27 - enero - 2025

Escribe Günter Grass: Los agotados políticos, los Bufones que escriben y sus discípulos de ardiente mirada

Günter Grass por Tullio Percicoli

 

DE LA FALTA DE APLOMO DE LOS BUFONES QUE ESCRIBEN EN ATENCIÓN A CORTES INEXISTENTES

Günter Grass

 

EL ENFRENTAMIENTO entre ellos es raro y desacostumbrado para ambos: los agotados políticos y los escritores inseguros con sus demandas elocuentes, las cuales siempre quieren ser satisfechas mañana mismo.¿Qué agenda permite a los poderosos, por tiempo definido, presidir una corte, recibir consejos utópicos o recuperarse de los muchos compromisos de la vida cotidiana oyendo utopías extravagantes?

Claro, hubo el periodo de Kennedy, legendario ya; Willy Brandt hasta la fecha presta oídos rendidos y absortos a escritores que le sacan la cuenta de errores antiguos o presagian, sombríos, derrotas futuras. Ambos ejemplos son magros y prueban, en todo caso, que no hay cortes ni tampoco, por lo tanto,consejeros y bufones.

Sin embargo, pongamos por caso lo siguiente, sólo en broma: efectivamente existe el bufón que escribe, que quisiera ser consejero personal de la corte o en algún ministerio de relaciones exteriores; supongamos también que no existe: el bufón que escribe es, más bien, el invento de un escritor serio que trabaja lentamente y que en compañía de otros teme ser considerado erróneamente como bufón que escribe, sólo por haber dado a su alcalde unos consejos que no fueron tomados en cuenta; y si supusiéramos ambas cosas: existe y no existe, existe como ficción y, por lo tanto, en la realidad: ¿vale la pena hablar de él, de este bufón que escribe?

Al pasar revista al personal bufonesco de Shakespeare y Velásquez, osea, al considerar el barroco y sus elementos enanos en el poder —los bufones tienen una relación con el poder; los escritores, sólo en raras ocasiones—, en retrospectiva, pues, desearía que existiera el bufón que escribe; y conozco a varios escritores que tendrían madera para prestar en la corte este servicio, cuyo carácter es político, según demuestra la historia. Lo que sucede es que les da demasiada vergüenza. Así como a la encargada de la limpieza no le agrada la palabra «sirvienta», a ellos no les agrada el título de bufón. Quieren que les fijen los impuestos simplemente como «escritores»; nadie quiere tampoco volar demasiado alto y llamarse»poeta». La posición pequeño burguesa, la del centro, elegida por ellos mismos, les permite mirar con desprecio a los burgueses ubicados al margen de la sociedad, es decir, a los bufones y los poetas. Siempre que la sociedad pide a bufones y poetas —y la sociedad sabe qué le hace falta y qué le gusta—, siempre que en Alemania, por ejemplo, una anciana o un hombre aún joven, con motivo de una conferencia pública, se dirige a un poeta o narrador llamándolo «poeta», el poeta o narrador —incluso el que esto presenta— se apresurará a señalar modestamente que prefiere ser llamado «escritor». Tímidas frasecitas subrayan esta humildad: «Ejerzo un oficio como cualquier zapatero.» «Trabajo siete horas diarias con la lengua,así como otras buenas personas colocan ladrillos durante siete horas.»

También, de acuerdo con el registro de la voz y la ideología del Este o del Oeste: «En cuanto al partido, asumo mi lugar en la sociedad socialista»;»Apruebo la sociedad pluralista y pago impuestos como otro ciudadano más.»Es probable que esta actitud formal, este achicarse, represente en parte una reacción al culto rendido a los genios durante el siglo XIX, el cual hizo florecer en Alemania sus plantas de invernadero fuertemente olorosas hasta la época del expresionismo inclusive.

¿Quién quiere ser como Stefan George y andar acompañado por sus discípulos de ardiente mirada? ¿Quién hace caso omiso de las recomendaciones de su médico para vivir como Rimbaud, con intensa concentración y sin seguro de vida? ¿Quién no teme subir todas las mañanas las escaleras hasta el Olimpo, ejercicio al que aún se sometía Gerhart Hauptmann, acto de voluntad que incluso Thomas Mann realizó —aunque sólo fuese para ironizarlo— hasta una edad avanzada?

