El sitio web Yornal.cl publicó un artículo escrito por Érika Silva, la ex asesora de Sebastián Davalos, hijo de la presidenta Bachelet, cuando este aún era el director del área sociocultural de La Moneda. En este escrito Silva defiende su gestión, afirma que «la política es con llorar», cita a varios autores, entre ellos a Maturana, defiende las redes sociales y dice que de lo único que no la pueden acusar es que haya mentido.
Por Érika Silva
Publicado en Yornal.cl
Se es invisible hasta el día que se deja de serlo, y para que eso pase, hay acciones que dependen de uno. Otras, dependen de quien pone un foco sobre nuestra presencia.
Siempre he creído que hay realidades invisibles, que no tienen voz. De “quienes se habla o se escribe” pero a través de otras voces, porque no hay foco ni micrófono que les otorgue el don del habla, la legítima presencia en la escena pública, y a partir de ella, la justa capacidad para influir en aquellos que toman decisiones para ellos y por ellos.
Ojalá ser visible siempre significara ser asertiva, ojalá siempre fuera una garantía de poder hacer llegar el mensaje en forma y fondo para conseguir el objetivo. Ojalá la presión de los momentos duros a uno no le jugaran en contra a la hora de la puesta en escena.
Eso no siempre resulta, de forma dura uno lo aprende.
Tal vez no es tan duro para uno pues sabe los riesgos que toma, pero sí lo es para quienes nos rodean, porque las mismas redes que permiten después de años poder hacer llegar la voz propia a la opinión pública, ganando incluso la portada de un diario, se transforma al mismo tiempo en el medio que festina por lo poco apropiada de la forma y por lo confuso del mensaje.
La política es con llorar, a pesar de lo que en vano se señale. Resulta absurdo elaborar teorías que suponen que lo que se siente o lo que se sufre no afectara la capacidad de tomar decisiones o las acciones que se emprendan. Comprender eso, es el resultado de un ejercicio sin dificultades: el de ponerse en el escenario de verse expuesto ante una situación hostil, o si le pasara a mi hijo, a mi hermano, a mi madre, o a un amigo que confió en mí ¿es posible decir que no pasa nada? ¿Es sensato solo procurar dar “señales de normalidad” en medio de la catástrofe?
¿Resulta honesto lograr posicionar que algo resultó bien, cuando en el fondo sabemos que se está al debe? De seguro para muchos sí, es honesto y está bien. O al menos se intenta aparentarlo.
Recuerdo a mi profesor Guillermo Campero, quien fuera asesor del Presidente Lagos, cuando nos contaba en clases que al entonces Ricardo Lagos no le gustaba la política testimonial. Nos decía que para él tenía poco sentido lamentarse por lo que no es viable, pues el foco de su trabajo era sacar adelante lo que era factible. De este modo se apostaba a ganador, a la política de la efectividad, aquello que resulta, aún cuando lo que resulte no sea lo que se espera, ni a lo que se aspira, pues su valor se evidencia solo porque existe en el marco de lo posible, por más estrecho que sea.
Quizás es por eso que sus acotadas reformas a la Constitución se nos presentaban en el discurso público como significativas en aquel entonces. No habían redes sociales que permitieran evidenciar el gusto a poco. El control de los medios era más fácil y el sentir de una ciudadanía —bastante más pasiva, digámoslo también—, por muy insatisfecha que estuviera, no contaba con una caja de resonancia que levantara la polvareda con la que el indignado siente que se obnubila. Todo era más discreto, una marcha, un apartado en un diario algo disidente, pero nada que persistiera, que por concurrencia calara en la opinión pública, que articulara aliados, que constituyera un bloque que se aglutinara.
