Recientemente ha regresado la delegación de Amnistía Internacional que se desplazó a la isla italiana de Lampedusa y a Sicilia, donde recogió testimonios de personas migrantes, refugiadas y solicitantes de asilo rescatadas en alta mar en el Mediterráneo central.
Por Conor Fortune, Amnistía Internacional Fotos de Alessandro Di Meo
Se teme que el número de personas que han perdido la vida en el mar durante los últimos 15 días ascienda a varios cientos, mientras que las personas rescatadas son ya más de 10.000. Muchas de estas personas sobrevivientes tienen terribles historias que contar, como la que les transmitimos aquí, de un muchacho somalí que perdió a su amigo durante un atroz viaje de más de tres meses de duración. Amnistía Internacional habló con él en un centro de acogida de Lampedusa el 17 de abril, cuando aún no se había cumplido una semana de su rescate. A petición suya, le hemos asignado un nombre ficticio.
“Me llamo Alí, y soy de Somalia. Tengo 15 años.
Cuando tenía nueve, me separaron de mi familia y me llevaron a la capital, Mogadiscio, donde viví con otros amigos en el barrio de Yaaqshiid. Ahí aprendí inglés y trabajé como limpiabotas para los soldados.
Hace poco más de tres meses, salí de Somalia. Allí hay muchos problemas: enfrentamientos armados, sequía, hambre. Buscaba una vida mejor. Me gustaría ir a Noruega.
Viajaba con un amigo. Su padre nos había pagado a los dos el viaje por el desierto, de Somalia a Libia. Fue un viaje largo y duro, en el que atravesamos varios países montados en una camioneta: Etiopía, Sudán, Libia. Mi amigo no aguantó. Como los traficantes de personas conducían a toda velocidad por el Sáhara, se cayó del camión por la parte de atrás.
Los traficantes pararon para ver si estaba bien, pero no lo estaba. Lo enterramos en el desierto. Tenía 19 años. Luego, cuando llamé a su padre para transmitirle la noticia fue una conversación muy difícil.
Un migrante mira una lista colocada en una de las paredes del centro Mineo en Sicilia, 21 de abril de 2015. © Marco Costantino
Mi amigo no aguantó. Lo enterramos en el desierto. Tenía 19 años. Luego, cuando llamé a su padre para transmitirle la noticia, fue una conversación muy difícil.
Unos tres meses después de salir de Somalia, llegamos a Trípoli. Estuvimos allí cerca de una semana, en una casa grande, con muchas personas más. Los traficantes distribuyeron a los somalíes y a los eritreos en distintas casas. Nuestros captores eran personas muy malas, que pegaban a mis amigos y tenían armas, armas grandes y pistolas.
El hombre del barco me pidió más dinero para viajar a Europa, en concreto 1.900 dólares estadounidenses. Pero yo no tenía dinero ni familiares que pudieran pagar por mí. Así que otras personas de la casa me ayudaron a reunir la suma necesaria.
Él nos mintió: nos dijo que era un barco de fibra de vidrio, pero al final era una barca inflable de plástico.
Antes de salir, ya hubo un accidente, cuando estábamos retenidos en Trípoli. Algunos de los viajeros estaban cocinando con gas, y junto a ellos había otras personas fumando. Una bombona de gas se incendió y explotó, a consecuencia de lo cual murieron 10 personas. Las enterramos en Trípoli.
Otras 22 personas, todas ellas de Eritrea, resultaron gravemente heridas, con quemaduras por todo el cuerpo. Aun así, los traficantes las obligaron a subir a la barca.
Embarcamos a última hora del 16 de abril, y salimos de Trípoli alrededor de la medianoche. Éramos más de 70 personas, incluidas las heridas de gravedad. Había unos 45 somalíes, 24 eritreos, 2 bangladeshíes y 2 ghaneses.
Sobre las nueve o las nueve y media de la mañana, la barca empezó a perder aire. Inmediatamente, la gente se desplazó a la proa de la barca, para intentar inyectar presión en el escape. Utilizamos un teléfono vía satélite para pedir ayuda. El barco de rescate tardó seis horas en llegar.
La guardia costera italiana rescata a una barca con inmigrantes, 23 de abril de 2015. © Alessandro Di Meo
Esas seis horas fueron los peores momentos de mi vida. Pensé que iba a morir. La gente rezaba en voz alta, y pedía perdón a Dios.
Alrededor de las tres de la tarde, llegó el barco de rescate: una embarcación gris de la Guardia de Finanzas italiana.
Sentí que había vuelto a nacer.
Todos mis amigos de la barca están bien, pero los heridos sufrieron mucho durante el viaje. Una mujer eritrea murió a causa de las quemaduras. Otra mujer llevaba consigo a su hijo, de dos años, del que tuvieron que hacerse cargo otras personas del barco, porque ella estaba herida de gravedad. Así que, cuando llegamos a Lampedusa, los separaron*.
Ahora tenemos cobijo y comida, y damos gracias a Dios por habernos salvado. También damos las gracias a Italia.
Están muriendo muchas personas. Pero la gente de Somalia seguirá viajando. En mi país no hay paz ni trabajo.
Aquí, en Lampedusa, vi un cartel que me gustó. Decía que los gobiernos deben proteger a las personas, y no las fronteras. Me gustaría decirles a los gobiernos lo que tienen que hacer”.
* El personal del centro de acogida de Lampedusa y la dirección del hospital local han podido confirmar a Amnistía Internacional que la mujer eritrea herida se reunió con su hijo más tarde, en Sicilia.