Hoy vivimos adaptados a la modernidad. Ningún Rilke se dedica a hacer gimnasia delante de los espejos; Narciso descubrió la sociología. El genio no existe; y el bufón no debe de existir, porque el bufón es un genio vuelto al revés que conserva demasiado de éste. Ahí tenemos, pues, al escritor domesticado, quien hasta la hora de dormirse anda asustado con las musas y los laureles. Tiene muchísimos temores. Recapitulemos: el miedo a ser llamado «poeta». Y el miedo a que lo entiendan mal. El miedo a no ser tomado en serio. El miedo a entretener, es decir, a ser disfrutado: el miedo a producir algo opíparo, que fue inventado en Alemania pero entretanto se ha propagado en otros países. Pues si bien el escritor desea, aprensivamente, formar parte de la sociedad, también le interesa moldear esta sociedad de acuerdo con su ficción, aunque desde el principio desconfíe de la ficción por ser poética y bufonesca; desde el nouveauroman hasta el «realismo socialista» todo mundo aspira, con esfuerzos sinceros y apoyado en coros secundarios, a ofrecer más que sólo ficción.El escritor que no quiere ser poeta desconfia de sus propios juegos de manos. Y un bufón que niega su circo no es chistoso.¿Es un bayo más bayo si lo calificamos de «blanco»? ¿Y es un escritor que se dice «comprometido» un bayo blanco? Lo hemos visto: alejado delpoeta y del bufón e insatisfecho con la designación profesional desprovista de adjetivo, se llama y se hace llamar escritor «comprometido», lo cual siempre me hace pensar —dispénsenme por ello— en repostero real o ciclista católico. De antemano, y esto significa desde antes de introducir el papel en la máquina, el escritor comprometido no escribe novelas, poemas ni comedias, sino «literatura comprometida».

No es de extrañar que en vista de una literatura signada con tal contundencia sólo quede, supuestamente, literatura no comprometida a su lado, por debajo y por arriba de ella. El resto, nada insignificante, es difamado como l’art pour l’art.

Los aplausos falsos de la derecha provocan mañosamente aplausos falsos de la izquierda; y el miedo a los aplausos del respectivo lado equivocado hace reverdecer, cual tilo tres veces podado, la esperanza de que exista, telón tras telón, el aplauso de la parte correcta.

Las condiciones de trabajo tan confusas y angustiosas hacen brotar y asimilarse los manifiestos; en lugar del sudor frío causado por el miedo, confesiones. Al declarar de súbitoPeter Weiss que es un «escritor humanístico», por ejemplo —con todo escribió el libro Der Schatten des Körpers des Kutschers [La sombra delcuerpo del cochero]—; o sea, cuando un narrador y además poeta que se ha paseado por todos los recovecos de la lengua no percibe que este adjetivo fue estropeado como relleno desde los tiempos de Stalin, la farsa del escritor humanístico y comprometido adquiere efectos teatrales. Ojaláse dedicara a ser el bufón que es.Se habrá notado que con ánimo totalmente provinciano me aferro a las circunstancias alemanas, restringiéndome, por lo tanto, a un aire viciado en el que yo mismo participo. No obstante, confío en que también en los Estados Unidos de América haya poetas y escritores, comprometidos y humanísticos y el tan fácilmente difamado resto, quizá incluso bufones que escriban; el tema me fue planteado en estas tierras: consejero personal o bufón.

El «o» probablemente signifique que el bufón no puede nunca ser consejero personal; y que el consejero personal de ningún modo debiera sentirse bufón, tal vez —antes bien— escritor comprometido. Este gran enterado, este hombre para el que la reforma financiera no está en chino y que se encuentra por encima del pleito entre los partidos y las fracciones:él tiene siempre la última palabra en los consejos. Después de muchos siglos de enemistad, los opuestos ficticios se han reconciliado. El intelecto y el poder se toman de las manitas, más o menos de la siguiente manera: tras muchas noches pasadas en vela, el canciller federal llama al escritor Heinrich Böll a su cabaña.

El escritor comprometido participa, en silencio al principio, de las preocupaciones del canciller; entonces, en cuanto éste se recuesta en su butaca, lo asesora con palabras concisas e irresistibles.Después de escucharlo, el canciller federal salta, ligero, del sillón, dispuesto a abrazar al escritor comprometido; no obstante, éste se muestra reservado. No quiere convertirse en bufón; exhorta al canciller a que traduzca este consejo de un escritor en la acción de un canciller.

El mundo, estupefacto, se entera al día siguiente de que el canciller federal Erhard ha decidido disolver el ejército de la República Federal de Alemania, reconocer a la RDA y la línea del Oder y Neisse, y expropiar a todos los capitalistas.Animado por tal buen éxito, el escritor humanístico Peter Weiss,procedente de Suecia, viaja a la apenas reconocida RDA y anuncia su visita al presidente del Consejo de Estado, Walter Ulbricht. Este, que necesita una buena idea tanto como Ludwig Erhard, recibe en el acto al escritor humanístico. El consejo es impartido; el abrazo, rechazado; las sugerencias se traducen en acciones; y al día siguiente el mundo, estupefacto, se entera de que el presidente del Consejo de Estado ha anulado la orden de disparar en las fronteras de su nación y transformado las secciones de todas las cárceles y penitenciarías en jardines de niños a disposición del pueblo. Atendiendo a los consejos recibidos, el presidente del Consejo de Estado se disculpa con el poeta y cantautor Wolf Biermanny le pide destrozar con rimas divertidas y frescas su propio pasado estalinista.

