vacía. No es una película del gusto masivo de las audiencias. Intuitivamente, informados por las redes sociales, la chusma se resiste.
A pesar que la película tiene 13 nominaciones al Oscars de la academia. Al parecer, los snobs ansiosos y narcisistas de Hollywood aman fórmulas que se ven como visionarias o denunciantes. Les da miedo quedarse atrás. Desean ser vanguardias.
Jacques Audiard de 72 años tiene méritos. Eso es claro. Fue considerado como “el Scorsese francés” por su drama carcelario Un prophète (2009). Audiard tiene un excelente currículo cinematográfico y buenas razones para su autoestima. Y como tal, tiene derecho a equivocarse, como todos en el arte.
Pero Emilia Pérez, su décimo largometraje, es torpe. Es una lamentable película de largos 130 minutos.
Audiard tomó la idea de Emilia Pérez de la novela Écoute (2018) del escritor francés Boris Razon, sobre un violento narco que ansía convertirse en mujer para escapar de sus enemigos. ¿Tenemos identidades pasajeras? ¿No somos acaso mujeres y hombres ficticios proyectados en las redes sociales, donde soñamos a veces en ser otra cosa?
La trama de Emilia Pérez es la siguiente:
Un asesino narcotraficante, interpretado por Karla Sofía Gascón, desea ser mujer. Convence a la abogada Rita Mora Castro (la hermosa Zoe Saldaña), de que la ayude a someterse a cirugías de reasignación de género. Ahora el violento narco se llamará Emilia Pérez. Se finge la muerte del narco y se hacen arreglos para que los dos hijos y la esposa del ex narcotraficante, Jessi del Monte, (Selena Gómez) sean reubicados secretamente en Suiza. Después de cuatro años en Suiza, son persuadidos de mudarse nuevamente con Emilia Pérez en México, bajo el engaño de que Emilia ahora es la «prima lejana» del narco supuestamente fallecido.
Emilia Pérez intenta redimirse y funda una ONG dedicada a encontrar los restos de mexicanos que fueron asesinados y desaparecidos por los cárteles de la droga. Así Emilia Pérez se convierte en una heroína del dolor nacional mexicano.
La trama es algo ofensiva por su débil coherencia cultural.
Ese no sería el problema. ¡Muchas buenas películas tienen tramas descarriadas! Por lo demás, un artista tiene el derecho a retratar a México como le dé la gana.
Pero. La forma de la película es tonta. Es un musical churrigueresco. Aparecen grupos de bailes y personajes que cantan sus emociones sobre cirugía vaginal. Canciones de letras que no riman ni están bien cantadas. El director deseaba que las actrices pudieran cantar en español. Pensó que Selena Gómez hablaba español y resultó que la señora Gómez no habla español. Incomprensible error del experimentado director. Impúdicamente, Selena Gómez mezcla un chusco español con el inglés.
Súmale que la película carece además de humor y todo está contado con un aire pretensioso de dramaturgia kitsch, donde todo es serio, ideal y abundan los buenos sentimientos y las buenas intenciones.
Entonces, es muy comprensible que la película del cineasta francés sea comida para los buitres de las redes sociales que buscan fáciles clics.
Es natural. Es el síndrome hiriente de las redes sociales. Ladran las audiencias. Es la rápida dinámica actual que genera resentimiento. Si les piden a las audiencias que interactúen, las audiencias en las redes sociales interactúan, mas con sumo rencor, y muchas veces desinformadas.
Por eso es incomprensible que un experto en comunicaciones como Jacques Audiard, que podría mirarse y peinarse en un espejo con los ojos cerrados, ahora se queje amargamente del pilar constitutivo de las redes sociales.
Emilia Pérez no es una buena película. Claramente no. Eso no tendría importancia. Todos tenemos derecho a equivocarnos.
Pero, el que haya sido nominada a 13 Oscars coloca a Emilia Pérez como el pato de feria a la que todos desean disparar hirientes balas de plomo en las redes sociales. Aún sin haber visto la película. Es el contexto estructural de las audiencias en las redes.
Y este bullying masivo continuará y aumentará hasta el domingo 2 de marzo cuando se entreguen los premios Oscars en el Dolby Theatre de Hollywood.
Es todo tan obvio.