Como dice Jorge Navarrete en su columna “El “tic” de la élite”, actualmente en la Sociedad Red «A diferencia de antaño, no se puede obligar a guardar silencio (…) El dirigente hablaba, los diarios y la televisión eran su altoparlante, produciéndose así un espacio de encuentro con los ciudadanos. Cuando había problemas, dependiendo del tamaño e importancia de estos, todo un aparataje se activaba para protegerlo: defensas corporativas de sus respectivos partidos, entrevistas o declaraciones públicas que intentaban encausar, cuando no cerrar, el debate público respecto de cierta materia». Cuando se hace alusión al dirigente, se hace referencia a los altos cargos públicos o miembros de la dirigencia partidaria, no al funcionario de segunda o tercera línea. La política real era patrimonio solo de la cúspide de la elite.
La Sociedad Red, de cierta forma, permite a quienes son aprendices o aficionados enfrentar el riesgo de decir lo que piensan, contar con una tribuna, pero que convengamos, en honor a la verdad, aun sigue siendo menos democrática de lo que parece —no cualquiera que postea hará llegar su voz a la escena pública—, pero permite a algunos que no son pocos, o al menos no tan pocos, hacer llegar su voz y opinión al escenario que permite evidenciar aquello que no era de público conocimiento, en este caso, aquello que complementa una verdad que aflora.
Mi renuncia fue un testimonio de que cuando uno no es capaz de responder ante una situación que inevitablemente afectara al Gobierno, que es su empleador, que además es financiado por todos los chilenos, se debe retirar, pues una es depositaria de la confianza pública y resulta obvio que no fue capaz de responder a lo esperado. Esa confianza, debe ser capaz de dar garantías de que aquello para lo que se fue contratada, se va a cumplir. Yo no hice bien el trabajo y lo asumo, aún cuando no fui la única. No renunciar desde mi punto de vista, es no asumir la falta, el error y los errores en política se pagan.
De las derrotas se aprende, tal vez de la manera más dolorosa. Es lo que las educadoras denominamos aprendizaje significativo, ese que no se olvida y que deja una impronta en nuestras vidas.
Como dice Humberto Maturana, los errores son parte de nuestra historia, esos que tantas veces nos gustaría borrar, que no hubieran existido, pero que están ahí y duelen hasta que con el tiempo cicatrizan. Los errores son signos de lo obvio: no somos perfectos ni nada de lo que hagamos lo será. Uno espera que los errores generen aprendizaje y nos vuelvan más certeros, más sensatos, más proactivos. Nos obligan a contemplar la posibilidad de ejercer una obediencia reflexiva, esa que no necesariamente dice que sí a la autoridad, sino más bien esa que cuestiona, que interpela y que levanta evidencia que permita evaluar a lo menos otras soluciones posibles.
Eso le he enseñado a todos los alumnos que de una u otra forma me ha tocado capacitar y formar. Los errores no nos pueden detener, la vida no acaba después de ellos, continúa y nos obliga a ser fuertes para salir adelante.
Respecto a mi desafortunada puesta en escena a la salida de La Moneda, solo intenté señalar que a pesar de los errores, sí había colaborado en algunos aciertos de la gestión del Director Sociocultural. En mí rol de jefa de gabinete, había contribuido a mejorar las condiciones laborales de las trabajadoras de la Fundación Integra, una de las instituciones que cuentan con los sindicatos más grandes de mujeres en Chile. Solo quería señalar que ese resultado había sido una tarea compartida, trabajada codo a codo con Integra.
Del mismo modo quería evidenciar que como Dirección, habíamos logrado apoyar desde la Presidencia el proyecto de Telecentros, al cual he dedicado cerca de 10 años de mi vida. Este proyectos se lleva a cabo en los barrios de ciudadanos de gran esfuerzo, otorgando no solo la posibilidad de acceder a internet, sino que mucho más que eso: su objetivo es lograr que el acceso a las Tecnologías de la Información y la Comunicación les permita contar con una herramienta que los fortalezca en sus derechos, que les permita abrir canales de comunicación con un Estado que aun gusta de entregar información más que de recibirla, que les permita acceder a información que sea significativa para enfrentar una sociedad en donde los invisibles se llevan la peor parte de aquello que desde la apreciación llamamos desigualdad pero que Leonardo Boff nos insta a llamar de modo más directo y enfáticoinjusticia social.