Los bufones, en caso de que existan, no pueden desde luego competir con tan prodigiosas hazañas.

¿Exageré?

Por supuesto que exageré. No obstante, al recordar los deseos, con bastante frecuencia murmurados a media voz, de los escritores comprometidos y humanísticos, pienso que no he exagerado tanto. Además, resulta fácil verme a mí mismo, en los momentos de mayor debilidad, actuar en forma análogamente bienintencionada, o sea, comprometida y humanística: después de perder las elecciones parlamentarias, el candidato a canciller de la oposición no sabe qué hacer y llama al escritor que esto presenta. Éste lo escucha, da su consejo, no se deja abrazar; y al día siguiente el mundo descubre,estupefacto, que los socialdemócratas han hecho tabla rasa del Programa de Godesberg, sustituyéndolo por un manifiesto que anima a la clase obrera, de manera mordaz, refulgente y al fin otra vez revolucionaria, a usar gorros altos.

No, no se suscita una revolución, pues a pesar de su rigor el manifiesto es tan objetivo que ni la Iglesia ni el capital pueden desoír sus argumentos. El gobierno es entregado sin resistencia a los socialdemócratas, etcétera, etcétera. Sería posible también realizar deseos y hazañas semejantes en los Estados Unidos de América, supongo, si el presidente Johnson consultara, por ejemplo, a mi antecesor en este discurso, Allen Ginsberg.

Estas utopías de poco aliento no tienen lugar; la realidad dispone de otra manera. No hay consejeros personales, no hay bufones. Sólo veo —y me incluyo a mí mismo en ello— a escritores y poetas desconcertados que dudan de su propio oficio, aprovechan o no aprovechan a medias sus diminutas oportunidades para influir en una actualidad a nuestro cargo, no como asesores, ciertamente, sino como actores.

En vista de este personaje múltiple provisto de dibujos diversos y sacudido por la ambición,las neurosis y las crisis matrimoniales, carece de sentido hablar globalmente de la posición de los escritores en la sociedad.

Bufón o consejero personal, ambos son dibujos de palitos y bolitas como los que a parecen sobre los cuadernos para apuntes de los participantes en aburridas conferencias. No obstante, constituyen el objeto de un culto que sobre todo en Alemania ha adquirido un espíritu casi sagrado. Los estudiantes, la juventud de los sindicatos, la juventud protestante, los preparatorianos y los exploradores, asociaciones agresivas y no agresivas:todos ellos no se cansan de convocar discusiones que giran en torno a esta pregunta, con sus múltiples variantes: «¿Debe comprometerse el escritor?» «¿Hasta qué grado debe comprometerse el escritor?» «¿Es el escritor la conciencia de la nación?»

Incluso los amigos jurados de la literatura y apasionados críticos como Marcel Reich-Ranicki, a quien tenemos la oportunidad de escuchar todavía hoy, no paran de convocar a los escritores para protestas, declaraciones y confesiones. No se les pide de ningún modo que tomen partido por los partidos, que se manifiesten a favor o en contra de los socialdemócratas, por ejemplo; no, desde el punto de vista del escritor, como tímida élite, en cierto modo, deben protestar,condenar la guerra, exaltar la paz y mostrar convicciones nobles. Y eso a pesar de que un poco de conocimiento del medio revela que los escritores son individuos excéntricos, aunque se aglutinen en los congresos, ciertamente conozco a muchos que con cariño conmovedor cuidan la herencia revolucionaria y utilizan el comunismo —ese afelpado diván color vino con sus gastados resortes— para sueños vespertinos, pero también ellos, los conservadores progresistas, están divididos en sendas facciones de un solo hombre, y cada quien lee a Marx a su manera.

A otros, por el contrario, los moviliza brevemente la ojeada diaria al periódico y la consternación que acompaña el desayuno: «Habría que hacer algo, ¡habría que hacer algo!» Cuando la impotencia carece de ingenio, se vuelve quejumbrosa.

A pesar de que hay muchísimo qué hacer, mucho más de lo que pudiera expresar con manifiestos y protestas. Y también hay muchísimos escritores, conocidos y desconocidos, quienes, lejos de la petulancia de querer ser la «conciencia de la nación», en ocasiones vuelcan su escritorio… y se dedican a las nimiedades de la democracia. No obstante, esto significa: aspirar a contemporizar.

Cobremos conciencia de ello: el poema no conoce las transigencias, pero nosotros vivimos de ellas.

El que soporta activamente esta tirantez es un bufón y cambia al mundo.

En Ensayos de literatura. 1966

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