El abuso del chileno que ofendió al capitán uruguayo introduciendo su dedo en partes delicadas ha quedado en cierta manera premiado por la expulsión del uruguayo y talvez con el mismo triunfo de Chile. ¿Qué es lo que sufrió en este episodio? Fue el equilibrio deportivo. Fue la justicia deportiva que no fue satisfecha.
Por José Aldunate, SJ – Reflexionyliberacion.cl – 21 de julio de 2015
Hay un dicho latino “corruptio optimi pessima” “la corrupción de lo óptimo constituye la peor corrupción”.
Esto es mucha verdad respecto al fútbol, no es necesario que nos explayemos demostrando la nobleza y excelencia que tendríamos derecho a esperar en el deporte fútbol. Es un deporte atlético que tendría que participar de toda las excelencias éticas y educativas que corresponden al atletismo clásico. Es además un deporte privilegiado que por su espectacularidad y masividad atrae a millones. Dispone de inmensos recursos, económicos por de pronto.
Pero se ha dejado corromper. Esta corrupción estaba ya a la vista al comprobarse que se había convertido en materia de codicia, negocio, inversión, toda clase de perversión económica. El broche de oro ha sido el reciente escándalo de la FIFA.
En Chile tuvimos a escala menor las mismas perversiones de este deporte atlético que se convierte en materia de negocio, sueldos escandalosos, compra y venta de jugadores, inversión de clubes en sociedades anónimas ofrecidas a la compra y venta.
A pesar de todo, es cierto que pudo desarrollarse un futbol de base en las provincias que aun supo oponerse con ventaja a los poderosos Colo-Colo, Universidad de Chile y algún otro.
El fenómeno de las barras bravas y la identificación que busca el partidario con su club son sin duda perversiones de un verdadero espíritu deportivo. Donde no hay verdad, hay perversión. Estos apasionamientos que a veces pueden llevar al crimen denotan espíritus débiles que buscan una identificación que los realice.
Ciertamente hace falta una verdadera educación deportiva con la práctica personal del deporte.
Sin llegar al apasionamiento irracional de los barristas se advierte en la adhesión a los equipos un predominio del subjetivismo partidista sobre un equilibrio deportivo sereno. Así la preocupación es que mi equipo venza sin preocuparse de la manera de triunfar que puede ser puramente formal. La victoria puede ser legítima o abusiva. Chile venció a Uruguay por declaración del árbitro pero este probablemente se equivocó al expulsar al capitán del equipo uruguayo que había sido abusado y su reacción era justificable. “Pero lo que importa es que Chile fue declarado vencedor”. Esta falta de criterio deportivo para juzgar quién fue realmente vencedor y quién venció abusivamente es muy corriente en el país.
El abuso del chileno que ofendió al capitán uruguayo introduciendo su dedo en partes delicadas ha quedado en cierta manera premiado por la expulsión del uruguayo y talvez con el mismo triunfo de Chile. ¿Qué es lo que sufrió en este episodio? Fue el equilibrio deportivo. Fue la justicia deportiva que no fue satisfecha.
Previo al partido Chile Uruguay hubo otro episodio que marcó negativamente nuestro futbol y la disciplina que debía primar. Un jugador, Arturo Vidal, se desmandó estando bebido en exceso manejó, chocó y se desbarrancó, debiendo ser sancionado con la suspensión de su participación en el partido con Uruguay, no fue sancionado por debilidad de Jorge Sampaoli al no mantener la disciplina. Pésimo antecedente para el desempeño futuro de nuestro equipo.
Chile ganó la Copa América, pero ciertamente ha perdido la categoría de un equipo responsable ya que valora más un triunfo dudoso a la limpieza de un juego olímpico con toda su tradición de fuerza y dignidad.
Nos proponemos ahora humanizar este fenómeno del deportismo, sus vicios y sus virtudes, para buscar un auténtico desarrollo en este sector tan importante para nuestro desarrollo.
Preguntémonos ante todo dónde está el atractivo del deporte. Respondemos que está en la competencia. El ser humano como también muchas veces los animales tienden a competir. A luchar los unos contra los otros en una competencia. Una competencia que es en buena parte un juego que no se trata de una lucha para prevalecer obteniendo ventajas o simplemente predominio, sino de poder valorarse en relación con otras personas.
Hay una competencia auténtica que usa medios adecuados y razonables que valen para la calificación que se busca. Puede ser una carrera de 100 metros, puede ser una prueba de cálculo matemático, puede ser una competencia de ajedrez, pero en la competencia puede darse el engaño, la falsificación, la búsqueda de un triunfo “fulero”. No se respetan las reglas que aseguran la autenticidad de la prueba, de la competencia. Se busca engañar a otros y aún a sí mismos. Es positivo cultivar los valores propios y practicar una consecuente y objetiva autovaloración.
El precepto del Señor es amar al prójimo como a sí mismo. Sano amor propio nos da la pauta para amar semejantemente al prójimo. Aquí está pues la receta de un auténtico espíritu de competencia y autovaloración. Por este camino hemos de buscar el auténtico ejercicio del deporte, la auténtica competencia atlética.
José Aldunate, SJ
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