Hice referencia a ambas situaciones con un objetivo: demostrar que las deudas de larga data, como en el caso de Integra, se pueden asumir y saldar si se lucha y se persiste en alianza con los trabajadores. El caso de los Telecentros, por su parte, lo saqué a relucir porque a pesar de no trabajar directamente junto a ellos, desde la Dirección mantuve el compromiso de luchar por ellos, asumiendo que contar con poder obliga a las personas, a mí en este caso, a no renunciar a las causas por las que ha luchado por años junto con numerosos dirigentes y operadores de telecentros para sacar adelante un proyecto justo y legítimo, del cual este año poco a poco vemos emerger los frutos en virtud de las múltiples alianzas que están generando con el sector público. Duele el estómago saber que se perdieron tantos años sin avanzar por falta de voluntad política.
Los espacios de poder se usan y se deben usar para volver posible lo que era impensado hasta hace unos años, solo eso quise evidenciar. Haberlo logrado da sentido a mi paso por el Palacio.
Con quienes me ha tocado trabajar o a quienes me ha tocado formar, siempre les he señalado lo importante de asumir riesgos por lo que se cree justo.
Así por ejemplo, cuando me tocó capacitar a equipos educativos de la Junji, señalé hasta el cansancio que una salacuna no va a disminuir la desigualdad si las funcionarias no se vuelven agentes activos en su territorio para evidenciar todo aquello que atenta contra el desarrollo pleno de un/a niña/o, su familia o su comunidad. ¿A caso se disminuirá la desigualdad si no nos preocupamos de los problemas de agua en nuestros valles, o de si los niños de familias migrantes no conocen sus derechos, o si no somos capaces de generar redes de apoyo para los padres y madres que están sin trabajo, o si ante lo injusto son capaces de anestesiar su consciencia solo por mantener su trabajo?
Pueden decir mucho de mí, abrir los ojos más de lo normal, burlarse o reírse por mi pésima puesta en escena a la salida de la Moneda, podré haber sido figura de turno para el bufón de la televisión, pero hay algo que no podrán decir nunca: que mentí.
Tampoco podrán decir que me rendí, porque para luchar porque aquello que era imposible, se transforme en posible, no se requiere una oficina en el segundo piso de La Moneda.
Desde cualquier vereda podré trabajar por un país más justo, como lo he hecho siempre, independiente de si es ése o no mi trabajo, mi fuente laboral.
En ese escenario luchar por hacer florecer una nueva Constitución, que a todas luces debiera ser a través de una Asamblea Constituyente, es un maravilloso desafío. Estoy segura de que podré colaborar en que líderes barriales se den cuenta de lo importante que puede ser su rol para poder influir en la redacción de la nueva Carta Magna. Ellos y ellas son los que conocen directamente lo disparejo de la cancha, razón por la cual deberán ser actores protagónicos, pues de seguro no delegarán ciegamente en la alicaída clase política el poder de decidir sobre el futuro de generaciones y generaciones.
Continuaré apoyando todas las iniciativas que les permitan a los ciudadanos más excluidos comprender que la desigualdad de acceso a las TIC es la versión digital de la desigualdad económica. Técnicamente existe el mundo de los info-pobres y de los info-ricos en casi la misma medida y ponderación y no luchar por esa desigualdad es tan descabellado como no luchar contra la desigualdad de los bolsillos.
Estos meses han sido duros, pero no son los primeros, ni serán los últimos. Hay tanto por hacer: donde todos ven crisis y descalabro yo veo un mar de oportunidades. Nada de lo que estamos viendo respecto a nuestra clase política es nuevo, ahora solo tenemos evidencia de aquello que tantas veces sospechamos y eso es sanador, porque abre oportunidades para exigir mejoras a nuestros partidos políticos.
Por eso tengo la certeza de que acá nada termina, por el contrario, acá todo empieza.
Erika Silva es Educadora de Párvulos y Magíster en Gobierno y Gerencia Pública de la Universidad de Chile. Hasta Mayo de 2015 fue la jefa de gabinete del Área Sociocultural de la Presidencia de la República.